Fecha: Jueves 4 de septiembre, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Roxy Live | Bandas invitadas: ARARAT
Cuando a mediados de los ochenta BLACK SABBATH quedó relegado en el mainstream, todo parecía indicar que su legado se marchitaba. La propia banda atravesaba una época oscura, marcada por los altibajos creativos de Tony Iommi que casi la separan. Al mismo tiempo, el glam metal dominaba las listas y un HEAVY METAL consolidado miraba a la “bruja negra” como un dinosaurio fuera de tiempo. Fue en ese escenario adverso que un bajista sueco, obsesionado con la densidad y la oscuridad, decidió escribir un nuevo capítulo.
Leif Edling no solo fue —y sigue siendo— bajista: es el líder espiritual y conceptual de CANDLEMASS, un compositor brillante capaz de construir un universo fantástico y mágico con la impronta densa y agónica que define al doom. Con la profundidad de su bajo y la visión de su pluma, dio forma a un sonido que sería definitivo para el género. Sus vibraciones graves se convirtieron en la piedra angular de una propuesta que tomó la pesadez sombría del BLACK SABBATH con Ozzy Osbourne y la fusionó con la teatralidad dramática de la etapa de DIO, envuelta en una impronta metálica y filosa. Así nació CANDLEMASS, banda destinada a transformar la oscuridad en ceremonia y a fundar para siempre el epic doom.
Nueve años después de su primera visita a la Argentina, ocurrida en 2016, CANDLEMASS regresó para confirmar por qué se los considera los arquitectos del género. En principio, el show iba a realizarse en Vorterix, pero finalmente se decidió volver a The Roxy Live, el mismo recinto donde habían tocado en aquel debut. La elección resultó más que acertada: el Roxy se colmó de fieles y dejó de lado a los curiosos sin verdadera convicción, asegurando que cada rincón estuviera ocupado por devotos del epic doom. Ese marco íntimo y fervoroso fue clave para que la noche se transformara en un verdadero ritual.
La apertura con Bewitched fue un golpe maestro: arrancar con un clásico que podría haber sido el final habla de la seguridad de una banda que no guarda nada. El público respondió de inmediato, coreando cada palabra y convirtiendo el inicio en una celebración anticipada. Con Dark Are the Veils of Death, la atmósfera se volvió más solemne y ritual, un descenso a la oscuridad en el que los riffs se estiraban como cadenas arrastradas. Mirror Mirror, con su estructura casi hipnótica, reforzó esa sensación de trance compartido.
El tramo dedicado a Epicus Doomicus Metallicus fue el corazón de la noche. Antes de Under the Oak, Leif Edling tomó el micrófono y, con gesto emocionado, dijo: “Esta es una gran tarde. La electricidad es fantástica. Volamos lejos para estar con ustedes”. Acto seguido, llegó la interpretación más perfecta de la velada: Under the Oak sonó monumental, con riffs pesados como lápidas y la voz de Johan Längqvist elevando la densidad a nivel ceremonial. El cantante fue, sin dudas, la gran sorpresa de la noche: rockero, heavy, dramático, teatral y por supuesto épico. Su color vocal resultó ideal para la música de la banda, al punto de que por un momento nadie extrañó a ninguno de los que pasaron antes por ese micrófono. Y ahí radica el desafío: ponerse en el lugar que ocuparon leyendas como Messiah Marcolin, Robert Lowe, Mats Levén o incluso Thomas Vikström no es sencillo. Sin embargo, Längqvist —la voz original de Epicus Doomicus Metallicus— demostró que está más vigente que nunca, y que su impronta no solo resiste la comparación, sino que le da a CANDLEMASS un aire renovado en vivo.
La potencia de ese clímax también se apoyó en la base rítmica. Jan Lindh estuvo soberbio en la batería, con un golpe perfecto, heavy y groovero por partes iguales, logrando que cada redoble y cada acento parecieran cincelar el aire. A su lado, Lars Johansson y Mappe Björkman, impávidos, se apoyaban en los parlantes como si necesitaran sentir en el cuerpo la vibración de sus propias guitarras. Ese gesto de firmeza y entrega, junto a la densidad del sonido, convirtió a Under the Oak en una experiencia que fue mucho más allá de la música: un verdadero ritual doom en carne viva.
La oscuridad continuó con Dark Reflections, donde la banda mostró su faceta más introspectiva y melódica, y con Demon’s Gate, que desplegó su narrativa épica como un viaje de diez minutos al corazón del doom. Allí se notó la solidez de la formación, capaz de mantener al público atrapado incluso en los pasajes más largos y densos. El presente también tuvo lugar con Sweet Evil Sun, único guiño a la producción más reciente. El tema no desentonó: al contrario, se integró con naturalidad al repertorio y demostró que CANDLEMASS no vive solo de la nostalgia.
El regreso a los clásicos llegó con Crystal Ball, que fue uno de los momentos más solemnes y teatrales de la noche. Con su estructura envolvente y sus cambios de dinámica, la canción se desplegó como si fuera una narración ancestral, una historia transmitida de generación en generación al calor de la oscuridad. Cada acorde sonaba como un presagio y cada pausa como un silencio cargado de misterio. El público acompañó en un trance respetuoso, atento a la densidad y a los matices de una pieza que confirma por qué Epicus Doomicus Metallicus es un disco fundacional.
Después de esa cumbre narrativa llegó A Sorcerer’s Pledge, otro de los grandes relatos épicos del repertorio de CANDLEMASS. Con su carácter casi teatral, la banda lo interpretó como si invocara un conjuro en vivo: los riffs se desplegaban como letanías, la batería marcaba el paso solemne de un ritual, y la voz de Längqvist sumaba dramatismo a cada palabra. En ese momento, la sala entera pareció convertirse en parte de la leyenda, reafirmando que la propuesta de CANDLEMASS trasciende la música para volverse mito compartido.
