ANA PATANÉ / RAMANEGRA DÚO – Ajeno al Tiempo / Versiones Folclóricas del Metal


Año: 2025 | País: Argentina | Género: folclore | Sello: 2M (Arg) | Lemmymómetro: ♠♠♠♠♠♠♠♠♠♠ (10/10)

Ricardo Iorio solía repetir que “las canciones de HERMÉTICA estuvieron hechas con la criolla”. No lo decía para provocar, sino para recordar. En esa frase había una verdad fundante que muchos olvidaron: el metal argentino nació del mismo barro que el folklore, de las mismas manos que rasgueaban milongas y zambas antes de que llegaran los amplificadores. Esa imagen —la criolla, la madera, el canto que sale de lo profundo— fue semilla para lo que años después haría Ana Patané: devolver al metal su raíz acústica, su respiración humana, su pulso de tierra. Lo que Iorio enunció como una certeza, ella lo convirtió en un lenguaje.

Su proyecto empezó en 2023 con Ajeno al Tiempo, un disco que no se escucha como un repertorio de versiones sino como una ceremonia de revelación. Ana no toca, no dirige, no acompaña: habita. Su voz es el instrumento, y los músicos que la rodean se mueven como órbitas de un centro invisible. Noelia Sinkunas en piano, Pablo Chihade en guitarra, Tomi Palermo en guitarra, Lucy Patané y Juanito el Cantor en guitarras y voces, Julián Hermida con su quinteto de cuerdas, Adrián Steinsleger y el IL Harmónica Trío: todos tocan al servicio de una voz que no busca protagonismo, sino sentido. En ese contexto, cada canción del metal argentino se reencuentra con su alma.

El disco abre con Tú Eres su Seguridad, y la transformación es inmediata. El tema que en HERMÉTICA sonaba como un grito colectivo contra la alienación se vuelve, en la voz de Ana, una plegaria de desamparo y lucidez. El piano de Sinkunas flota entre lo sacro y lo profano, y la voz se eleva sin dramatismo, con una serenidad que estremece más que cualquier distorsión. La rabia cede lugar a la conciencia. En Gil Trabajador, el diálogo con la guitarra de Chihade traduce la furia del obrero en un ritmo de milonga campera: la palabra “trabajador” vuelve a sonar como lo que es, un cuerpo que sostiene el mundo. En Memoria de Siglos, Palermo construye una pulsación mínima que late como un corazón ancestral, y la voz de Ana se vuelve ritual, como si cada sílaba invocara la persistencia de una memoria que se resiste al olvido.

El clima se expande en Del Camionero, donde las voces de Lucy Patané y Juanito el Cantor se cruzan con la suya en un entramado que huele a ruta, a nafta, a madrugada. No hay guitarras furiosas ni bajos encendidos: hay un coro de humanidad. La canción se convierte en un viaje, un mantra sobre ruedas, un himno al andar. Luego llega Cuando Duerme la Ciudad, donde el quinteto de cuerdas de Julián Hermida convierte Buenos Aires en un paisaje respirante: la voz camina entre luces apagadas y calles desiertas. En Predicción, también junto a Hermida, todo se reduce a guitarra y voz. Lo que fue electricidad se transforma en confesión, y el metal suena por primera vez como si siempre hubiera sido tango. Soy de la Esquina, con Steinsleger, respira blues de vereda; Olvídalo y Volverá por Más, otra vez con Hermida, tiene el pulso quebrado de una historia de amor y caída; y Yo No lo Haré, junto al IL Harmónica Trío, cierra el disco con una especie de jazz criollo que deja al oyente en un silencio más elocuente que cualquier acorde final.

En Ajeno al Tiempo la operación es espiritual: desmontar la forma para encontrar la esencia. Ana canta con una intensidad que no busca conmover sino revelar. En su voz, el metal se desnuda y muestra su costado más antiguo: el canto como herramienta de resistencia. Esa idea se amplía en Versiones Folclóricas del Metal (2025), donde lo íntimo se vuelve territorio. Si el primer disco era una llama, el segundo es un fogón. Grabado en el Estudio MPA, de Pablo Chihade y Andrés Pereyra, el álbum se construye como una conversación entre tradición y ruptura. Ana y Chihade convocan a Richard Limbo en bajo y producción, Juan Martitegui en percusión, Guille Baygorria en mastering y a una serie de músicos que amplían los horizontes del sonido sin alterar su raíz.

La apertura con Vida Impersonal es casi un manifiesto. Aquí el tema adopta ritmo de chacarera, y su sentido se transforma. La percusión de Martitegui golpea como tierra húmeda, la guitarra de Chihade marca el pulso con claridad, y la voz de Ana avanza con una serenidad que desarma cualquier sombra. En medio de ese clima, Ana pronuncia la línea que condensa toda la filosofía de HERMÉTICA desde otra luz: “No esperes de mí nada especial, lo que tú buscas, dentro tuyo está.” En su interpretación, esa frase deja de ser advertencia y se vuelve revelación. No hay prédica ni dogma: hay conciencia. La canción se abre como un amanecer contenido, íntimo, que no grita, pero ilumina.

En Sepulcro Civil, la forma cambia nuevamente: la milonga campera reemplaza al peso original del riff. El ritmo tiene aire de campo, de fogón, de resistencia silenciosa. Chihade puntea con precisión, y la voz de Ana se desliza sobre la métrica con naturalidad. La denuncia de Iorio se vuelve canto colectivo, no arenga: el metal regresa a su raíz popular.

