Fecha: Jueves 6 de marzo, 2025 | Hora: 19 hs. | Lugar: Uniclub | Bandas invitadas: INTERCEPTOR y VELOCIDAD 22
Un Uniclub con una interesante concurrencia (dando la pauta de que cuando los costos permiten poner precios accesibles en las entradas el público acompaña) generó lo buscado: una gran noche de heavy metal
NIGHT DEMON: Rápidos y furiosos
En su segunda visita a la Argentina (habían estado en 2017 en Museo Rock) NIGHT DEMON volvió para confirmar que es de ese tipo de bandas en vivo que, más allá de lo que uno pueda apreciar en los discos, dan una muestra cabal y certera de su propuesta. El instrumento para lograr esto fue claro: un show contundente, veloz y sin fisuras, demostrando que el formato trío puede ser una aplanadora si se sabe aprovechar al máximo.
Desde el arranque con Prelude y Outsider, quedó claro que la banda no necesita más que un bajo omnipresente, una guitarra afilada y una batería implacable para desatar el caos. El sonido fue ensordecedor – una característica para nada negativa en este tipo de bandas – con la guitarra de Armand John Anthony cubriendo cada espacio con riffs filosos y solos que combinan el frenesí del speed metal con la crudeza del thrash ochentero. Su pericia fue francamente sorprendente, yendo de lo melódico a lo veloz sin ningún tipo de inconveniente, incluso sintetizando con facilidad el complejo trabajo de guitarras que tiene la banda en el estudio. El jovencísimo Brian Wilson, por su parte, llevó la base rítmica con una pegada brutal y técnica , asegurando que cada golpe de su batería sonara como un martillazo en el pecho, cuestión clave para una banda que se basa en el acelere y los ritmos frenéticos para desarrollar su propuesta.
Sin embargo, no todo fue perfecto en lo técnico. Durante varios momentos del show, el bajista y cantante Jarvis Leatherby se mostró molesto por problemas con el sonido de su bajo, lanzando algunas miradas de desaprobación a los costados y gestos que dejaban claro su fastidio. En algunos tramos, su instrumento quedaba enterrado en la mezcla, perdiendo peso en la estructura del trío; pero no impactó en el desarrollo general del set: la sensación fue que era más un problema de cómo se escuchaba él mismo en escena . Aun así, su entrega no disminuyó ni un segundo, y su actitud desafiante sostuvo la energía de un set que jamás cayó en intensidad. Lo del trío fue sencillamente demoledor mezclando sus influencias de MOTORHEAD, IRON MAIDEN, el heavy clásico y el thrash de principios de los ochentas con una habilidad sorprendente, al punto que el mismo Leatherby bromeó con un “estamos sonando como en 1984” en el momento que parecía contrariado por los problemas técnicos.
En este contexto, las canciones elegidas para el set dieron cuenta del panorama sonoro que propone la banda. Hubo momentos donde la velocidad y la furia dominaron, y otros donde la banda bajó un cambio para sumergirse en terrenos más oscuros y densos intentando encontrar el contraste entre ambos universos. Con Escape From Beyond, el trío exhibió su habilidad para combinar velocidad y melodía, con un riff que recordaba al speed metal ochentero de RIOT, pero con un toque moderno y agresivo. Leatherby cantó con una mezcla de fiereza y melodía, mientras la batería mantenía un ritmo frenético que empujaba al público a un pogo que, a pesar de ser algo tímido, convocó a unos cuantos que hasta este momento permanecían expectantes. Screams in the Night, por su parte, se transformó en uno de los momentos más participativos del show. Desde el primer acorde, el público entendió que era hora de corear con el puño en alto. Anthony se lució con un solo de guitarra cargado de dramatismo, mientras la base rítmica seguía disparando con la precisión de una ametralladora.
