THE SISTERS OF MERCY en vivo en Argentina: “Abruma, envuelve y arrastra”


Fecha: Domingo 28 de septiembre, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Teatro Flores | Bandas invitadas: LOS PÉNDULOS

La atmósfera del Teatro Flores se espesó, apenas las luces bajaron y el murmullo se transformó en expectación. THE SISTERS OF MERCY apareció con la misma aura de misterio que arrastran desde hace décadas, un halo entre lo mecánico y lo fantasmagórico.

La formación actual de THE SISTERS OF MERCY tiene tanto de presencia escénica como de música. Chris Catalyst, hoy a cargo de operar al implacable Doktor Avalanche, lo hizo con una arrogancia bien entendida: en varios pasajes se servía un trago y fumaba mientras dejaba correr las programaciones, observando a la banda casi como un espectador privilegiado, dueño del pulso que sostiene todo. Al frente, Kai aportó frescura y una androginia magnética que jugaba con lo visual y lo performático, desplazándose con elegancia mientras sumaba texturas punzantes. A su lado, Ben Christo se encargó de las guitarras más filosas, repartiendo riffs en tándem con Kai, salvo en el inicio de los bises, donde tomó el bajo y le dio un espesor distinto al sonido. En el centro, por supuesto, la figura inmutable de Andrew Eldritch, imponiendo presencia desde las sombras, con ese magnetismo que convierte cada gesto en un acto de autoridad. Y lo más insólito: ver a una banda de rock sin batería en escena, pero que, aun así, suena pesada, extrema e ignominiosa, con un pulso malévolo que hace vibrar todo el cuerpo.

Andrew Eldritch apareció como un ser distante e introspectivo, blindado tras anteojos negros y una economía de movimientos que roza lo ritual: gestos maquinales en el escenario, la silueta recortada por la luz roja y ese timbre de humo que ordena el clima a voluntad. Por momentos fue un vampiro del expresionismo alemán, afilado y espectral, devorando la atención con pura presencia; por otros, un robot sin alma, exacto y glacial, como si la música fluyera a través de un organismo sintético. Hubo pasajes en los que cantó de espaldas al público, dejándonos la sombra como única mueca, y otros en los que arengó a la gente con autoridad seca, midiendo el fervor como quien controla un experimento. Eldritch encarna hoy un ser oscuro y tétrico, a la altura de su leyenda: no busca simpatía ni nostalgia; impone una liturgia gótica donde cada gesto es frontera y cada frase, una orden.

El arranque con Don’t Drive on Ice fue un aviso: un tema gélido, casi industrial, que caló de inmediato en el cuerpo de los presentes como un escalofrío. Sin pausa, Crash and Burn encendió el pulso con riffs filosos y un ritmo que, aunque maquinal, parecía latir en la misma frecuencia que el público. Con Ribbons llegó el primer momento de comunión: una marea de voces repitiendo ese mantra oscuro, mientras el humo recortaba las siluetas de Eldritch, Christo y Kai. El clima se volvió tenso y vertiginoso con el cruce de Doctor Jeep / Detonation Boulevard, donde los acordes golpeaban como sirenas metálicas, cargando la sala de un aire de amenaza. El desahogo vino con More, coreada con una intensidad casi adolescente, como si el paso del tiempo se disolviera entre estribillos que siguen siendo himnos.

El sonido fue impecable, de esos que pocas veces se escuchan en Flores: nítido, poderoso y equilibrado, permitiendo que cada línea de guitarra y cada golpe maquinal del Doktor Avalanche se sintiera con claridad y peso. Las luces jugaron como un instrumento más, potenciando la música en cada pasaje. Los músicos permanecieron casi siempre entre sombras, con un reflector que iluminaba de forma intermitente sus rostros o instrumentos, como si fueran apariciones espectrales. Rayos azules, rojos y naranjas atravesaban el humo en distintos momentos de las canciones, sumando dramatismo y reforzando la atmósfera gótica hasta convertir el recital en una experiencia inmersiva.

