TIAMAT en vivo en Argentina: “Oda a la oscuridad”


Fecha: Viernes 12 de diciembre de 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Uniclub| Bandas invitadas: AVERNAL

La noche se presentó como algo más que un recital: fue un territorio compartido, un espacio donde la oscuridad no funcionó como estética sino como estado emocional. La elección de AVERNAL como invitado de TIAMAT no respondió solo a una lógica conceptual, sino también a una coyuntura concreta: originalmente la fecha iba a contar con la participación de GATECREEPER, pero problemas logísticos obligaron a suspender su gira sudamericana, reconfigurando el escenario de la noche. Lejos de debilitar la propuesta, ese cambio terminó reforzando el sentido del encuentro. Dos formas de transitar la sombra —una desde la confrontación física y otra desde la introspección— dialogaron como partes de un mismo relato, denso y exigente desde el primer minuto.

AVERNAL abrió la velada con una solidez que se sintió en el cuerpo. Probablemente, esta es la formación con la ejecución más prolija de su historia, y esa precisión no atenuó la violencia: la volvió más efectiva. El sonido fue compacto, opresivo, con guitarras que alternaron riffs secos y contundentes con armonizaciones gemelas de escuela death, de clara raíz CARCASS, sostenidas por un pulso que remitió al rock and roll más primario. Canciones como Ocultando mi furia, Habitante de cadáveres, Tripalium, La Densidad y Carne para la bestia no buscaron picos de euforia, sino una tensión constante, un empuje físico que dejó a la sala en estado de alerta. No fue un acto de calentamiento: fue una sacudida inicial, directa y sin concesiones.

La banda sonó cohesionada y segura. Cristian Rodríguez sostuvo la voz con autoridad seca, sin teatralidad. Federico Ramos y Gonzalo Varela en guitarras funcionaron como un bloque complementario, capaces de pasar del ataque frontal al trabajo fino sin perder solidez. Tulio Navia aportó un bajo profundo y físico, mientras Germán Rodríguez en batería sostuvo el pulso con firmeza, permitiendo que las canciones respiraran sin perder agresión. AVERNAL dejó una marca clara: crudeza controlada, madurez y convicción.

El ingreso de TIAMAT alteró de inmediato la temperatura del lugar. El aire se volvió más denso, el tiempo pareció estirarse. Church of Tiamat (Skeleton Skeletron, 1999) abrió el show con un tono ceremonial, casi doctrinario, pero con Johan Edlund todavía desacomodado, recitando más que cantando, visiblemente contrariado. Hubo una fricción inicial, una incomodidad compartida, como si la banda necesitara romper algo antes de avanzar. Ese quiebre se produjo al comienzo del segundo tema, In a Dream (Clouds, 1992), cuando Edlund hizo callar al público. El gesto no fue amable, pero sí honesto: a partir de ahí, la sala entendió que el show exigía atención plena.

El bloque de Clouds se desplegó con una austeridad casi funeraria. In a Dream, Clouds, The Sleeping Beauty y Divided sonaron primitivos, lentos y pesados, con una ejecución que rechazó cualquier intento de modernización. El sonido fue crudo, opresivo, sostenido por la repetición y el peso, más cerca del nacimiento del doom gótico que de sus derivaciones posteriores. La referencia al primer PARADISE LOST y a los comienzos de KATATONIA y ANATHEMA no fue estética, sino emocional: esa sensación de arrastre, de tristeza sin salida, atravesó cada compás. En The Sleeping Beauty, la parte instrumental generó uno de los momentos más físicos del show: un baile hipnótico, involuntario, donde el cuerpo respondió sin entusiasmo, como empujado por la gravedad. Divided cerró ese tramo como un bloque macizo, denso, difícil de digerir, pero profundamente efectivo.

El pasaje hacia Wildhoney (1994) marcó un cambio de dimensión. Las canciones de PINK FLOYD que sonaron antes del inicio no funcionaron como simple ambientación: fueron una advertencia estética. En vivo, la diferencia quedó clara. Allí donde FLOYD propone ensoñación y expansión, TIAMAT construyó pesadillas lentas, estados de inquietud prolongada. Cain, Love in Chains, Phantasma De Luxe y Wildhoney desplegaron climas hipnóticos que no invitaron a flotar, sino a hundirse lentamente. Phantasma De Luxe fue uno de los puntos más altos de toda la noche: un solo hermoso, claramente a lo Gilmour, donde la guitarra dejó de ser estructura para convertirse en voz, con melodía, espacio y emoción. Belleza sin consuelo, psicodelia inquietante, tiempo suspendido.

La tercera parte del show introdujo otro tipo de movimiento. Apoyada en material de A Deeper Kind of Slumber (1997), Skeleton Skeletron (1999) y Prey (2003), la banda se desplazó hacia los temas más bailables, atravesados por una oscuridad de raíz ochentosa. Whatever That Hurts, Do You Dream of Me? y Visionaire profundizaron el costado más íntimo y vulnerable, mientras Brighter Than the Sun y Cold Seed incorporaron pulso y groove. Fue un baile contenido, introspectivo, sin celebración, donde el cuerpo se movió sin abandonar la melancolía, como si la música permitiera respirar sin liberar del todo la tensión acumulada.

El desempeño del grupo fue clave para sostener ese recorrido sin fisuras. Simon Johansson en guitarra asumió con solvencia el desafío de abarcar todas las sonoridades históricas de TIAMAT, desde la aspereza primitiva hasta los pasajes más etéreos y melódicos, resolviendo cada transición con inteligencia y sin exhibicionismo. Gustaf Hielm, en bajo, aportó un pulso profundo y envolvente, sumando además voces que enriquecieron varias canciones. Lars Sköld en batería sostuvo los tiempos con precisión sobria, permitiendo que los climas respiraran sin perder cohesión. La gran sorpresa fue Per Wiberg, ex OPETH y SPIRITUAL BEGGARS, con una actualización soberbia de su rol: sus teclados no se limitaron a ambientar, sino que construyeron tensión, profundidad y movimiento interno, decisivos en los pasajes más psicodélicos.

La figura de Johan Edlund terminó de sellar el carácter de la noche. Su presencia es la de un personaje oscuro, difícil de asociar a una edad concreta. A los 54 años parece un alma vieja, cargada de desgaste y melancolía real. Su actitud fue irascible al comienzo, casi hostil, pero con el correr del set y frente a un público que entendió los silencios y acompañó los climas, se transformó en concentración. Su voz, más grave y desplazada algunos tonos respecto de las versiones originales, mostró límites en las partes más melódicas, donde el esfuerzo fue evidente. Ese desgaste, lejos de debilitar las canciones, las volvió más verdaderas, más pesadas emocionalmente, como si el tiempo hubiera terminado de escribirlas.

No fue una noche cómoda ni complaciente. Todo lo que ocurrió sobre el escenario se sostuvo desde la tensión, el contraste y una lógica interna que exigió atención plena. La violencia precisa de AVERNAL y la introspección hipnótica de TIAMAT funcionaron como dos actos de una misma experiencia, donde primero el cuerpo fue llevado al límite y luego empujado hacia un territorio más interno y perturbador.

El público no salió eufórico ni liviano. Salió en silencio, procesando. Y cuando una noche termina así, cuando el ruido se apaga y queda esa sensación de peso compartido, lo que ocurrió deja de ser solo un recital y se convierte en algo más duradero: un estado, una marca que tarda en irse.

Texto: Carlos Noro

Agradecemos a Noiseground por la acreditación al evento. 

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