Fecha: Domingo 16 de marzo, 2025 | Hora: 19 hs. | Lugar: Teatro Flores | Bandas invitadas: FUGHU
Algunas bandas solo tocan canciones. LEPROUS, en cambio, construye experiencias. En su última presentación, el quinteto noruego ofreció un show que fue mucho más que música: un descenso emocional, oscuro y profundamente conmovedor, donde la puesta escénica, la interpretación vocal y el vínculo con el público se fundieron en algo inolvidable. Cada canción fue una escena; cada luz, tenue o contraluz, una pincelada emocional; cada silencio, una pausa cargada de sentido.
Esta fue la tercera vez que LEPROUS se presentó en Argentina, con dos fechas anteriores en El Teatrito (pueden leer ambas reseñas acá y acá), lo que muestra el cariño que la banda ha cultivado en el país a lo largo de los años, y la conexión que han logrado con su público local. En esta ocasión, el quinteto regresó al Teatro de Flores, un lugar más íntimo, con una acústica compleja, pero que supo estar a la altura del show.
La atmósfera se impuso desde el primer instante con Silently walking alone, sumergido en penumbras. Solo un tenue haz de luz recortaba la figura de Einar Solberg, generando un efecto espectral que ya anticipaba el tono del viaje. La interpretación vocal de Solberg, con su habilidad para pasar de las notas más altas a las más guturales, fue excepcional. Al mismo tiempo, Tor Oddmund Suhrke (guitarra) y Robin Ognedal (guitarra) crearon capas sonoras complejas que complementaron perfectamente la atmósfera inquietante, mientras Baard Kolstad (batería) marcaba un ritmo preciso que permitió que la canción creciera sin perder tensión, sumergiendo al público en el ambiente sombrío.
Con The price, el clima se volvió más áspero: luces frías y contraluces marcados que convertían a los músicos en figuras casi abstractas entre la niebla. Simen Børven (bajo) aportó con su pulsante línea de bajo, creando un suelo sólido sobre el cual la banda podía moverse sin perder la densidad del tema. La capacidad de Einar Solberg para cantar en registros altos mientras la banda construía una tensión palpable, especialmente con la intervención de Baard Kolstad en la batería, mostró el talento de la banda para manejar la complejidad sin perder el enfoque emocional.
Antes de The price, un momento especial ocurrió: el cantante invitó al público a cantar una de las clásicas canciones de cancha: “Olé, olé, LEPROUS, LEPROUS“. El público se llenó de energía colectiva, creando una atmósfera distendida y algo más ligera en un show que pronto volvería a sumergirse en la oscuridad profunda.
Illuminate fue uno de los momentos más espectaculares de la noche. Einar Solberg brilló en su interpretación vocal, moviéndose con facilidad entre altos y bajos, mientras Tor Oddmund Suhrke y Robin Ognedal tejían melodías complejas y contundentes con sus guitarras. La interacción entre ellos mostró un equilibrio perfecto entre técnica y emoción. En este tema, la capacidad del vocalista para construir climas oscuros, melancólicos y profundamente conmovedores se mostró en todo su esplendor. La pieza se construyó con una energía única gracias al trabajo conjunto de Baard Kolstad, que mantuvo la canción tensa y en constante evolución.
LEPROUS, como colectivo, mostró también la capacidad única de cada uno de sus músicos para generar un concepto de música progresiva que no se apoya exclusivamente en la destreza técnica, sino que la utiliza como una herramienta para crear un paisaje sonoro que se despliega a través de distintos caminos musicales. Cada pieza fue un viaje con un rumbo propio: de momentos atmosféricos y minimalistas a explosiones de complejidad técnica, sin que en ningún momento la progresividad fuera un fin en sí misma. En lugar de una exhibición técnica vacía, LEPROUS hizo de lo progresivo un concepto vivo, un enfoque holístico de la música que invita al oyente a recorrer territorios sonoros, siempre inesperados, pero profundamente conectados con la atmósfera emocional de cada tema.
