Fecha: Domingo 12 de octubre, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Teatro Flores | Bandas invitadas: LÁZARO – TUNGSTENO
El regreso de Rob Dukes a la voz de EXODUS no solo implicó el retorno de un viejo aliado, sino también la reactivación de una era fundamental en la evolución del grupo. Su primera etapa, entre 2005 y 2014, marcó un quiebre estético y técnico dentro de la banda: EXODUS pasó de ser un emblema histórico del thrash a una máquina de precisión moderna, forjada entre giras, cambios de formación y una renovación sonora que no admitía improvisaciones. Dukes fue, en ese contexto, mucho más que un reemplazo. Su registro grave, su actitud frontal y su carisma agresivo le dieron a la banda una identidad distinta, más contemporánea, sin renunciar a la violencia del legado original. Durante esos años, EXODUS visitó Argentina en repetidas ocasiones con Dukes al frente, dejando su marca en escenarios como El Teatro Flores, Groove, Rosario e incluso en una inusual aparición en el Cosquín Rock, donde el thrash irrumpió en pleno corazón del Valle de Punilla ante un público tan sorprendido como fascinado. Fueron shows donde se consolidó una relación directa con el público argentino, una conexión de cuerpo a cuerpo, sin filtros ni distancia, que todavía hoy define la intensidad de cada reencuentro.
Los discos de esa etapa —Tempo of the Damned, Shovel Headed Kill Machine, The Atrocity Exhibition… Exhibit A y Exhibit B: The Human Condition— mostraron a una banda más estructurada, más técnica y más oscura, donde el caos encontró método y la furia se volvió ingeniería. A esa transformación se sumó el paso decisivo de Gary Holt por SLAYER, tras la muerte de Jeff Hanneman, un período en el que el guitarrista perfeccionó su precisión y su disciplina, trasladando luego esa exigencia a EXODUS. De esa combinación surgió un salto de calidad y profesionalismo que el grupo no había tenido antes: el thrash seguía siendo el idioma, pero ahora con una gramática más pulida, más consciente de su peso y de su historia. Un punto clave en esa evolución llegó en 2008, cuando EXODUS decidió regrabar Bonded by Blood bajo el nombre Let There Be Blood, con la formación moderna del grupo. En esa nueva versión, Gary Holt y Tom Hunting fueron los únicos miembros originales que participaron, mientras que Rob Dukes asumió la voz principal. El resultado fue una reinterpretación más precisa, potente y actualizada del clásico, una forma de reafirmar que la banda no vivía del pasado, sino que lo reescribía.
El ingreso al escenario fue tan abrupto como desconcertante. Antes de que se encendieran las luces, una grabación se filtró por los parlantes: un diálogo entre dos voces, confuso, desprolijo, carente de ritmo o intención aparente. ¿Un homenaje a la leyenda del cantante original de la banda, el ya fallecido Paul Baloff? Tal vez. Pero la pieza resultó imprecisa, un murmullo que, más que rendir tributo, generó una tensión expectante. Y justo cuando ese fragmento se apagó, el silencio se rasgó: el riff de Bonded by Blood surgió como un violento desgarro en el aire. Tras ese estallido inicial, apareció en escena una formación que llevaba impreso otro dato: Kragen Lum, guitarrista de HEATHEN al igual que Lee Altus, ocupaba uno de los puestos. Lum había reemplazado al histórico Jack Gibson por cuestiones personales y era un nombre familiar dentro del circuito thrash, incluso por haber sustituido al propio Holt cuando este debió asumir compromisos ineludibles con SLAYER. Esa presencia reforzó la idea de una banda que, lejos de repetir fórmulas, sigue en constante mutación sin perder su esencia.
El Teatro Flores, rendido ante el estruendo, se transformó en una cámara de combustión. Lo que en Bonded by Blood nació como furia juvenil, ahora era una máquina calibrada: un choque de precisión sobre la rabia primigenia. Gary Holt, concentrado y meticuloso, dirigió cada riff con autoridad, mientras Tom Hunting mantenía el pulso como un martillo neumático. Y en el centro del escenario, Rob Dukes imponía su figura monumental. Hay algo en su presencia que excede el rol de frontman: es una especie de agitador del mal, un catalizador de energía oscura. Con solo una mirada logra que la gente se prenda fuego. Su gesto, entre el desafío y la sonrisa perversa, enciende a la multitud como si liberara una descarga invisible. Holt lo observa desde su rincón y sonríe: sabe perfectamente de ese poder, lo conoce, lo mide y lo disfruta. El momento más simbólico llegó durante And Then There Were None, justo antes de la parte más veloz. Holt y Dukes se acercaron al centro del escenario, intercambiaron una mirada cómplice y chocaron los puños con violencia, como dos gladiadores que reconocen el inicio del combate. Ese gesto, breve pero cargado de electricidad, condensó el espíritu de la banda: respeto, camaradería y furia compartida. Lo que siguió fue una detonación, una descarga de velocidad y precisión que hizo vibrar hasta las columnas del teatro. La agitación de Dukes fue inmediata: arengaba al público con movimientos de brazos, desafiándolos a romper la quietud, y el resultado fue uno de esos pogos que parecen una carnicería, un torbellino de cuerpos empujándose entre sí como si el suelo ardiera. No había distancia entre el escenario y la multitud; todo era un mismo bloque de energía desbordada. En ese clima de frenesí, A Lesson in Violence emergió como un himno de supervivencia.
