CTM en vivo en Buenos Aires: “Sé vos no más y al Obras llenarás”


Fecha: Viernes 24 de octubre | Lugar: Estadio Obras Sanitarias | Ciudad: CABA | Hora: 19 hs | Banda Invitada: No hubo

El 24 de octubre no es una fecha más en el calendario. Para quienes amamos el heavy metal, este día no puede pasar inadvertido. El 24 de octubre del 2023, el mundo de la música —de nuestra música, del heavy nacional— sufrió la partida de quien dio origen e identidad al metal argentino y plantó bandera frente a los estándares de la época. Alejándose de las olas importadas y utilizando sus más preciadas armas —su labia y su bajo—, enfrentó culturas y políticas que consideraba opresivas y denigrantes.

Sí, estamos hablando de Ricardo Horacio Iorio. El hombre que, desde el barro y el seno de una familia humilde —con todas las trabas que eso implicó—, supo llevar la antorcha que encendió el metal argentino. Junto a su primera banda oficial, V8, selló la génesis y los cimientos de lo que luego serían no solo HERMÉTICA y ALMAFUERTE, sino también el heavy clásico nacional. Los años hicieron de él un personaje icónico y mítico, tanto desde lo musical, como desde lo humorístico y lo controvertido, siempre bordeando los límites sociales y estableciendo, de alguna manera, sus propias reglas.

Por eso, cada 24 de octubre sentimos la necesidad —y la obligación— de recordarlo y conmemorarlo. Un ser humano que tanto nos dio, y que solo se alejó de manera física, porque su legado sigue intacto. Eso lo demostró Claudio “Tano” Marciello (CTM), amigo de Iorio y cofundador de ALMAFUERTE, en su presentación conmemorativa en el Estadio Obras Sanitarias. Y por si fuera poco, lo hizo un 24 de octubre, convirtiendo la noche en una catarata de emociones.

Aunque el horario de inicio estaba pactado para las 21, sobre la marcha decidieron adelantarlo a las 20:30. Con un estadio saturado por el sold out y una serie de proyecciones detrás del escenario —donde se veían videos del Tano interpretando temas instrumentales—, se dio el puntapié inicial de la noche. Las imágenes sirvieron para calmar la ansiedad. Una vez finalizado ese momento, unas fotos de Iorio hicieron estallar el estadio en aplausos y gritos, dando paso al ingreso de los músicos para que empiece la verdadera fiesta.

Con un setlist cargadísimo, de 40 canciones que repasaron toda su historia, la velada arrancó con Buitres, de su primer disco “Mundo Guanaco”, desatando la locura generalizada con el campo y las gradas sumidos en un pogo unánime. La banda —conformada por Claudio “Tano” Marciello (voz y primera guitarra), Melina Marciello (batería), Leandro Radaelli (bajo) y Giuliano Noé (segunda guitarra)— continuó non-stop con Lucero del alba, De la escuelita y Pensando en llegar, para hacer un pequeño corte y recibir del público las frases tan anheladas: “Iorio es lo más grande del heavy nacional…” y “Olé, olé, olé, Tano, Tano…”.

El show siguió con Por nacer, tomando el micrófono Leandro Radaelli, quien durante la noche alternó varias veces con Claudio en las voces. Luego fue el turno de Debes saberlo y Dijo el droguero al drogador, clásico que inyectó adrenalina al campo y exigió a Melina desde sus pies. Si bien desde lo musical se transmitía energía y emotividad, durante el desarrollo faltó algo más de comunicación por parte del Tano que, podría decirse, escatimó en palabras hacia el público, haciendo que el repertorio fuera casi un tren de punta a punta. Aunque, siendo sinceros: con tres horas de canciones como las que hubo, si agregaba más charla, desalojábamos Obras a la madrugada.

El termómetro del piso estuvo siempre ardiendo, como una hoguera. Toda la jornada tuvo como protagonista a la gente, que no paró ni un segundo de saltar, cantar, corear, gritar y agitar el cuerpo al son de las melodías que salían de la viola del Tano. Prueba fehaciente de eso fueron Aguante Bonavena y Unas estrofas más. La primera, del tan recordado “A Fondo Blanco”, no dejó garganta sin desgarrar, con todos entonando desde lo más profundo “Aguante Bonavena…”. En la segunda, que baja mil revoluciones frente a su antecesora, se extrajo del corazón una emotividad que dejó los sentimientos a flor de piel.

Con la salida del resto de los músicos, Claudio quedó solo y cambió su viola por una acústica para interpretar Sopla el pampero y Zamba de resurrección, cerrando la primera parte del show. Mientras tanto, se proyectaban nuevas fotos de Iorio y se preparaba una pequeña orquesta para la segunda tanda.