El ambiente cambió con The Chalice, que trajo un aire más denso y teatral, más cercano al medio tiempo. Aquí, la banda dejó de lado la velocidad para sumergirse en una atmósfera ritualista, mientras la guitarra dibujaba un riff hipnótico y oscuro. La batería, en lugar de atacar a máxima velocidad, marcó un ritmo pesado y envolvente generando un interesante contraste con la velocidad frenética propuesta al principio del show
El cover de IRON MAIDEN , Killers, fue una verdadera bomba. A diferencia de otras versiones que intentan imitar el sonido de Maiden, NIGHT DEMON la tocó a su manera: con un tempo más acelerado y un filo más speed metalero. Leatherby no intentó emular a Paul Di’Anno ni a Bruce Dickinson, sino que la interpretó con su estilo, más agresivo y con una actitud casi punk. La guitarra sonó más filosa que en la versión original, y la base rítmica le imprimió una energía demoledora, que convirtió el tema en un punto alto de la noche.
En la recta final, Welcome to the Night y Black Widow mantuvieron la intensidad al máximo. El primero fue un ejemplo perfecto del equilibrio de la banda entre melodía y fuerza bruta, con Leatherby explotando cada palabra con un tono desafiante. Black Widow, en cambio, fue puro fuego: un riff amenazante, un ritmo que arrastraba al público como una tormenta y un solo de guitarra que parecía sacado de un disco de la NWOBHM.
El cierre llegó con Night Demon, una declaración de principios. El trío descargó su última ráfaga de energía sin guardarse nada y se fue del escenario sin bises ni despedidas exageradas. Directo y al grano, como debe ser en el heavy metal.
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CIRITH UNGOL: Herencia metalera
El comienzo del show de la legendaria banda estadounidense, dejó en claro el vínculo entre las dos bandas. Más allá de ser oriundas de la ciudad de Ventura en California, la curiosidad es que la formación de CIRITH UNGOL incluyó a Armand John Anthony en guitarra, Jarvis Leatherby en bajo; junto a dos miembros “clásicos” del grupo: Robert Garven en batería y Tim Baker en voces generando para los primeros el desafío de bajar las revoluciones para sumergirse en la propuesta oscura y densa de uno de los referentes del under del heavy metal estadounidense de finales de los setenta y principios de los ochentas.
Más allá del show en sí la relación entre los integrantes tiene su historia: Leatherby fue clave en la resurrección de CIRITH UNGOL no solo como bajista en vivo, sino también como manager y motor detrás de su regreso en 2015 luego de que el grupo haya literalmente desaparecido. Además, Armand John Anthony ha trabajado como productor en sus últimos discos, asegurando que el sonido de la banda se mantenga fiel a su esencia. La sensación es que, más allá de que se suela ansiar ver las bandas compuestas por sus miembros originales, aquí bajista y baterista no solo están para hacer posible que el grupo pueda despedirse de los escenarios dignamente, sino que aportan una visión honesta de fan que respeta el legado de un grupo con el que han crecido y admirado por ser parte de su lugar de nacimiento.
Desde el inicio con Atom Smasher, quedó claro que la banda iba a entregar una interpretación cruda y poderosa. El riff afilado y el ritmo acelerado marcaron el tono de la noche, mientras que la voz de Baker, que en los discos suele sonar sepultada en la mezcla para generar un efecto espectral, en vivo se elevó con dramatismo. I’m Alive continuó en esa línea con un tono aún más desafiante, donde la guitarra y el bajo se entrelazaron para reforzar la sensación de urgencia y fatalidad.
Con Sailor on the Seas of Fate, la banda bajó la velocidad y sumergió a la audiencia en un viaje melancólico y sombrío. La estructura de la canción permitió que Baker interpretara la letra con una teatralidad casi narrativa, evocando la incertidumbre del navegante errante. Luego, Blood & Iron recuperó la intensidad, con riffs opresivos y un coro que retumbó como una marcha de guerra, mientras la batería marcaba un ritmo casi ritualista.
Uno de los momentos más densos llegó con Chaos Descends, donde la banda construyó una muralla de sonido basada en guitarras pesadas y cambios de tempo abruptos que transmitieron un sentimiento de desesperación apocalíptica. En Master of the Pit, la ejecución instrumental fue clave: los solos evocaron imágenes de rituales ocultos, mientras que la base rítmica se mantuvo hipnótica, sumergiendo a la audiencia en una atmósfera oscura y ceremoniosa.
