RATA BLANCA en vivo en Buenos Aires: “Una firme convicción”


Fecha: Miércoles 19 de noviembre de 2025 | Lugar: Movistar Arena | Ciudad: CABA | Hora: 19 hs | Bandas Invitadas: No hubieron

Desde antes de que una cuerda vibrara o una luz descendiera sobre el escenario, el recital propuso una escena que funcionó como prólogo conceptual de toda la noche. En las pantallas se erguía un castillo antiguo, desgastado por siglos de humedad, dentro del cual una rata común, pequeña y aparentemente insignificante, permanecía encerrada tras una reja oxidada. Cuando la celda se abrió, el animal escapó hacia una ciudad mítica, hecha de murallas, torres y pasadizos que parecían existir en un tiempo fuera del tiempo. Allí comenzaron a surgir más ratas desde alcantarillas, túneles y grietas, como si la fuga de un solo cuerpo fuese suficiente para detonar una cadena de libertades simultáneas. No era una escena monstruosa: era un símbolo. Una señal de que lo pequeño, cuando deja de ser contenido, es capaz de transformar un territorio entero. Y así, con esa imagen como bisagra entre lo medieval y lo digital, RATA BLANCA entró al escenario para reclamar presencia en un presente que, contra todo pronóstico, todavía tiene espacio para la épica.

El inicio con Hijos de la Tempestad confirmó el estado de forma de la banda: afinada, contundente y con un sonido que privilegiaba la fricción entre claridad y potencia. En Solo Para Amarte la voz de Adrián Barilari todavía buscaba su ubicación definitiva dentro de la mezcla, algo que terminó de asentarse en Volviendo a Casa, donde su registro histórico emergió con nitidez. Ese equilibrio vocal resultó decisivo para que El Beso de la Bruja funcionara como un manifiesto estético: Walter Giardino eligió no modificar una sola nota respecto de la versión original, ejecutando rítmicas y solos con exactitud quirúrgica, como si la composición formara parte de un pequeño canon propio cuyo diseño no admite alteraciones. En ese tramo comenzaron a escucharse pedidos del público para subir la voz de Barilari, un clásico de la historia del grupo: el eterno pulso entre la hegemonía sonora de la guitarra y el espacio que la voz necesita para respirar.

La dialéctica entre estructura rígida e improvisación abierta alcanzó uno de sus puntos más fértiles en Talismán, una versión extendida que, lejos de la literalidad del disco, incorporó tintes de RAINBOW en su etapa Stranger in Us All (1995) y atmósferas que remitían a PINK FLOYD. Allí Danilo Moschen se convirtió en una pieza central del andamiaje, no como acompañamiento sino como sostén melódico, segunda guitarra emocional y creador de espacios donde Giardino podía expandirse sin desarmar la arquitectura del tema. Sus líneas de teclado, junto con los coros cuidadosamente colocados, sostuvieron las zonas más exigidas de la voz de Barilari y aportaron densidad a un frente sonoro que podría haberse vuelto caótico sin esa regulación precisa. Al mismo tiempo, Juan Pablo Massanisso en el bajo y Alan Fritzler en la batería ofrecieron un pulso firme, profundo y regular, capaz de contener la libertad controlada de Giardino sin perder estabilidad; su rol no fue ornamental, sino estructural.

En ese clima de expansión sonora, Rock es Rock!, apareció como una condensación conceptual. Barilari la presentó con la sobriedad que lo caracteriza, sin sobreexplicaciones ni arengas, y fue justamente esa desnudez gestual la que permitió que se impusiera la lectura más interesante: el título del tema funciona como una tautología, una afirmación tan simple que termina cargada de sentido. No intenta justificar el género ni defenderlo ante nadie, lo declara desde la obviedad, como si dijera que el rock persiste porque quienes lo ejecutan creen en él, no porque necesite revalidación externa. La interpretación, directa y compacta, respondió a esa lógica interna donde la música dice más que cualquier discurso.

Ese recorrido continuó con Cuando Sane tu Corazón, atravesada por láseres rojos que acentuaron su dramatismo, y con El Camino del Sol, donde un pequeño problema técnico con la voz de Barilari se resolvió gracias a la combinación entre su propio oficio y una intervención improvisada de Giardino que cerró el tema con fluidez, reforzado por un aporte rítmico decisivo de Fritzler. Haz Tu Jugada, ejecutada con la exactitud que la caracteriza, mantuvo la arquitectura sólida del set.