Y cuando llegó Metal Command, el fervor alcanzó su punto máximo. Desde los primeros versos: “Convicted to the gallows of your mind, trapped inside your skin while the end draws near” (“Condenado al patíbulo de tu mente, atrapado en tu propia piel mientras se acerca el final”) todo Flores gritó la letra como si fuera una sentencia propia y después elevó la apuesta “Fists are in the air, thrashing everywhere, banging to the sound, faces melting down…” (“Puños en alto, el thrash estalla por todas partes, golpeando al ritmo, rostros derritiéndose…”) “It’s time to fight for metal tonight! Bangers take your stand and obey our metal command!” (“¡Es hora de luchar por el metal esta noche! ¡Headbangers, tomen su lugar y obedezcan nuestro comando metálico!”) generando una comunión poco frecuente. La banda y la gente cantaron la canción al unísono, como un pacto de sangre entre escenario y público. Dukes y su enorme figura fueron el eje: una especie de agitador del mal que con solo su mirada hacía que la gente se prenda fuego, mientras Holt lo observaba y sonreía, sabiendo perfectamente de ese poder.
El único punto débil de la noche fue el sonido, irregular desde los primeros compases. En un Teatro Flores completamente colmado, la mezcla no alcanzó la nitidez necesaria para apreciar el entramado de guitarras que caracteriza a EXODUS. Desde los laterales y, sobre todo, en la parte trasera del recinto, las frecuencias se empastaban: el muro rítmico de Holt, Altus y Lum perdía definición, convirtiendo algunos pasajes en una masa sonora difícil de descifrar. La voz de Dukes, poderosa y afilada, tampoco logró imponerse del todo sobre ese torbellino. No fue falta de entrega, sino de ecualización: la energía desbordó a la precisión.
Con Deathamphetamine llegó la primera gran sacudida del tramo moderno: recontra oscura y thrashera, se sintió como un descenso al núcleo más denso de EXODUS. El riff inicial, espeso y corrosivo, arrastró al público hacia una atmósfera sin respiro. Holt y Altus tejían una red de guitarras afiladas mientras Tom Hunting imponía un pulso frenético. En el centro, Dukes rugía con autoridad, su voz resonando como parte de la percusión. El paso a Blacklist fue un cambio de textura, pero no de intensidad. El público lo reconoció de inmediato y lo celebró como lo que es: un verdadero clásico moderno del grupo, tan festejado como cualquier canción de la vieja escuela. En medio del tema hubo un momento tan absurdo como memorable: Holt ejecutaba los acordes con la mano izquierda mientras Dukes tocaba las cuerdas con la derecha, y un asistente le acercó una cerveza al guitarrista, que bebió sin dejar de tocar. La escena desató carcajadas entre el público, una pausa mínima de humor en medio del caos. El clima cambió por completo con Fabulous Disaster, una de esas canciones que condensan el ADN de EXODUS: velocidad, groove y actitud. Luego vino No Love, y con ella el descenso. Antes de que la banda entrara de lleno, Holt tomó el centro del escenario y quedó solo, tocando la introducción instrumental lenta, casi de música clásica. Cuando el resto del grupo se sumó, el cambio fue brutal: de la calma a la tormenta. Fue uno de los momentos más pesados del show, donde la banda demostró que puede ser tan opresiva como veloz.
Con Deliver Us to Evil, EXODUS entró en un tramo cargado de emoción. Dukes la presentó como una de sus favoritas y la dedicó a Paul Baloff. La interpretación fue aplastante, una misa metálica dedicada a los caídos. Antes de Piranha, Dukes hizo un breve juego con el público al estilo Freddie Mercury, y cuando el riff irrumpió, la violencia fue total. En medio del caos, Holt realizó su clásico truco: levantó la guitarra con la palanca del trémolo y la hizo vibrar como un animal herido. En esta parte, la banda volvió a tocar canciones de Bonded by Blood, pero en un orden distinto al del comienzo, reescribiendo su propio manifiesto en tiempo real.
