COVEN y DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT en vivo en Argentina: dos caras de la oscuridad


Fecha: Jueves 11 de septiembre, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Uniclub | Bandas invitadas: ESPIRITISMO

La jornada en Uniclub comenzó con ESPIRITISMO, banda argentina que desde su costado extremo aportó un clima cargado de oscuridad y densidad ritual. Con un set breve pero contundente, lograron encender la atmósfera adecuada para lo que vendría después: primero la misa negra de DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT , con toda su crudeza germana, y finalmente el aquelarre teatral de COVEN, en su primera visita histórica a Buenos Aires.

DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT: la misa negra

El ingreso de DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT a escena no fue simplemente la presentación de una banda: fue la irrupción de un culto en pleno ritual. Desde el primer acorde de Inception of Atemporal Transition, el aire se volvió espeso, casi tangible, como si la oscuridad que habita en los intersticios del black metal se hubiera materializado en el recinto.

La figura central, Onielar, apareció vestida de blanco, con una corona de serpientes que evocaba a la Gorgona de la mitología griega. Parecía un alma en pena recién escapada del Hades. Su voz —un alarido agudo y torturante— cortó el aire como una daga invisible, obligando al público a someterse a su presencia. Con cada tema, su figura espectral fue mutando: en un momento escupió al público sangre que manchó su rostro y completó la transformación, de espectro a sacerdotisa sacrílega.

La música fue oscura, intimidante y ominosa, con bajas vibraciones que hicieron temblar el pecho de cada asistente. El bajo rugía como un trueno subterráneo, mientras las guitarras lanzaban riffs filosos que se repetían con insistencia hipnótica. La batería, reverberante y con un pulso old school, se transformó en el latido colectivo de la ceremonia. No era solo sonido: era amenaza, era invocación.

Cada canción fue una etapa de un rito macabro. Mardom – Echo Zmory se sintió como un látigo riffero que azotaba al público una y otra vez, arrancando cabeceos sincronizados. In the Land of the Mountains of Trees, en cambio, bajó la velocidad para erigir un paisaje sonoro lúgubre, como un bosque nocturno en el que las sombras se multiplican. Luego, A Beseechment Twofold y Bearer of Blackest Might intensificaron la violencia, con blast beats que parecían no tener fin y guitarras que convertían el aire en un campo de batalla invisible.

El clímax de brutalidad llegó con Malignant Deathcult: aquí la música se convirtió en una tormenta imparable, y la teatralidad de Onielar alcanzó su punto más perturbador. Levantó un cáliz lleno de sangre de cerdo, bebió de él y lo mostró al público como un objeto sagrado. Fue el instante en que la línea entre espectáculo y misa negra se borró por completo

El público estuvo expectante durante todo el set. En las primeras filas se ensayaron algunos pogos tímidos, pero rápidamente la mayoría entendió que lo que estaba sucediendo era otra cosa: no se trataba de descargar energía física, sino de vivir una experiencia. Los cuerpos se balanceaban, las cabezas se agitaban, pero la sensación predominante era de asombro y entrega ritual. Cada grito de Onielar, cada ráfaga de blast beats, cada riff repetitivo se percibía más como una invocación que como un simple pasaje musical. En Uniclub no había solo espectadores: había participantes de un rito oscuro, conscientes de que estaban presenciando algo único.

En la segunda parte, Das All-Eine e In the Hue of Night desplegaron el costado más filosófico de la banda, recordando que para ellos el black metal no es entretenimiento: es religión, un camino espiritual. Los pasajes se volvieron más hipnóticos, con riffs que parecían invocar fuerzas invisibles y un tempo que rozaba lo ceremonial. Allí se notó la influencia de Onielar como parte también de los legendarios BETHLEHEM, cargando con la herencia del recientemente fallecido Jürgen Bartsch. Esa conexión con el doom extremo se sintió como un eco subterráneo en el sonido de la banda.

La música fue oscura, intimidante y ominosa, cargada de bajas vibraciones que estremecían el pecho de los asistentes. El sonido fue gélido, crudo y estruendoso, como si cada nota hubiera sido forjada en un paisaje invernal y devastado. El bajo rugía desde las profundidades, las guitarras cortaban el aire como cuchillas heladas y la batería reverberaba con un pulso old school que mantenía la atmósfera implacable. No era un concierto de matices: era una avalancha sonora que no dejaba espacio para el respiro, solo para la rendición ante la violencia ceremonial que proponía la banda.

El final fue tan brutal como simbólico. Imperishable Soulless Gown aceleró nuevamente el pulso, preparando el terreno para Nocturnal March, que cerró como una procesión fúnebre desbocada. Onielar empuñó una cruz invertida y gritó “Hail Satan”, mientras el público, atrapado en un torbellino de ruido y sombras, parecía parte de una congregación prohibida.

Cuando las luces se encendieron, la atmósfera no se disipó de inmediato. En los baños del Uniclub, los asistentes se lavaban restos de sangre, comentando incrédulos que era real. Esa postal final resumió lo vivido: DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT no ofreció un concierto, sino una experiencia límite donde lo musical, lo visual y lo ritual se fundieron en una misma misa negra.