Si hubo una figura que marcó la noche, fue sin dudas Tim Baker. Su presencia escénica fue única: comparable a un Rob Halford aún más entrado en años, pero con un aire ominoso, se mostró como un hechicero que ha visto el fin de los tiempos y viene a advertirnos lo que sucederá. Con sus característicos anteojos oscuros, recorrió el escenario con movimientos pausados, pero siempre con una intensidad teatral que reforzaba el dramatismo de cada canción.
Su voz, un alquímico equilibrio entre épica y lamento, fue el alma del show. A diferencia de tantos vocalistas veteranos que han perdido su esencia con los años, Baker mantiene intacto su inconfundible timbre rasposo, lleno de angustia y fuerza, con ese eco permanente que en vivo lo hace sonar como un ente parlante de otra dimensión. Su interpretación no solo fue vocal, sino también gestual: en cada canción alzaba las manos como si estuviera invocando fuerzas invisibles o miraba al público como si nos estuviera relatando profecías escritas en un pergamino antiguo, generando momentos en los que su teatralidad fue tan profunda que el show fue absorbido por una atmósfera oscura y ominosa.
La interpretación de King of the Dead fue un punto culminante de esto que decimos, con su riff majestuoso y la combinación de secciones rápidas y lentas, que reflejaron la dualidad entre poder y decadencia en la historia que narra. En Black Machine, la banda optó por un enfoque más directo, con un riff demoledor y una entrega vocal agresiva por parte de Baker, quien recitó las líneas con la intensidad de un profeta en trance, en otro de los momentos en donde el cantante se dejó llevar por la intensidad y los contrastes de las canciones.
Hacia el final, Looking Glass trajo un breve respiro con sus melodías etéreas y su estructura envolvente, antes de que la noche culminara con Join the Legion, un himno de resistencia que la banda interpretó con furia y determinación. Sin bises, pero con un impacto innegable, la despedida dejó en claro que CIRITH UNGOL es un referente clave a la hora de imaginar la relación entre el doom metal y el heavy metal. Más que una simple relación entre músicos, lo que une a NIGHT DEMON y CIRITH UNGOL es una visión en común: mantener viva la llama del heavy metal más puro, ya sea desde la velocidad del speed o desde las sombras del metal épico y doom. En Uniclub, quedó claro que ambas bandas, con su propio estilo, son herederas de una tradición que sigue golpeando fuerte y resistiendo el paso del tiempo.
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INTERCEPTOR y VELOCIDAD 22: A la altura de las circunstancias
La noche comenzó con dos exponentes del metal argentino que dejaron en claro que la escena local también incluye propuestas que siguen una impronta más tradicional. INTERCEPTOR abrió la velada con un heavy metal de corte tradicional, cargado de riffs afilados y una actitud desafiante. Desde el arranque quedó claro que su propuesta se basa directamente de la escuela clásica del género, con armonías de guitarra melódicas y una base rítmica que no da respiro. Con una intensidad sin descanso, sostuvieron a la perfección un set que recordó a bandas como RUNNING WILD o al IRON MAIDEN más vertiginoso. La respuesta del público fue de respeto y aprobación, con un headbanging constante que creció a medida que avanzaba el set. Por su parte, VELOCIDAD 22 subió la temperatura con su speed metal directo y agresivo, evocando la crudeza de ochentas pero con una mirada actual. Culto al acero fue un torbellino de riffs rápidos y un bajo distorsionado que generó los primeros pogos de la noche. El heavy es violencia e Hijos del Caos por su parte, mantuvieron el vértigo con estribillos furiosos que se convirtieron en un grito de guerra para varios que habían ido temprano para ver el show. La interesante química que logra la banda remitiendo por bandas como V8 o RIFF pero con un sonido actual, los muestra como una de las propuestas más atrapantes de los últimos años. Recomendamos Alcohol y Gasolina su último disco como una manera de conocer su impronta de heavy veloz con elementos thrashers.