Año: 2025 | País: USA | Género: Thrash metal | Sello: Nuclear Blast / 2M (Arg) | Lemmymómetro: ♠♠♠♠♠♠♠♠♠ (9/10)
“Si vis pacem, para bellum” significa “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. No fue Julio César quien la pronunció, sino Vegecio, autor del Epitoma rei militaris, un tratado romano del siglo IV que convertía la estrategia en filosofía. Su sentido original era menos imperativo y más preventivo, pero con el tiempo esa advertencia se transformó en un mandato universal sobre la fragilidad del equilibrio. TESTAMENT toma esa frase como punto de partida y la convierte en sonido: Para Bellum no es solo un título, es una declaración. En plena era de vértigo tecnológico y desencanto humano, la banda californiana reacciona con músculo, espíritu y una decisión estética feroz. No persigue modernidad: la combate.
Desde The Legacy (1987) hasta hoy, el grupo ha resistido con coherencia y ferocidad. Pero este disco no repite fórmulas: TESTAMENT vuelve sobre la huella de su tríptico más oscuro —Low, Demonic y The Gathering— y la lleva más lejos, sin nostalgia ni regresión. Aquel sonido denso, visceral y casi apocalíptico encuentra en Para Bellum una continuación expandida: más extremo, más articulado, más consciente de su propio poder. Lo que en los noventa fue ruptura hoy se convierte en afirmación; la furia de entonces, ahora suena disciplinada.
Buena parte de esa vitalidad tiene un nombre: Chris Dovas, quien con poco más de veinte años ocupa un trono que perteneció a figuras míticas. No cualquiera hereda la batería que golpearon Paul Bostaph, John Tempesta, Jon Dette, Chris Kontos, Nick Barker, Gene Hoglan y Dave Lombardo. Dovas, en lugar de sentirse intimidado, parece haber leído esa historia como un manual de anatomía: absorber, sintetizar, desarmar. Su estilo combina la precisión quirúrgica de Hoglan con la agresividad directa de Lombardo, pero añade algo que ninguno tenía a esa edad: un sentido rítmico casi conversacional, una manera de pensar la batería como diálogo más que como detonación. No solo interpreta, compone. Trabajó junto a Eric Peterson en el desarrollo de estructuras, acentos y dinámicas, aportando ideas que alteraron la fisonomía del disco. Su presencia, eléctrica y concentrada, obliga a todos a reacomodarse; el grupo suena más apretado, más consciente de su peso, más despierto.
Desde el primer compás de For the Love of Pain, ese nuevo pulso se impone. La canción se abre como una descarga controlada: riffs tensos, silencios breves y una batería que corta el aire con exactitud. En Infanticide A.I., el concepto de lo humano y lo mecánico se funde en un mismo lenguaje. Las guitarras de Eric Peterson y Alex Skolnick funcionan como espejos deformantes, reflejando al thrash de siempre, pero envuelto en sombras nuevas; Steve DiGiorgio teje líneas graves que serpentean por debajo, mientras Chuck Billy, dueño de un registro más libre que nunca, se abre a la propuesta musical de la banda y prueba sin miedo nuevos matices, alternando rugidos, voces limpias y un fraseo casi narrativo. Esa apertura no suena a concesión, sino a confianza: Billy entiende que el peso de TESTAMENT no está solo en la agresión, sino en la flexibilidad, en la capacidad de girar sin quebrarse. Su voz ya no es solo el estandarte del thrash, sino un instrumento que dialoga con el caos y la melodía, que encarna las transiciones y las contradicciones del disco.
Shadow People representa el corazón oscuro del álbum: un groove espeso, lento, donde el peso sustituye a la velocidad. Alex Skolnick deja uno de sus solos más elegantes, casi bluesero en su contención, y Chuck Billy canta desde un lugar menos feroz y más terrenal, como si la violencia se hubiera vuelto interior. Meant to Be aparece entonces como un viraje inesperado: la primera power ballad orquestada en la historia del grupo. El cello de David Eggar introduce una sensibilidad nueva, un dramatismo de cámara que nunca se vuelve sentimental. Es una pausa que no alivia sino que profundiza. Su estructura ascendente y su explosión final sirven de umbral: a partir de ahí, Para Bellum muta.
High Noon abre el segundo tramo con aires de duelo; su riff, seco y desafiante, parece una respuesta directa a The Gathering, como si aquel disco —que ya fue una síntesis brutal del estilo— encontrara aquí su eco más maduro. Witch Hunt mantiene la tensión con un thrash frontal y compacto, donde Chris Dovas se luce en los fills y Alex Skolnick lanza un solo que corta la mezcla con la nitidez de una cuchilla. Nature of the Beast actúa como punto de equilibrio: un riff clásico, reconocible, que reafirma identidad antes del descenso final.
Room 117 abre una grieta emocional con un groove contenido y un tono elegíaco. Chuck Billy canta desde la distancia, con una voz más quebrada que heroica, y Steve DiGiorgio aporta profundidad con un bajo que parece respirar. Havana Syndrome reanuda la marcha con energía, recuperando la urgencia del primer bloque, y el cierre con Para Bellum clausura el recorrido con dramatismo y solemnidad: una composición de estructura progresiva, atmósfera blackened y un desarrollo que suena tanto a conclusión como a nuevo comienzo. En los últimos compases, Eric Peterson desliza un pasaje de guitarra clásica, el mismo que utiliza para calentar las manos antes de tocar: un gesto casi íntimo que devuelve al oyente al silencio después del fragor.
La producción de Jens Bogren equilibra claridad y rugosidad con una precisión admirable. Grabado por Juan Urteaga, el álbum respira: cada instrumento se siente vivo y presente, cada frecuencia ocupa su lugar sin interferir. Bogren evita la compresión excesiva y conserva la sensación de espacio, permitiendo que la brutalidad no opaque el detalle. El arte de Eliran Kantor, pintado a mano, refuerza el sentido del álbum: un ángel hecho de misiles, un halo que es explosión, figuras cegadas por su propia fe. En una era en la que la inteligencia artificial devora la estética humana, TESTAMENT reafirma la imperfección del gesto manual como acto de resistencia.
Para Bellum es un disco dividido entre la sorpresa y el reconocimiento. La primera mitad desconcierta y desafía; la segunda reconcilia y reafirma. Hay un equilibrio entre caos y orden que no parece planeado sino orgánico, como si el grupo hubiera necesitado perder el control para reencontrarse. Y en esa dialéctica —entre la juventud de Chris Dovas y la veteranía de sus compañeros, entre la memoria de Demonic o Low y la proyección de The Gathering— TESTAMENT construye su presente. No se moderniza ni se disfraza: reacciona con fuerza y pesadez a la época, endurece su sonido, vuelve más extrema su identidad sin traicionarla. La banda no busca actualizar su legado: lo defiende con el mismo filo con el que lo forjó.
Quizás el tiempo termine de ubicar este disco en su lugar. Demonic fue, para muchos, un exceso, una obra demasiado áspera incluso dentro del canon del grupo. The Gathering y Low encontraron con los años su propio linaje de devotos, e incluso hay quienes los mencionan como los mejores discos de TESTAMENT. Para Bellum tal vez corra esa misma suerte: un álbum divisorio, discutido, pero necesario. Un trabajo que, con el paso de los años, no será recordado solo por su violencia, sino por su claridad: por haber mostrado a una banda madura eligiendo seguir peleando, aun sabiendo que la paz nunca fue su territorio natural.
Texto: Carlos Noro

