Cuando Steve “Zetro” Souza dejó EXODUS en 2004, la noticia cayó como una sentencia. Nadie sabía si aquella banda legendaria, nacida entre los escombros eléctricos de la Bay Area, lograría sobrevivir a otro cambio de piel. Eran tiempos extraños para el thrash: los viejos íconos se debatían entre la nostalgia y la reinvención, mientras las nuevas generaciones parecían haber perdido interés en el metal más agresivo y tradicional. Sin embargo, en el corazón de Gary Holt, único miembro original aún en pie, seguía encendida la convicción de que EXODUS no debía morir repitiendo su propio pasado, sino aprender a rugir de nuevo. Fue entonces cuando apareció Rob Dukes, un tipo sin pedigree histórico, un ex mecánico de autos y vocalista ocasional de la escena hardcore neoyorquina, cuya voz tenía la textura exacta de una sirena industrial rompiendo la noche.
Desde el primer ensayo quedó claro que el grupo no volvería a sonar igual. Dukes no era un reemplazo de Zetro, sino una ruptura con todo lo anterior. Su voz era más gruesa, más áspera, más urbana; y su presencia en el escenario no tenía el histrionismo burlón de los ochenta, sino la rigidez de un hombre que canta con los puños apretados. Holt lo entendió enseguida: el thrash, para seguir vivo, debía dejar de ser un revival. Así nació Shovel Headed Kill Machine (2005), un disco que no solo renovó la energía del grupo, sino que redefinió el sonido del género para toda una generación. Aquella colección de canciones —tan violentas como quirúrgicas— llevaba una nueva estética: la de un EXODUS que se enfrentaba al siglo XXI sin guiños ni sentimentalismos. Deathamphetamine, Going Going Gone y Karma’s Messenger fueron el anuncio de una era en la que la velocidad ya no alcanzaba; hacía falta peso, densidad, una oscuridad que se sintiera real. El contexto acompañaba. El mundo acababa de entrar en la paranoia post 11-S, y el metal, acostumbrado a jugar con la rabia como una ficción, volvía a enfrentarse a la violencia tangible de las guerras, la vigilancia, la alienación cotidiana. En ese marco, la voz de Rob Dukes parecía más pertinente que nunca: ya no era un grito juvenil, sino un rugido cívico, el de alguien que entendía la furia como síntoma y no como pose. Su manera de ocupar el escenario no buscaba empatía, sino confrontación. En lugar de invitar al pogo, lo imponía. Era un frontman de otra época, uno que no sonreía, no negociaba, no buscaba aplausos: arrojaba su voz como si escupiera un metal incandescente.
Dos años después, The Atrocity Exhibition… Exhibit A (2007) consolidó aquella transformación. Fue el disco más ambicioso de EXODUS desde los ochenta, con estructuras extensas, letras de resonancia política y un tono casi conceptual. Holt y el baterista Tom Hunting trabajaron como ingenieros de demolición, construyendo un sonido saturado y preciso al mismo tiempo, mientras Dukes se convertía en el portavoz de un mundo descompuesto. En Children of a Worthless God su interpretación fue casi apocalíptica, una mezcla de sermón y profecía, mientras que Funeral Hymn condensaba en ocho minutos la violencia, la angustia y la lucidez de una banda que ya no necesitaba justificarse ante nadie. La gira que acompañó ese lanzamiento mostró a un EXODUS más sólido que nunca, con un público que, aunque al principio desconfiaba, terminó rindiéndose ante la contundencia de un show sin adornos.
En 2008, el grupo decidió regrabar su debut clásico bajo el título Let There Be Blood, un gesto que generó polémica entre los puristas pero que, con el tiempo, se reveló como una operación artística de enorme valor. Holt quiso demostrar que el espíritu de Bonded by Blood no pertenecía a una década, sino a una forma de entender la música: agresiva, directa y sin complacencias. Dukes, por su parte, no intentó imitar a Zetro; reinterpretó cada frase con su propio registro, transformando el thrash juvenil de 1985 en un grito adulto, cargado de furia contemporánea. Aquella decisión —revisar el pasado sin someterse a él— fue la clave estética de toda su etapa: EXODUS no negaba su historia, pero tampoco la idolatraba.
El punto culminante llegó en 2010 con Exhibit B: The Human Condition, quizás el disco más oscuro y complejo que haya grabado la banda. Las guitarras eran más densas, los temas más extensos y la lírica alcanzaba niveles de desesperanza inéditos. Holt lo describió como un álbum “sobre la miseria humana”, y no exageraba. Canciones como Class Dismissed (A Hate Primer) o March of the Sycophants exhibían una visión del mundo corroída por la corrupción, la apatía y la violencia institucional, mientras Dukes se convertía en narrador y víctima de esa distopía. Su interpretación era menos técnica que emocional: cada frase sonaba como una acusación, cada pausa como un golpe de martillo. En vivo, la banda alcanzó una potencia que rozaba lo insoportable. No había un solo instante de respiro; los conciertos se vivían como rituales catárticos, donde la agresividad se transformaba en una forma de comunión.
Durante esos años, EXODUS se consolidó como una de las agrupaciones más consistentes del metal extremo. No necesitaban reivindicar el pasado ni competir con sus contemporáneos. Mientras algunas bandas de la vieja guardia se replegaban en el recuerdo, Holt y Dukes empujaban el género hacia adelante. Su estética visual —ropa negra, luces frías, escenografía mínima— acompañaba esa idea: el thrash no debía ser una caricatura, sino un espejo de un mundo cada vez más brutal y desencantado.
