Año: 2025 | País: Argentina | Género: Heavy Metal | Sello: Icarus Music | Lemmymómetro: ♠♠♠♠♠♠♠♠ (8/10)
Hay discos en vivo que funcionan como un reflejo más o menos fiel de una noche, pero existen aquellos raros casos donde el registro no pretende simplemente conservar un instante, sino reintroducirlo en un presente distinto, cargado de energía, tensión y densidad emocional. 17/05/2025 – Vivo en el Teatro Vorterix – Buenos Aires, Argentina pertenece por completo a esta segunda categoría, y lo demuestra incluso antes de que suene la primera nota: la tapa, un puño proyectado hacia adelante como si fuese a atravesar el encuadre y golpear al oyente, ya anuncia que este material no nació para la nostalgia ni para la conmemoración. Es una afirmación directa, una forma de plantarse. Y ese gesto se refuerza con la decisión de firmarlo como Claudio O’Connor, acompañado por DARLOTODO, dejando atrás el rótulo “O’Connor” como propuesta de banda. Esa diferencia, aparentemente mínima, revela en realidad la perspectiva desde la cual se aborda el disco: no es un testimonio del pasado, sino un ejercicio activo de identidad, un modo de volver a habitar las canciones desde un presente que no necesita replicar ni embellecer, sino tensar y actualizar su energía.
Esa actualización se sostiene en un sonido que modifica por completo la percepción de las canciones, aun cuando la estructura de cada una permanece intacta. El que busque la sonoridad sabbathica de los primeros años, ese espesor opaco y cálido de los 90, va a encontrar aquí un terreno distinto: una oscuridad más física, más grave, más inmediata. Nada de esto se debe a cambios en la composición; todo se debe a la transformación del audio. La mezcla es más densa, más comprimida, más corporal: las guitarras ocupan un plano ancho y envolvente, el bajo se profundiza como una masa vibrante que sostiene la totalidad del sonido, y la batería articula el movimiento desde una precisión que no busca brillar, sino ordenar con firmeza. Esa elección estética se vuelve más poderosa porque DARLOTODO decidió conscientemente dejar atrás su impronta nü metal, esa inclinación natural al quiebre rítmico y a la agresividad sincopada, para entrar en un tipo de oscuridad distinta, más conectada con el mundo emocional del repertorio de Claudio. Y esa renuncia no empobrece a la banda: la enriquece, la vuelve más perceptiva, más afinada a lo que pide cada canción.
Apenas comienza La Maldad, la voz de Claudio O’Connor entra con un filo endurecido por los años, pero también con un nivel de presencia que parece más cercano, más directo, casi táctil. Esa cercanía no proviene solamente de la interpretación, sino del modo en que la banda la sostiene. Rod Zamora, desde la guitarra, renuncia a los recursos más característicos de su estilo para adoptar una forma de ejecución que ensancha los riffs sin alterarlos, generando un muro sonoro que no avanza por velocidad, sino por densidad. Juan Francisco Massot, en el bajo, aparece como un cimiento emocional: su toque profundo, sostenido y sin ornamentación innecesaria, define el lugar desde el cual respira la canción. Y Penumbrart, en batería, sostiene la arquitectura total del tema con una precisión que marca cada cambio, cada suspensión, cada aceleración emocional. No hay teatralidad ni dramatización: hay tensión. Una tensión constante que convierte al vivo en un terreno más firme, más ancho, más inmediato que el estudio.
Esa misma dinámica se estira y se complejiza en 1976, donde Claudio se desliza entre momentos de contención y estallidos calculados con una naturalidad que remarca su capacidad expresiva actual. No busca reproducir un registro antiguo; busca decir desde hoy. Y la banda actúa en consecuencia: Rod ajusta la potencia del riff como si respondiera a cada inflexión de la voz, Juan acompaña desde un fondo grave que late con insistencia, y Penumbrart ordena cada movimiento con un pulso firme, sin adornos, sin gestos heroicos, sosteniendo la intensidad desde un trabajo minucioso sobre el tiempo. Esta forma de interacción —donde la música no subraya lo que canta Claudio, sino que lo acompaña desde una segunda capa emocional— es uno de los grandes aciertos del disco.