Que esta liturgia haya estado liderada por una mujer le dio un magnetismo especial. Onielar, con su presencia imponente y su autenticidad sin concesiones, representa una rareza dentro de un género dominado históricamente por voces masculinas. Esa singularidad, sumada al precio accesible de las entradas, explica por qué Uniclub estuvo casi repleto de devotos. La gente no solo fue a ver una banda: fue a presenciar cómo lo oscuro, lo femenino y lo mítico podían encarnarse en una misma figura y transformar una noche porteña en un rito inolvidable.

COVEN: la sacerdotisa que emergió del féretro

El clima que dejaron los alemanes fue tan espeso, tan cargado de crudeza y sangre, que hubo que esperar cuarenta minutos antes de que el aire se despejara para dar lugar a otra atmósfera. La vibración fue completamente distinta: la experiencia religiosa de Darkened Nocturn Slaughtercult dio paso a la teatralidad de COVEN.

Los músicos que hoy rodean a Jinx DawsonAlex Kercheval en teclados, Chris Vaughn en guitarra, Colin Oakley en batería y Zayne Hutchison en bajo— son todos jóvenes, tan jóvenes que podrían ser sus hijos. Esa diferencia generacional, lejos de restar, realzó el magnetismo de Dawson: ella, sacerdotisa eterna, acompañada por un aquelarre renovado que mantiene vivo un legado que parecía enterrado hace décadas.

La escena inicial fue tan teatral como inquietante. Los músicos aparecieron con túnicas, entre velas encendidas, mientras el aire se llenaba de humo. Entonces, Dawson emergió de un ataúd con una máscara, una figura espectral salida de un sueño fúnebre. Segundos después se la quitó y mostró su rostro: el de una mujer que convirtió la brujería en espectáculo décadas antes de que el metal la adoptara como seña de identidad.

El repaso de canciones dejó en claro una verdad histórica: COVEN nunca sonó realmente como una banda pesada. Su música coqueteó en algunos pasajes con guitarras distorsionadas, pero casi siempre se sostuvo más cerca de la psicodelia de fines de los sesenta que del heavy metal. Incluso hoy, aunque la banda forme parte del circuito de la música oscura, el sonido mantiene guitarras limpias, atmósferas hipnóticas y una teatralidad que refuerza lo ritual más que la contundencia. El teclado de Alex Kercheval tuvo un rol central, construyendo profundidad ceremonial, mientras el bajo de Zayne Hutchison y la batería de Colin Oakley marcaron un pulso sobrio y contenido.

El sonido fue aceptable, con algunos pifies e imperfecciones que quedaron expuestos, pero que en el marco de la impronta rockera se resolvieron con soltura. Lejos de arruinar el clima, esos detalles aportaron espontaneidad y recordaron que, más allá de la liturgia y la simbología, COVEN sigue siendo una banda de rock con la capacidad de girar las fallas a su favor.

El setlist funcionó como un recorrido por su historia. WDMRS / Satanic Mass / Prelude abrió como un conjuro solemne, Out of Luck trajo la energía rockera de fines de los sesenta, y Black Sabbath se sintió como un acto de justicia poética: escucharla en vivo medio siglo después fue presenciar la canción que precedió al mito. Coven in Charing Cross desplegó su imaginería de aquelarre, pero el punto más alto llegó con Wicked Woman.

Esa canción, censurada y prohibida en su tiempo, retumbó en Buenos Aires como un manifiesto. Dawson la interpretó con fuerza ritual, incorporando una calavera como símbolo de poder femenino y autonomía. Luego, ya hacia el final, sacó una bola de cristal con el escenario en penumbras, reforzando la sensación de estar asistiendo a un aquelarre teatral más que a un concierto convencional.

Las composiciones más recientes —The Crematory, Choke, Thirst, Die y Black Swan— demostraron que COVEN no vive únicamente de la nostalgia, sino que mantiene su imaginario en expansión. For Unlawful Carnal Knowledge y Dignitaries of Hell añadieron densidad y guiños doom, conectando con las nuevas generaciones metaleras.

El cierre fue solemne. Epitaph sonó como un rezo sombrío y Blood on the Snow bajó el telón con cadencia hipnótica. En su momento, esta canción estuvo acompañada por uno de los primeros videoclips del rock, producido con colaboración de Disney, un gesto pionero que hoy se resignifica en vivo. Verla en Buenos Aires, con Dawson al frente, fue un recordatorio de que lo que alguna vez fue censurado y olvidado sigue teniendo poder.

Lo vivido en Uniclub fue un choque de fuerzas opuestas que se complementaron. DARKENED NOCTURN SLAUGHTERCULT entregó violencia ritual, crudeza sonora y un sonido gélido y ominoso que intimidó tanto como fascinó. COVEN, en cambio, trajo la teatralidad, el simbolismo y la raíz del ocultismo en el rock, reivindicando medio siglo de historia.

El público argentino vivió una noche en la que lo extremo y lo ceremonial se encontraron en un mismo espacio. De la misa negra al aquelarre teatral, Uniclub fue testigo de cómo lo oculto se expresa en formas distintas pero con una misma esencia: convertir la música en un acto de invocación.

Texto: Carlos Noro

Fotos: Agustín Avil

Agradecemos a Pacheco Récords por la acreditación al evento. 

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