Un aspecto notable de la noche fue el sonido. A pesar de que el Teatro de Flores no estaba lleno, el sonido fue impecable. La mezcla fue clara, precisa, sin que el volumen se convirtiera en un problema, algo complejo considerando la acústica del lugar y la exigencia de una propuesta tan detallada como la de LEPROUS. Este tipo de shows, con una propuesta progresiva más desafiante y compleja, suele tener la dificultad de generar una gran convocatoria, algo que ya se había notado anteriormente con otras bandas del mismo calibre, como RIVERSIDE en Groove. Es evidente que, en Argentina, a este tipo de propuestas les cuesta encontrar una audiencia masiva, a pesar de la calidad indiscutible de los músicos y la profundidad de su música.
Un momento curioso del show ocurrió cuando Einar Solberg, interactuando con el público, pidió que votaran entre dos de sus temas más emblemáticos: Forced entry y Passing. Esta inesperada elección democrática generó sonrisas y un ambiente distendido, ofreciendo un respiro en un show que, en su mayoría, estuvo marcado por la oscuridad y lo opresivo. Tras la votación, Forced entry fue la elegida, pero el simple hecho de dar a los asistentes la oportunidad de influir en el setlist dejó una sensación de complicidad entre banda y público, algo que destacó la cercanía de LEPROUS con su audiencia.
A lo largo de todo el show, el público estuvo expectante, casi meditabundo, como si estuviera dentro de un estado de contemplación profunda. La propuesta de LEPROUS invita a la introspección, y esa energía de quietud se respiró en todo momento, reflejada en los rostros atentos de los asistentes. A pesar de la falta de un lleno total, la conexión fue genuina y palpable, en parte gracias al clima envolvente que la banda logró construir. I hear the sirens comenzó con un solo que marcó el tono del tema desde el primer segundo. Fue un momento de tensión contenida, con un fraseo envolvente que se desplegó lentamente en medio de un escenario casi a oscuras. Tor Oddmund Suhrke y Robin Ognedal crearon una atmósfera densa con sus guitarras, mientras que Simen Børven mantuvo el bajo profundo y pulsante, anclando la canción a su centro emocional. La interpretación vocal de Einar Solberg fue simplemente impecable: casi operística, técnicamente dotada, sostenida con una expresividad que atravesó cada silencio y cada nota suspendida. La banda construyó el clima con precisión quirúrgica, dejando que el tema crezca como una ola emocional que se aproxima en penumbras.
Like a sunken ship tuvo un comienzo hipnótico, casi ritual. El bajo marcó el pulso inicial, solo y profundo, mientras Einar Solberg arrancaba en soledad, con la banda sumándose de a poco, capa por capa, como si el tema emergiera lentamente desde el fondo de una fosa emocional. La estructura, completamente irregular y mutante, convirtió la canción en una especie de criatura deforme, impredecible, que se retorcía entre compases quebrados y climas opresivos. Baard Kolstad aportó su batería compleja, manteniendo el ritmo mientras la canción se retorcía entre distintos pasajes. El juego de luces reforzó ese carácter espectral: sombras móviles, contraluces rasantes, un escenario que parecía respirar al ritmo de la música.
En Distant bells, la iluminación se volvió minimalista: un contraluz blanco proyectó la sombra de Einar Solberg hacia el público, generando una imagen casi sacra, como si cantara desde el fondo de un templo olvidado. Mientras tanto, Nighttime disguise reforzó el costado teatral del show con estallidos súbitos de luz entre pasajes oscuros. Fue una de las piezas más dramáticas de la noche.