Ese modo de relación entre todos vuelve a aparecer en Cuántas Palabras, quizás uno de los momentos más sensibles del álbum. Allí, la voz encuentra una zona de vulnerabilidad controlada, donde cada frase parece llegar con un peso específico. La banda lo entiende y responde con una lectura de extrema precisión: Rod quita presión, pero mantiene la presencia; Juan ajusta cada nota del bajo para que suenen como golpes de aire comprimido; Penumbrart abre pausas que permiten que la voz llegue con nitidez y sin interferencias. Todo se vuelve una sola respiración extendida, un modo de habitar la canción desde la escucha mutua. Esa inteligencia colectiva también aparece en Yo Caníbal (originalmente de LOS REDONDOS) donde la energía sube sin desbordarse. Claudio avanza con un fraseo firme y cortante, y la banda sostiene ese avance desde abajo, empujando la canción sin recurrir a clichés de agresividad ni a explosiones dramáticas.
En medio de ese recorrido denso aparece uno de los elementos más importantes de todo disco en vivo: la gente. Y es en Se extraña araña donde se vuelve imposible no escuchar su presencia. Los coros desprolijos, las voces mezcladas que entran y salen, ese empuje visceral del público se convierten en parte orgánica de la mezcla. Pero lejos de ensuciar, esa crudeza le hace bien al disco. Lo vuelve humano, lo vuelve real: las canciones dejan de ser artefactos de estudio para convertirse en escenas compartidas. Ese arrastre colectivo modifica también la interpretación de la banda: Claudio ajusta el tono como si conversara directamente con las voces de abajo, Rod endurece el ataque, Juan oscurece aún más su registro y Penumbrart encuentra un pulso que parece alinearse al latido del lugar. Es una forma de energía que no necesita mística: es pura presencia.
La noche da un giro inesperado —pero profundamente adecuado— cuando aparece Imágenes Paganas, el clásico de VIRUS. La interpretación está a cargo de Claudio junto Lucas Aguirre, vocalista de DARLOTODO, y lo que podría haber sido un contraste disruptivo se vuelve un punto de transición emocional dentro del concierto. Lucas canta con una sobriedad sorprendente, sin ironía, sin impostación, entendiendo que la función del tema no es romper la lógica del show, sino expandirla. Introduce una luminosidad breve, medida, que abre un espacio emocional distinto sin alterar la coherencia general. Su participación no busca destacar, sino sumar otra textura al recorrido.
Cuando el disco avanza hacia su final aparece Atravesando todo límite, único rastro de HERMÉTICA incluido durante la noche. Pero no entra como un gesto de homenaje ni como una apelación directa al linaje: entra como una pequeña marca, casi un recordatorio lateral de un camino que sigue resonando sin necesidad de ocupar el centro. Claudio la canta desde su voz de hoy, sin intentar reproducir una energía pasada, y la banda la sostiene desde la expansión sonora que define todo el álbum: Rod mantiene los riffs con un cuerpo más ancho, Juan profundiza la base con un registro grave y marcado, y Penumbrart refuerza la estructura con un pulso sólido que afirma el final sin convertirlo en ceremonia.
La gráfica del disco reafirma todo lo que se escucha. Ese puño en blanco y negro, áspero y directo, sin iconografía clásica, sin ornamentos, es la representación visual del sonido: frontal, físico, inmediato. No hay metáforas; hay impacto. Cuando el doble CD termina, lo que queda no es la sensación de haber asistido a una recreación de la obra solista de CLAUDIO O’CONNOR, sino a una reubicación. Las canciones vuelven a respirar desde un presente que no busca modernizarlas ni suavizarlas, sino intensificarlas. DARLOTODO abandona su propio ADN para entrar en una zona más profunda y menos estridente, Claudio canta desde un registro completamente actual, y el vivo se vuelve una forma de afirmar que estas canciones no necesitan ser reescritas para seguir vivas: solo necesitan un sonido que las acompañe a abrirse de nuevo.
Texto: Carlos Noro
Fotos: Seba Delacruz