La comunión profunda entre banda y público se sintió con fuerza en Días Duros, interpretada con una convicción que mostró cómo ciertos temas sobreviven al paso de las décadas no por nostalgia, sino por pertinencia emocional. Por qué Es Tan Difícil Amar, que comenzó con pista grabada y terminó en manos de Giardino, volvió a exponer esa combinación entre planificación e impulso que define la etapa actual de la banda. Y luego llegó Chico Callejero, con una intro espesa que remitió a METALLICA y una dedicatoria de Barilari a su hijo Ruido —quien atraviesa un problema de salud— que cargó la interpretación de un peso emocional inesperado. El momento más sorprendente llegó cuando Giardino utilizó un vocoder en un solo extendido, generando una textura futurista que contrastó con el ADN urbano del tema y demostró que la banda todavía puede arriesgar sin perder identidad.

Aquí surgió otro aspecto central del concierto, no tanto en lo emocional sino en lo estructural: Magos, Espadas y Rosas fue ejecutado en su totalidad, pero de una manera que desarticuló cualquier expectativa de reproducción estricta del álbum original. En lugar de presentarlo como bloque, respetando el orden histórico que durante 35 años definió su respiración interna, Giardino decidió incrustar cada una de sus canciones en distintos momentos del set, como piezas de un rompecabezas que cobran sentido dentro de un relato mayor. Esta elección, deliberada y estratégica, generó un efecto dual: por un lado, evitó la nostalgia fácil del “lado A/lado B” reproducido tal cual, impidiendo que el público se recostara sobre el reconocimiento secuencial; por otro, abrió la puerta a pensar en lo que hubiese sucedido si, por única vez, la banda decidía interpretarlo en el orden original. Esa lectura inevitable deja ver que el impacto emocional habría sido más sorpresivo y más ritual, cargado de una energía casi ceremonial. Pero RATA BLANCA eligió otro camino: insertar la leyenda dentro del presente, en vez de reconstruirla como reliquia.

El tramo final mantuvo la intensidad con Guerrero del Arco Iris, acrecentada por columnas de fuego que transformaron el escenario en un ritual; Mujer Amante, convertida en un canto colectivo donde la banda cedió el protagonismo al público; y La Leyenda del Hada y el Mago, ejecutada como un rito inmutable. En todo ese segmento, Barilari habló poco: agradeció, ubicó las canciones en sus coordenadas temporales y dejó que la narración emocional del concierto se construyera desde la música y no desde el discurso.

Y fue allí, sobre el final, cuando emergió con fuerza la declaración estética que Giardino dejó caer casi como una reflexión más que como una arenga: “La música no se va a extinguir mientras existan quienes la defiendan. RATA es una banda de rock, de metal, y defiende eso. Gracias por defender esto que muchos creen que se va a extinguir: la música hecha con guitarras eléctricas.” Lo dijo sin énfasis teatral, pero con la convicción de quien sostiene una idea desde hace décadas. Ese pensamiento se volvió la clave de lectura de la noche: no se trataba solo de celebrar un aniversario, sino de demostrar que la identidad artística puede sobrevivir si encuentra a quien la sostenga con decisión.

El Último Ataque, con un solo extenso y lleno de dramatismo, coronó esa afirmación, convirtiéndose en una firma final escrita con tensión, melodía y determinación. Y así se volvió evidente la conclusión: Walter Giardino es quien, en el mejor sentido, sostiene la permanencia de esta banda, no desde la repetición sino desde una convicción estética que la transformó en un proyecto de rock melódico de alto vuelo, donde la voz de Barilari encuentra su mejor territorio y donde él mismo puede desplegar improvisaciones sin perder estructura.

Lo irrefutable es que ninguna banda argentina vinculada al heavy metal convoca hoy lo que convoca RATA BLANCA. Quizá ese sea el verdadero corazón de esta celebración: entender que la épica no se extingue con los años, sino cuando se la abandona; y esta banda, guiada por la obstinación luminosa de Giardino, no está dispuesta a abandonarla.

Texto: Carlos Noro
Fotos: Cortesía Nacho Arnedo
Agradecemos a Nadya Cabrera por la acreditación al evento
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