La recta final fue de pura solemnidad. The Well of Souls y The Bells of Acheron envolvieron la sala en un dramatismo casi litúrgico, con guitarras que parecían doblarse como campanas fúnebres. El cierre con Solitude, himno fundacional del doom, fue catártico: Johan Längqvist cargó cada verso de dramatismo, volviendo tangible la soledad y la melancolía que atraviesan la canción, mientras Edling dibujaba con su bajo un pulso grave y profundo. Lindh volvió a demostrar su maestría con un golpe tan pesado como groovero, y Johansson y Björkman, con sus guitarras apoyadas en los parlantes, hicieron vibrar las paredes del Roxy como si fueran parte del instrumento.
El público respondió como si se tratara de una plegaria colectiva, cantando cada verso con devoción. Cuando llegó el pasaje central, la sala entera se unió en un coro estremecedor: “I’m sitting here alone in darkness / waiting to be free / lonely and forlorn I’m crying / I long for my time to come” / “Estoy sentado aquí, solo en la oscuridad / esperando ser libre / solitario y desolado estoy llorando / anhelo que llegue mi momento”. Ese canto compartido convirtió la despedida en algo más grande que un concierto. Fue la confirmación de que CANDLEMASS no solo vino a tocar: vino a conjurar un ritual donde público y banda se fundieron en la misma vibración oscura y solemne, sellando una noche que se recordará como histórica.
El show tuvo tres dimensiones que se realimentaron constantemente: un sonido perfecto, cristalino y demoledor; un público enganchado con la propuesta y conocedor de las canciones, que respondió con devoción a cada riff; y una banda con ganas de mostrar sus virtudes, entregada a pleno en cada ejecución. Esa conjunción fue la que terminó por concretar una noche que, para muchos, será inolvidable.
CANDLEMASS eligió Buenos Aires para reafirmar sus 40 años de historia, y lo hizo con la contundencia de una banda que no necesita justificar su vigencia. Entre clásicos atemporales, la energía de un público devoto y la sensación de estar ante un ritual más que un simple concierto, el segundo desembarco argentino de los suecos quedará en la memoria como una noche donde el epic doom mostró toda su fuerza y solemnidad.
Y si algo queda claro al repasar lo vivido es que CANDLEMASS diseñó un show pensado para ser intenso de principio a fin. Abrir con un tema que podría haber cerrado y cerrar con un himno que definió un género habla de la seguridad de una banda que no teme jugar sus cartas maestras de entrada. Quizá, por eso mismo, quedó la sensación de que podrían haber agregado algunas canciones más: no porque el setlist fuera insuficiente, sino porque el público estaba dispuesto a seguir inmerso en ese ritual durante horas.
La primera visita de 2016 fue apenas un anticipo; esta segunda, con Edling de vuelta en escena, funcionó como confirmación. Y quizá, cuando dentro de algunos años se recuerde esta fecha, se hable de ella como el momento en que el epic doom dejó de ser un género de culto en estas tierras para convertirse en un capítulo vivo de nuestra propia historia metalera. Porque más allá del setlist y la entrega de la banda, lo que se celebró en el Roxy fue la presencia de Leif Edling, no solo bajista sino también líder espiritual y conceptual de CANDLEMASS: el hombre que imaginó un universo oscuro, denso y épico, y que sigue guiando a la banda con la misma convicción que en 1986.
CANDLEMASS es una sobreviviente. Como BLACK SABBATH, pasó por épocas difíciles, cambios de cantantes y mutaciones de la industria, pero hoy se planta como una referencia indiscutible: un faro del doom que sigue iluminando —con su propia oscuridad— a nuevas generaciones de fieles.
ARARAT: el prólogo argentino
La noche abrió con ARARAT, el proyecto más personal y duradero de Sergio Chotsourian, cuyo nombre remite a sus raíces armenias. Si LOS NATAS marcaron un antes y un después en el stoner argentino, con ARARAT el bajista y cantante profundizó una búsqueda propia que se extendió durante más de una década, con diferentes etapas donde participaron músicos como Tito Fargo, Alfredo Felitte, entre otros. Su último trabajo, IV, contó con Jorge Araujo en batería y plasmó la idea de un “electro criollo”: un cruce entre psicodelia, trance experimental y rock pesado donde las guitarras quedan relegadas en favor de bajo, batería y teclados, sin perder contundencia ni matices.
En esta fecha, la formación reducida con Chotsourian en bajo y voz y Gastón Gullo en batería mostró la faceta más cruda y directa de la banda. De visible buen humor y consciente de que el público de CANDLEMASS estaba más cercano al metal que al stoner-doom-sludge que ellos proponen, Chotsourian improvisó intervenciones que desataron sonrisas. “Lo que nosotros hacemos es doom criollo y estos inventaron el género. Es como si alguien va a Suecia a ver chacarera y malambo”, bromeó antes de lanzar con entusiasmo un “¡Vamos CANDLEMASS!”. Acto seguido invitó a cantar el clásico “ooo vamos CANDLEMASS”, que efectivamente estalló en la sala y luego se repetiría durante el show de los suecos como un guiño compartido. El cierre fue con una frase sardónica que redondeó el espíritu de la intervención: “Si no le ponemos humor al doom terminamos en el cementerio”. Esa mezcla de densidad musical y desparpajo terminó por convertir su set en un prólogo perfecto para la ceremonia mayor que vendría después.
Texto: Carlos Noro
Fotos: Seba delacruz
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