Ya con todos nuevamente en su lugar, CTM y la filarmónica interpretaron una seguidilla encabezada por Mi Credo, canción que, siendo de su último disco, se ha convertido en un infaltable. A su letra conmovedora —cantada exclusivamente por el público—, la suma de cuerdas y vientos la transformó en un verdadero poema, donde a más de uno se le escapó un lagrimón. Trillando la fina y Almafuerte, con su inevitable contagio de delirio y la fuerza orquestal, fueron la transición hacia uno de los momentos más intensos de la noche.

Con imágenes de fondo de las Malvinas Argentinas y un avión nacional que parecía atinarle al blanco inglés, nada pudo evitar que se fusionaran las almas presentes, saltando de manera sincronizada y entonando “el que no salta es un inglés”. Con la piel erizada por la efusividad del público, los músicos comenzaron El visitante, canción que conmemora a los caídos en guerra y que se volvió una de las más icónicas sobre abril de 1982. La pieza finalizó con una frase del Tano: “Hasta los ingleses dijeron qué pelotas pusieron los argentinos”, cerrando con una lluvia de aplausos ensordecedora.

La función continuó con muchísimas canciones explosivas, emotivas y profundas, siempre con un público extasiado y músicos emanando buena vibra. Mención especial para Melina, que desde lo técnico se mostró entera y profesional, haciendo de “Bin” Valencia sin temblarle el pulso. Supo estar a la altura de la exigencia de la noche, donde pesa lo musical, pero también la presión popular y mediática. Un Obras colmado no es para cualquiera, y se vio que no fue una carga para ella. Enfrentó además la mirada juzgadora de quienes aún dudan de la performance femenina tras la batería —más en un género como este—. La hija del Tano demostró que nada de eso la afectó, y que si está ahí, no es por herencia ni regalo paternal, sino por mérito propio.

Temas como Convide rutero o Sé vos revalidaron ese costado enternecedor de Iorio a la hora de escribir, transmitiendo una química inexplicable. Desencuentro, El pibe tigre y La máquina de picar carne, todas de “Mundo Guanaco”, mostraron su cara más agresiva, que se tradujo en una mayor demencia del público. El repertorio se completó con Muere, monstruo, muere, Sentir indiano, Yo traigo la semilla, Del entorno, Homenaje, Niño jefe y Mano brava —del disco homónimo “Almafuerte”—, con este último mostrando la faceta más pesada, haciendo que Obras tiemble cuál sismo. En cambio, Ceibo, bajando las pulsaciones, dejó al descubierto la versatilidad y virtuosismo del Tano, que se llevó todos los elogios.

Por ser yo hizo brotar esos sentimientos de unidad y, juntos en comunión, todos levantaron los brazos al cielo como símbolo conmemorativo. Luego llegaron Libre de temor, Las aguas turbias suben esta vez, ¿Dónde está mi corazón?, Vencer el tiempo, 1999 y Patria al hombro, que exprimieron el cuerpo de los presentes, transformando el campo en un mar revuelto. Tras Triunfo, Ser humano junto a los míos —con todo el estadio entonando “esta es la luz de Cristo, yo la haré brillar”— y Sirva otra vuelta, pulpero, convertido en caballito de batalla infalible, llegaron los últimos dos: Toro y pampa, descontrol absoluto y popular, y A vos amigo, que cerró una noche única y eterna.

Una de las postales más fuertes fue el abrazo fraternal entre padre e hija al terminar el evento: Tano y Melina, fundidos en un gesto que decía todo. Lo lograron juntos. Y en ese abrazo estaba también el recuerdo vivo del hombre que hizo posible esa masiva concurrencia. No hay dudas sobre la performance de Claudio durante toda su carrera, ni sobre su lugar en el podio de los mejores guitarristas locales de la historia. Pero la gente fue a ver la herencia de Ricardo: esa voz inconfundible, esas letras que iban desde la lucha popular —esa que pocos se animaron a decir— hasta las anécdotas hilarantes o las más profundas, que marcaron a fuego la piel de muchos. Esa idea de lo auténtico y nacional que instauró en sus canciones, también se reflejó en las casi cinco mil personas que asistieron: tatuajes, remeras, banderas, símbolos nacionales y de sus anteriores formaciones. Una tribu. Un sentido de pertenencia. No cabe duda de que Iorio marcó una etapa, una generación, y que las nuevas también se contagian, con jóvenes y adolescentes vibrando en el templo del heavy nacional.

En fin… ¡Sé vos, nomás, y al Obras llenarás!
Hasta la próxima, Ricardo. ¡Y gracias, Tano, por mantener viva la antorcha del heavy argentino!

Texto: Santiago Izaguirre
Foto: Estanislao Aimar (Archivo)  
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