En I Will Call You la voz de Eldritch rozó lo hipnótico, un rezo en penumbras, y Alice se convirtió en plegaria colectiva, etérea y magnética. La épica se desplegó en Dominion / Mother Russia, con esa cadencia marcial que hizo vibrar las paredes, como si estuviéramos dentro de un colapso apocalíptico ralentizado. Summer trajo un aire más luminoso pero igualmente inquietante, un espejismo en medio de la tormenta. El eco del pasado resonó en Giving Ground, el cover de THE SISTERHOOD, que sonó áspero y ceremonial, mientras Catalyst mantenía firme la maquinaria rítmica que sostiene toda la estructura. Marian fue puro desgarro, con cada verso flotando como un lamento suspendido en el aire. En cambio, But Genevieve y Eyes of Caligula mostraron un costado más contemporáneo, con riffs densos que parecían reclamar un espacio nuevo dentro del repertorio. Here apareció como un oasis hipnótico, sostenido por una guitarra acústica de doce cuerdas que filtraba calidez en medio de tanta oscuridad, con Eldritch recitando en trance y el público en un silencio reverencial. Quantum Baby y On the Beach sumaron un respiro extraño: melancolía envuelta en loops, un vaivén narcótico que atrapó a la audiencia en trance. El bloque cerró con When I’m on Fire, de energía abrasiva, que devolvió al público a un estado febril.

Entonces llegó el primer clímax definitivo: Temple of Love estalló como un ritual colectivo, con el lugar colmado convertido en coro unánime, puños en alto y un Eldritch que apenas necesitaba empujar el estribillo para que todo explotara. Los bises comenzaron con el fragmento etéreo de Never Land, una aparición breve, casi espectral, que abrió paso a un momento singular. Lucretia My Reflection comenzó casi irreconocible, deformada en su introducción, con un pulso retorcido que desconcertó a más de uno. Durante unos segundos fue difícil identificarla, como si Eldritch hubiese decidido borrar su propia huella para devolverla desfigurada y extraña. Esa elección fue un gesto provocador: la canción más esperada por buena parte del público apareció bajo un disfraz espectral, tensando la paciencia y obligando a escuchar con otros oídos. No fue un error ni un descuido, sino la declaración de alguien que se niega a entregar un show complaciente, que prefiere incomodar antes que repetir al pie de la letra lo que la memoria colectiva demanda.

Cuando finalmente el bajo marcial se asentó y la estructura se reveló, la sala explotó entre alivio y éxtasis, pero lo que había quedado en claro era la impronta de Eldritch: ofrecer una experiencia única, sin concesiones, donde incluso los himnos más sagrados pueden ser desfigurados en nombre de la liturgia gótica. La gente siguió coreando varios segundos después de terminado el tema, el riff de la canción como si se negara a soltarlo. Fue una de las postales más intensas de la noche: la de un amor y una fidelidad oscura, de un público de ojos delineados, camperas de cuero y corazón negro. Una comunión que confirmó que THE SISTERS OF MERCY no es solo una banda, sino un universo lisérgico, sórdido y espectral, que sigue atrapando a quienes se atreven a entrar en su niebla eterna. Enseguida el cierre fue con This Corrosion, monumental, un mantra repetido hasta la extenuación que convirtió la despedida en una misa negra, un instante suspendido donde el tiempo dejó de correr, dando cierre musical a un show sin exagerar, tan sorprendente como perfecto.

THE SISTERS OF MERCY ya no es una banda que sorprenda por lo novedoso ni por lo técnico; es, más bien, un dispositivo emocional, un ritual que conecta a generaciones distintas en un mismo clima de oscuridad y éxtasis. La niebla, el humo, la voz de Eldritch y esos himnos inmortales alcanzan para que el mito permanezca. Y mientras las luces se apagaban, quedó la certeza de que este culto todavía no se disuelve.

Ver a THE SISTERS OF MERCYen vivo permite comprender que la pesadez no siempre se mide en toneladas de distorsión, ni en la velocidad del riff. Aquí, la oscuridad y el pulso malévolo surgen de la repetición hipnótica, del golpe maquinal del Doktor Avalanche y de una voz que retumba como sentencia. Esa lección estética y conceptual fue entendida por bandas que luego marcaron al metal: desde los climas sombríos de PARADISE LOST y la densidad espectral de TYPE O NEGATIVE, los matices góticos de MOONSPELL, TIAMAT o incluso los pasajes más atmosféricos de KATATONIA y MY DYING BRIDE, hasta la precisión industrial de RAMMSTEIN o la oscura excentricidad de MARYLIN MANSON. Todas ellas encontraron en la propuesta de Eldritch una forma de demostrar que lo pesado no depende solo de la distorsión, sino de la construcción de un universo sonoro que abruma, envuelve y arrastra.

Texto: Carlos Noro

Fotos: Estanislao Aimar

Agradecemos a Marcela Scorca de Icarus Music por la acreditación al evento. 

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