Sin embargo, hacia 2013 empezaron a aparecer fisuras. Después de casi una década de trabajo ininterrumpido, las tensiones internas, el desgaste de las giras y las diferencias creativas fueron acumulándose. Holt, dividido entre EXODUS y su papel como guitarrista de SLAYER, comenzó a sentir la necesidad de un cambio de rumbo. En 2014, sin grandes explicaciones públicas, Rob Dukes fue apartado de la banda y reemplazado, otra vez, por Steve “Zetro” Souza. El anuncio tomó por sorpresa a los fans y dejó una sensación ambigua: por un lado, el regreso del vocalista clásico prometía un cierre simbólico; por otro, significaba el final de una etapa que había demostrado que el thrash podía evolucionar sin perder brutalidad.
Con el tiempo, el propio Dukes reconocería que su salida fue dolorosa pero inevitable. “Di todo lo que tenía —dijo años después—, pero ya no estábamos mirando hacia el mismo lugar. Ellos querían volver atrás; yo quería seguir para adelante.” Esa frase resume la esencia de su paso por EXODUS: no fue un intérprete que cuidara una herencia, sino un artesano que se animó a deformarla para mantenerla viva.
Su legado permanece, no solo en los discos que grabó, sino en la actitud que impuso. La era Dukes enseñó que el thrash podía ser contemporáneo sin convertirse en un producto. Que la furia no envejece si se alimenta de la realidad, y que el peso no proviene solo de los amplificadores, sino también de la convicción. Cuando hoy se escucha Shovel Headed Kill Machine o Exhibit B: The Human Condition, no se oye nostalgia: se oye la respiración de una época que necesitaba volver a sentir peligro. Por eso, cuando Rob Dukes vuelva a subirse al escenario con EXODUS en 2025, no será una mera reunión. Será el retorno de una voz que representó la parte más incómoda, más humana y más sincera del thrash. El rugido de un hombre que, sin haber estado en los ochenta, entendió mejor que nadie el espíritu de esa música: no repetir lo aprendido, sino prenderle fuego y empezar de nuevo.
Parte II: la noche que cerrará el círculo
El regreso de Rob Dukes a EXODUS no se plantea como una simple reunión ni como un gesto de nostalgia, sino como un acto de justicia poética dentro de la historia del thrash. En el marco de la celebración por los 40 años de Bonded by Blood, la banda volverá al Teatro Flores el 12 de octubre para ofrecer un concierto con una promesa tan clara como contundente: interpretar Bonded by Blood completo, respetando su orden original, y sumar un puñado de canciones de distintas etapas que sirvan para enlazar el pasado con el presente.
La propuesta no busca recrear el sonido de 1985, sino revivir su espíritu. Cada riff de Gary Holt será un hilo tendido hacia aquel primer grito colectivo, y la voz de Rob Dukes, con su tono áspero y su energía sin teatralidad, ofrecerá una lectura más física, más inmediata, más en sintonía con los tiempos que corren. No se trata de reproducir un mito, sino de ponerlo otra vez en movimiento. En una época donde muchas bandas prefieren vivir del eco de sus mejores años, EXODUS parece decidido a mirar hacia atrás solo para tomar impulso.
El show se completará con una selección de temas que atravesarán la discografía moderna del grupo —desde The Atrocity Exhibition… Exhibit A hasta Blood In, Blood Out—, confirmando que su evolución no borró su identidad, sino que la volvió más nítida. La estructura del concierto promete equilibrio: la primera mitad como homenaje absoluto al debut, y la segunda como reafirmación de que la furia no envejece, solo cambia de forma.
La velada tendrá además un anclaje fuerte en la escena local, con LÁZARO y TUNGSTENO como bandas invitadas. En el caso de LÁZARO, la presentación marcará el punto de partida de una nueva etapa: una banda de thrash directo, potente y sin concesiones que ofrece su carta de identidad antes del lanzamiento de su debut discográfico. Formada por músicos de extensa trayectoria —Jorge Moreno (ex Serpentor, ex Metralla) en guitarra, Diego Núñez (ex Metralla) en batería, Pablo Maldonado (Malicia) en bajo, Alejandro Sala (ex Plegarias) en voz y Hernán Pinello (ex Morthifera) en guitarra—, la agrupación consolida un linaje dentro del thrash argentino que nunca dejó de evolucionar, aun en los márgenes del circuito.
Por su parte, TUNGSTENO representa la crudeza más actual del thrash nacional, con un sonido afilado y veloz que hunde raíces en la tradición ochentosa pero mantiene la urgencia del presente. Su presencia no es meramente introductoria, sino complementaria: cada una de las bandas, a su modo, expresa la misma resistencia, la misma pasión y la misma convicción que hicieron del thrash un refugio y una trinchera.
Cuando EXODUS comience a desgranar Bonded by Blood desde el primer compás, el Teatro Flores se convertirá en un espacio de comunión entre generaciones. Los que estuvieron desde los 90 reconocerán el pulso original; los que llegaron con los discos de la era Dukes encontrarán su continuidad natural. Y cuando la noche se cierre con Strike of the Beast o The Toxic Waltz, no quedará duda de que el thrash, más que un género, sigue siendo un modo de existir: una manera de resistir al desgaste del tiempo con ruido, energía y verdad.
EXODUS – en vivo en Argentina
📍Lugar: Teatro Flores, C.A.B.A.
📆 Fecha: 12 Octubre 2025
🎫 Entradas disponibles en: Icarus