En Faceless, la conexión con el público alcanzó su punto máximo. Durante el outro, LEPROUS invitó a los fans a cantar, un gesto que contribuyó a la comunión entre la banda y los asistentes, haciendo que el momento se sintiera más cercano y espontáneo. Aunque las voces del outro parecían haber sido grabadas previamente por pistas, el hecho de que LEPROUS animara al público a participar activamente hizo de este un momento único, un ejemplo más de la cercanía de la banda con sus seguidores. Este gesto, sumado a la ya destacada interacción con el público durante la votación, dejó claro que LEPROUS no solo se presenta como una banda de alta complejidad técnica, sino como un colectivo dispuesto a romper la barrera entre los músicos y el público.
El tramo final trajo el equilibrio perfecto: la delicadeza de Castaway angels, la furia melódica de From the flame, y la densidad opresiva de Slave, con luces rojas bajas y oscuridad total, en uno de los cierres más intensos del set.
El cierre fue una verdadera catarsis, llevando al público hacia un viaje emocional profundo. Las canciones finales, especialmente Slave, destilaron una densidad, pesadez y oscuridad que abrieron las puertas a la verdadera dimensión de LEPROUS. Lo que comenzó como un show impecablemente técnico se transformó en una experiencia visceral y profundamente emotiva. La banda no solo tocó, sino que permitió que las emociones más oscuras y contenidas salieran a flote, regalando una liberación emocional tanto a los músicos como a los asistentes.
En estos momentos finales, la música se convirtió en una herramienta de catarsis, permitiendo que el público se sumiera en un proceso de liberación de sentimientos reprimidos, de exploración de la melancolía y la oscuridad que la banda tan bien sabe plasmar. Cada acorde, cada cambio de ritmo, parecía desgarrar las capas de contención emocional, invitando a todos a vivir el dolor y la belleza en su forma más pura. LEPROUS mostró que la música puede ser mucho más que una forma de entretenimiento: puede ser una vía para liberar las tensiones del alma, un proceso sanador donde los sentimientos más oscuros se confrontan y se liberan a través del arte.
Esta experiencia de catarsis no es ajena a la historia de Einar Solberg, el vocalista y líder de la banda, cuyas letras están profundamente marcadas por su lucha contra la depresión y la ansiedad. A través de su arte, Einar ha logrado transformar su dolor personal en música que conecta con aquellos que han atravesado experiencias similares, haciendo de su trabajo un testimonio de la resiliencia humana. Cada canción de LEPROUS es una reflexión de esa lucha interna, y el poder de esta música radica en su capacidad para brindar consuelo y esperanza a quienes escuchan, mostrándoles que no están solos en sus emociones más profundas.
LEPROUS demostró, una vez más, que es una banda dispuesta a desafiar las expectativas, a llevar al público a lugares insospechados. Su habilidad para alternar entre la calidez y la frialdad, lo cercano y lo distante, lo sombrío y lo luminoso, hace de sus presentaciones una experiencia que trasciende lo musical y se convierte en un acto profundamente humano. No hay una sola forma de describir lo vivido, porque este fue un show que no solo se escuchó, sino que se sintió en cada rincón de la piel, en cada latido del corazón.
La próxima vez que LEPROUS regrese a Argentina, no se lo puede dejar pasar. La banda ha demostrado que en un mundo saturado de música, LEPROUS sigue siendo uno de los pocos grupos capaces de crear algo realmente único, algo que resuena profundamente en las emociones de cada oyente. En un universo de músicos que tocan por tocar, LEPROUS es una de las bandas que nos recuerda por qué la música es un lenguaje universal que conecta, sana y transforma.
FUGHU: Propuesta argentina con nivel internacional
La banda argentina FUGHU demostró, nuevamente, que su propuesta no tiene nada que envidiarle a las mejores bandas internacionales, dejando claro que su sonido está a la altura de cualquier banda progresiva de renombre mundial. Como acto soporte de LEPROUS, el quinteto hizo una demostración de talento técnico, emoción cruda y una teatralidad vibrante que mantuvo al público cautivo desde el primer segundo.