El centro del disco llega con Sentir Indiano, el corazón espiritual de la obra. Aquí no hay texto propio: Ana y Chihade toman íntegramente la letra de El Cóndor Pasa y la vuelven vuelo interior. La estructura rítmica responde a un huayno, con un aire que asciende y desciende como una respiración andina. Los aerófonos de Bruno Cirimele y Guillermo De la Fuente reemplazan las cuerdas agudas, tejiendo un paisaje de viento y altura. Ana canta con un tono que no pertenece a ningún lugar: no interpreta, encarna. En su voz, el metal argentino se funde con el canto ancestral del continente, y lo que antes era himno de libertad se transforma en testimonio de pertenencia.

Después, Robó un Auto —aquella historia marginal de V8— se convierte en milonga urbana con aroma a arrabal. En la voz de Ana, el relato del pibe sin destino que se lanza a la noche con una mezcla de furia y resignación pierde su costado criminal y se vuelve humano. Chihade acentúa los acordes como si fueran latidos, y el fraseo de Ana transforma el delito en testimonio: no hay juicio moral, hay comprensión. El sonido de las cuerdas secas, sin artificio, dibuja una Buenos Aires crepuscular, una ciudad que todavía late entre el pecado y la redención.

Solución Suicida, en cambio, se hunde en terrenos más oscuros. No hay bombo legüero: el peso rítmico lo marca un cajón peruano, que le da a la canción una textura seca, íntima, casi ritual. El bajo de Limbo sostiene un pulso grave, y la voz de Ana se interna en esa cadencia con una mezcla de entrega y desolación. La desesperación original se transforma en trance, en viaje interior. Lo que antes era dolor, aquí se vuelve purificación.

En Río Paraná, del disco Peso Argento de IORIO y FLAVIO, la atmósfera cambia: todo fluye con calma y hondura. Es una zamba que suena a agua y tiempo. Las cuerdas respiran con el tempo natural de la corriente, y la voz se posa sobre el cauce como una ofrenda. El río no es solo geografía: es memoria, frontera y unión. En esta versión, el Paraná deja de ser paisaje para convertirse en símbolo de un país que todavía busca encontrarse a sí mismo.

Bajo el Dominio Danzante emerge como un grito rítmico de resistencia. En lugar de estridencia, el tema late con tensión contenida, con un pulso que sugiere movimiento y lucha. La interpretación de Ana es seca, cortante, pero profundamente corporal. La percusión trabaja como si cada golpe fuera una respiración colectiva: el cuerpo del pueblo en movimiento. Aquí el metal se convierte en un lenguaje de defensa, una coreografía interior que dice sin hablar: resistir también es bailar.

Y Guerrero del Arcoíris cierra esa secuencia con una luz distinta. En manos de Ramanegra Dúo, el himno de RATA BLANCA se transforma en una zamba de esperanza, una plegaria terrenal que suena como si el arcoíris no fuera símbolo de fantasía, sino de persistencia. La guitarra de Chihade sostiene un rasgueo cálido, la voz de Ana se vuelve casi maternal, y el tema adquiere un tono espiritual, como si la lucha y la fe fueran una sola cosa.

Pero la provocación mayor del disco llega justamente con Destrucción. Que el himno fundacional del metal argentino —esa descarga de V8 que marcó para siempre la identidad del género— aparezca aquí con un aire de joropo venezolano es, a la vez, una herejía y una revelación. Ana Patané y Pablo Chihade no intentan domesticar la canción ni envolverla en exotismo: la liberan. El rasgueo sincopado reemplaza al riff, el bombo se transforma en pulso de tambor, y la voz no grita: arde. El ritmo, veloz pero con balanceo, le otorga un movimiento nuevo, casi ritual, que recuerda que la furia también puede danzarse. Donde antes había asfalto, ahora hay polvo y viento; donde había pogo, ahora hay trance. Que Destrucción suene con esa cadencia latinoamericana es un acto de inteligencia estética y política: afirma que el metal argentino no solo pertenece al sur del continente, sino que es parte de su música popular. El fin del mundo, cantado en ritmo de joropo, suena como el principio de otro.

Versiones Folclóricas del Metal no pretende modernizar el género ni convertirlo en folklore amable. Lo que hace es recordar que el metal argentino, en su raíz, ya era folklore: un canto de trabajadores, de sobrevivientes, de buscadores de sentido. La frase de Iorio deja de ser anécdota para transformarse en evidencia. Las canciones, sí, estuvieron hechas con la criolla. Pero también con el barro, con la historia, con la voz del pueblo. Ana Patané las devuelve a ese lugar y les da una nueva vida.

Escuchar ambos discos seguidos es como presenciar el regreso de un río a su cauce. Ajeno al Tiempo abre la herida; Versiones Folclóricas del Metal la cura. El primero busca el alma; el segundo la expande. En uno se oye el temblor del silencio; en el otro, la vibración de la tierra. Lo que une a ambos no es la forma, sino la verdad. Y esa verdad está en la voz. En una época de exceso y ruido, Ana canta con economía, con humildad, con una pureza que se vuelve subversiva.

Su obra no intenta reconciliar al metal con el folklore, porque nunca estuvieron peleados. Lo que hace es tender un puente sobre un río que siempre existió. Entre la distorsión y la copla, entre el riff y la zamba, entre la fábrica y la montaña, hay un punto de contacto: la voz humana. En esa voz —la de Ana Patané, firme, serena, luminosa— el metal argentino se reconoce y se reencuentra.

Texto: Carlos Noro

Agradecemos a la banda por la facilitación del material.
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