Año: 2025 | País: Argentina | Género: Thrash metal | Sello: Icarus Music | Lemmymómetro: ♠♠♠♠♠♠♠♠ (8/10)
Hay discos que irrumpen sin tantear el terreno, sin pedir permiso y sin la menor intención de suavizar el golpe: entran, toman el espacio y dicen lo que tienen que decir. LÁZARO, en su debut Morir y resucitar, pertenece exactamente a esa estirpe. Desde la primera línea de R.C. Sangriento, el álbum fija un territorio: “Entrando al barrio / Lo comprenderás / Se siente la inseguridad / Pibes que dicen / Querer coronar / Metiendo caño / El narco al mando / Invadiendo el terror”. Es una descripción directa, sin decorados ni eufemismos; un fragmento de realidad narrado desde adentro, con el filo del thrash argentino que nunca necesitó ficciones para contar lo que pasa en la calle.
Esa crudeza se sostiene en una formación que no improvisa: Jorge Moreno (ex SERPENTOR, ex METRALLA) y Hernán Pinello (ex MORTHIFERA) construyen una dupla de guitarras incisiva y afilada; Diego Núñez (ex METRALLA) sostiene desde la batería un pulso que ordena y desborda según la necesidad de cada canción; Pablo Maldonado (ex MALICIA) aporta un bajo espeso y articulado; y Alejandro Sala (ex PLEGARIAS) completa el cuadro con una voz que no interpreta personajes, sino que expone relatos, tensiones y heridas. El sonido del disco es el de un grupo que ya tiene historia en las manos y que, aun así, suena con la frescura de quien tenía algo urgente por decir.
En el centro conceptual del álbum aparece un doble significado que lo eleva. LÁZARO remite al mito bíblico del renacido —el que vuelve a caminar después de haber sido declarado muerto— y es también un homenaje íntimo: el nombre del padre de Jorge Moreno, mencionado con afecto en los agradecimientos del booklet. Ese cruce entre mito y biografía le da al disco una densidad emocional que se siente incluso cuando no se explicita. No es solo un nuevo proyecto tras la separación de SERPENTOR; es una reconstrucción personal, un duelo convertido en sonido. Morir y resucitar no es un título metafórico: es una vivencia.
Esa sensibilidad reaparece con claridad en Hermandad, una de las piezas más emotivas del disco. “Muchos años a la par / Amistad y lealtad / Muchos años de aprender / Los he visto caer y levantarse otra vez”. No hay épica inventada ni camaradería impostada: hay vínculos reales, forjados durante años, en derrotas y regresos que marcaron trayectoria. Musicalmente, la canción crece desde un medio tiempo musculoso, donde las guitarras se entrelazan en un relato compartido y la voz de Sala se convierte en la memoria viva de lo que narra.
La violencia institucional encuentra su retrato más seco en Policías Asesinos, tema donde la banda evita la consigna para narrar un caso concreto: “No era un delincuente / No era un tranza / Solo un laburante / Del barrio José C. Paz”. La estructura oscila entre la contención y la explosión, como si la canción caminara por un borde que amenaza con quebrarse. El riff principal cae como un bloque emocional y el estribillo funciona más como sentencia que como lamento.
En diálogo directo aparece Traen hambre y muerte, la canción que vuelve sobre el trauma del 2001. El tema abre con la voz de Eduardo Duhalde hablando sobre la confiscación de los ahorros de los argentinos, uno de los momentos más corrosivos de la historia reciente. Ese audio no es adorno ni nostalgia del desastre: es una marca de época, un quiebre que explica el clima emocional del tema. Musicalmente, avanza como una marcha tensa, con guitarras que trabajan sobre la fricción, una batería que alterna presión y estallido, y una voz que narra desde un cuerpo que recuerda. No es un tema sobre el 2001: es un tema sobre lo que quedó después.
A nivel sonoro, el álbum mantiene una coherencia admirable. La producción equilibra claridad y rugosidad; las guitarras dialogan sin superponerse; el bajo sostiene sin embarrar; la batería respira y golpea con intención; y la voz ocupa un lugar preciso, lo suficientemente al frente como para que las letras mantengan su filo sin perder humanidad. LÁZARO entiende que el metal extremo no necesita sobreproducción: necesita verdad.
El apartado visual refuerza esta lógica. Las fotos del booklet, realizadas por Martín Darksoul, muestran a la banda sin gestos impostados ni escenografías innecesarias: firmes, claras, directas. Darksoul —fotógrafo acostumbrado a retratar la crudeza real del género— captura a LÁZARO como lo que es: una banda que no necesita parafernalia para transmitir presencia.
Hacia el cierre, la tensión entre memoria, violencia y presente encuentra su condensación definitiva en Hordas de Represión, una canción que funciona como espejo y corolario. Aquí la banda ya no narra un caso puntual —como en Policías Asesinos— ni un quiebre histórico —como en Traen hambre y muerte— sino una lógica completa: la represión como clima persistente. El riff avanza como una maquinaria implacable, la batería reproduce los avances y retrocesos del hostigamiento cotidiano y la voz de Sala suena como si hablara desde un territorio que conoce esa presión desde adentro. No busca indignación fácil: busca reconocimiento. Es un tema que incomoda porque nombra lo que sigue estando ahí.
Con esta tríada —Policías Asesinos, Traen hambre y muerte y Hordas de Represión— LÁZARO construye un núcleo temático donde el metal vuelve a cumplir su función esencial: decir lo que otros callan, poner cuerpo donde no alcanza la retórica, exponer lo que ocurre lejos de los discursos tranquilizadores. La banda no estetiza la herida: la muestra. Y ese gesto le da al disco un peso que trasciende lo musical.
Por eso Morir y resucitar no suena a debut: suena a afirmación. A documento emocional. A un álbum donde la caída y la reconstrucción conviven sin disimulo, donde renacer no es un acto mágico, sino una pelea diaria, un trabajo lleno de cicatrices. LÁZARO propone un renacer concreto: seguir adelante aun cuando todo está roto, levantarse aunque duela, caminar aún entre ruinas. Al final, lo que queda no es solo la violencia del sonido, sino la profundidad del testimonio. Acá, resucitar no es volver a la vida: es volver a pelear.
En ese combate, LÁZARO demuestra que recién está empezando a mostrar de lo que es capaz.
Texto: Carlos Noro