Con una propuesta que oscila entre lo psicodélico, lo pesado y, por supuesto, lo progresivo, FUGHU creó una atmósfera única que se ganó la atención y el respeto de los asistentes. Cada miembro de la banda aportó una pieza esencial para el engranaje de este show, que fue tan impredecible como increíble.
Ariel Bellizio (guitarras) estuvo a la vanguardia, aportando riffs potentes y melodías complejas con una técnica impresionante. Durante todo el show, se mostró como un maestro de la guitarra, con su habilidad para mezclar melodías etéreas con pasajes más abrasivos. En temas como Out of nowhere y Absence, se lució con su destreza para crear atmósferas sonoras densas y ricas en matices, llevando al público a través de un viaje sonoro donde cada acorde parecía tener un propósito más allá de lo musical.
Alejandro López (batería) fue una pieza fundamental en la estructura rítmica de la banda, llevando el pulso en cada tema con una precisión impecable. Sus cambios de ritmo impredecibles y su manejo del tiempo en Fade Away y Right From the Bone fueron claves para darle a las canciones un sentido de fluidez y de caos controlado, manteniendo una energía vibrante en todo momento. Su batería parecía un ente que acompañaba a la banda, guiando los momentos de tensión y liberación con maestría.
Marcelo Malmierca (teclados) añadió la parte atmosférica a la propuesta, con arreglos electrónicos y efectos que jugaron un papel crucial en la creación de paisajes sonoros envolventes y enrarecidos. En temas como ´Peggy, el trabajo de Marcelo estuvo lleno de texturas que contrastaban con las pesadas guitarras, creando una dinámica única que le dio a la banda un toque muy propio, reforzando el carácter inquietante y progresivo de cada composición.
Juan Manuel López (bajo) fue el ancla rítmica del grupo. Su bajo profundo, vibrante y resonante ayudó a cimentar cada tema, proporcionando la solidez necesaria para que la banda pudiera construir sus complejas composiciones progresivas. Juan Manuel manejó con elegancia el contraste entre la pesadez y la sutileza, como en Killing Me for Fun, donde los contrastes entre las partes suaves y las secciones más potentes brillaron gracias a su destreza.
Pero sin lugar a dudas, el mayor protagonista de la noche fue Renzo Favaro (vocalista), quien se entregó al show con una intensidad fuera de lo común. Su presencia en el escenario fue magnética, pero lo que realmente destacó fue su capacidad para incorporar elementos teatrales y psicodélicos en su performance. Un momento memorable fue cuando Renzo, transformado en un “científico loco”, bajó entre el público para repartir su “poción”. La gente no pudo evitar reírse y sentirse parte de una escena sacada de una película de ciencia ficción, mientras el cantante se movía con una energía incontrolable, interactuando con la audiencia como si estuviera dirigiendo una experiencia colectiva única.
El show de FUGHU fue una propuesta absolutamente única, que combinó la teatralidad con la musicalidad de manera brillante. En cada momento, la banda demostró su habilidad para mezclar tintes psicodélicos, pesados y progresivos en una amalgama que jamás perdió su esencia argentina, pero que, a su vez, se sintió perfectamente conectada con la tradición de las mejores bandas progresivas del mundo.
A lo largo del show, FUGHU se ganó, sin dudas, el respeto del público presente, especialmente con su increíble performance que estuvo a la altura de los noruegos que vendrían después. Si hay algo que quedó claro esa noche es que FUGHU no solo es una banda con un sonido excepcionalmente técnico, sino también con una capacidad única para crear momentos impactantes que van más allá de la música. Un show que no solo se escucha, sino que se vive.
Para quienes aún no han tenido la oportunidad de ver a FUGHU en vivo, este show dejó claro que deben hacerlo. Su propuesta está más que preparada para conquistar escenarios internacionales y seguir sorprendiendo con su propuesta tan única y tan argentina, pero con un nivel que perfectamente podría competir con cualquier banda mundial. No es poco
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