El tramo final del concierto fue una descarga de pura supervivencia. Con Brain Dead, EXODUS volvió a ese territorio donde el thrash se mezcla con la urgencia punk. El riff inicial estalló como una alarma y la pista se volvió un torbellino. El pogo era tan violento como constante: cuerpos que chocaban, que caían, que se levantaban sin dejar de moverse. La canción, directa y cortante, funcionó como un recordatorio de que la brutalidad también puede ser contagiosa. Antes de Impaler, el Teatro entero se entregó a un coro inesperado: “¡Pelado, pelado, pelado!”. Durante largos segundos, el público argentino le dedicó el cántico a Rob Dukes, que respondió con una sonrisa incrédula y un gesto de aprobación. Fue un momento de distensión dentro de la furia, una muestra de esa conexión única entre la banda y su público: el humor como otro lenguaje del metal. Impaler retomó de inmediato la tensión. Las guitarras de Holt y Altus se cruzaban en armonías vertiginosas, milimétricas, con una sincronía que desafiaba el caos alrededor. Dukes, en el centro, parecía alimentarse de esa violencia, midiendo los tiempos con precisión quirúrgica, como si dirigiera una orquesta de demolición. Fue uno de los momentos más sólidos del set: técnica y barbarie en perfecto equilibrio. Al terminar, la banda abandonó el escenario por un instante. Entonces el público tomó el control. Durante un largo rato, el Teatro Flores se llenó de un canto ensordecedor: “Olé, olé, olé, olé… Exodus, es un sentimiento…no puedo parar”. Era un tributo espontáneo, el tipo de ovación que en Argentina trasciende lo musical. No era solo devoción: era pertenencia. La banda volvió entre sonrisas, visiblemente emocionada, recibiendo esa marea humana que rugía su nombre como si se tratara de un himno nacional.
El regreso comenzó con un breve homenaje que, si bien cargado de guiños, resultó algo descontextualizado. Gary Holt lanzó el riff de Raining Blood de SLAYER, seguido por Motorbreath de METALLICA, en una suerte de medley improvisado que no llegó a fundirse del todo con el espíritu de The Toxic Waltz. Sirvió, eso sí, para encender al público antes del clímax final. En el pequeño espacio que quedó tras el cierre de Motorbreath, la banda detuvo el ataque por unos segundos y el público volvió a hacerse oír, coreando otra vez por EXODUS, como si reclamara el último golpe. Solo entonces, entre gritos y ovaciones, comenzó The Toxic Waltz. Lo que siguió fue una erupción colectiva. El riff principal sonó como una descarga de adrenalina pura. El pogo, gigantesco, devoró la pista entera. El tema fue más que un clásico: fue una celebración del caos, una danza violenta en la que nadie se guardó nada.
Y cuando llegó Strike of the Beast, el final se transformó en un estallido apocalíptico. Rob Dukes, consciente de su papel y de su historia, revivió su ya clásico wall of death, esa división del público en dos paredes humanas enfrentadas que él mismo había convertido en leyenda durante una histórica presentación en Wacken, viralizada años atrás. Con la autoridad de un comandante vikingo, marcó el ritmo con los brazos, incitó a los bandos a prepararse y lanzó la orden con un rugido que atravesó el teatro. El impacto fue instantáneo: las dos masas se chocaron en el centro como si el suelo mismo temblara. Fue un momento de pura catarsis física, el tipo de experiencia que explica por qué EXODUS no solo se escucha: se vive fisicamente.
Cuarenta años después de Bonded by Blood, EXODUS ofreció en el Teatro Flores algo mucho más significativo que un concierto conmemorativo: una clase abierta sobre cómo se construye, se sostiene y se actualiza la gramática del thrash metal. El regreso de Rob Dukes al micrófono reactivó una de las etapas más sólidas del grupo y devolvió a su sonido una densidad expresiva que había quedado grabada en los discos más técnicos y oscuros de la banda. Su voz, grave, cortante y precisa, funcionó como el verbo central de esa gramática: una forma de nombrar la furia y dotarla de sintaxis. A su lado, Gary Holt y Tom Hunting, los dos sobrevivientes de la formación original, fueron la puntuación que sostiene el discurso: el primero con riffs que articulan sentido más allá de la velocidad, y el segundo marcando la cadencia exacta de una lengua que se golpea y se repite hasta encontrar su verdad. Ambos demostraron que el thrash, más que un género, es un sistema de signos que se escribe con cuerpo, sudor y disciplina.
El show fue una afirmación y no un recuerdo. EXODUS tocó con la energía de una banda que todavía siente la necesidad de convencer, y lo hizo sin apelar a la nostalgia, con una precisión que no busca lucimiento, sino contundencia. Cada tema funcionó como una frase dentro de un texto mayor, un texto que lleva cuarenta años escribiéndose sobre escenarios, discos y cicatrices. El público, lejos de comportarse como testigo, fue parte activa de esa escritura colectiva: cada pogo, cada coro, cada golpe de puño al aire fue una marca más en la página infinita del thrash. Mientras muchas bandas de su generación repiten la estructura del recuerdo, EXODUS eligió la tarea más difícil y noble: seguir redactando. Y si el thrash puede entenderse como un idioma, entonces EXODUS es su gramática viva, el conjunto de reglas invisibles que hacen posible que otros hablen, griten o desafinen dentro de un orden mayor. Porque el thrash no es improvisación: es la tensión perfecta entre el caos y la forma, entre la violencia y la precisión, entre la sangre y la métrica. No hubo complacencia ni artificio, sino una demostración de coherencia estética y vital. En el Teatro Flores, EXODUS no celebró un aniversario: ejerció su propio legado con la ferocidad del presente, dictando una vez más —a volumen insoportable y con absoluta lucidez— las reglas de esa lengua que ellos mismos inventaron: la gramática de la velocidad y la violencia.
TUNGSTENO y LÁZARO: Un mismo lenguaje
Antes del plato fuerte, las bandas soporte también dejaron su marca y demostraron que el thrash argentino goza de una vitalidad que no necesita reivindicarse: simplemente suena, se impone y contagia.
LÁZARO, con su sonido filoso y directo, abrió la noche con un set tan potente como simbólico. La fecha coincidió con el lanzamiento de su disco Morir y Resucitar, un título que pareció resumir a la perfección la historia del grupo y la tenacidad de sus integrantes, todos viejos guerreros de la escena local. Formados por Jorge Moreno (guitarra), Diego Núñez (batería, ex METRALLA), Pablo Maldonado (bajo, MALICIA), Alejandro Sala (voz, ex PLEGARIAS) y Hernán Pinello (guitarra, ex MORTHIFERA), ofrecieron una presentación sólida, y una energía arrolladora.
Entre temas como R.C. Sangriento, Moreno asumió el rol de interlocutor de la banda con un discurso que combinó realismo y compromiso: “Otra vez pisando el escenario. Ejemplo de no abandonar y que sepan que no hay edad para hacer metal. No se desanimen. Al contrario de lo que dijo el cantante de BEHEMOTH: armen bandas.”, retomando una entrevista a Nergal quien con su habitual tono provocador dijo que no hay lugar en el mercado para bandas nuevas. En lo musical, LÁZARO conserva de manera evidente ciertos rasgos del ADN de SERPENTOR —la base rítmica implacable, los riffs afilados y esa concepción del thrash como ataque frontal—, pero los lleva hacia un sonido más moderno, con estructuras más densas, un pulso más grave y, por momentos, un enfoque abiertamente extremo. Se percibe una intención clara de expansión estilística, de incorporar matices que van más allá del thrash tradicional sin perder agresividad ni precisión. Seguramente, a medida que la banda sume volumen de shows y continúe consolidando su formación, LÁZARO afinará su propuesta y su sonido, encontrando el punto justo entre brutalidad y definición.
Después fue el turno de TUNGSTENO, que subió la intensidad con un set tan rápido como incendiario. El grupo —cada vez más consolidado como presencia infaltable en los shows internacionales— desató una ráfaga de riffs con Vino y velocidad, Inminente aniquilación, Régimen de violencia, Escuadrón del thrash y Te-Thrash, un combo implacable que puso al público a girar como si el escenario se hubiera desplazado a la Bay Area. En medio de ese caos controlado, hubo un momento tan insólito como glorioso: TUNGSTENO dedicó su show a Ozzy Osbourne y a Miguel Ángel Russo, una mezcla improbable que sólo podría haberse gestado en el subsuelo del metal argentino. Entre risas, puños en alto y mosh desbordado, el gesto terminó por sellar lo que la música ya había dicho: la ironía también puede ser una forma de autenticidad.
Ambas bandas, desde lugares distintos, hablaron un mismo lenguaje: el del ruido como verdad, el del cuerpo como instrumento y el del escenario como territorio de supervivencia. Juntas, LÁZARO, TUNGSTENO y EXODUS demostraron que la gramática del thrash sigue escribiéndose con la misma tinta de siempre: velocidad, violencia y una convicción inquebrantable.
Texto: Carlos Noro
Fotos: Estanislao Aimar
Agradecemos a Marcela Scorca de Icarus Music por la acreditación al evento.
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