Fecha: Martes 10 de junio, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: ND Teatro | Bandas invitadas: No hubieron
Después de cuatro visitas a Argentina desde su salida de MEGADETH en el 2000, Marty Friedman regresó a Buenos Aires para confirmar que su camino artístico sigue siendo una fusión única entre virtuosismo extremo, sensibilidad oriental y un vínculo cada vez más estrecho con el público argentino. El ND Teatro, con entradas agotadas, fue el escenario de una noche donde la música, el humor y la conexión cultural se fundieron en un show muy particular.
A diferencia de muchos virtuosos de su generación, el sonido de Marty es inmediatamente reconocible. Sus inconfundibles fraseos sobre su clásica guitarra Jackson, cargados de expresividad y escalas exóticas, forman un sello personal imposible de replicar. Pero su gran mérito no está solo en su capacidad técnica —que es indiscutible— sino en una concepción artística más profunda: Marty Friedman siempre piensa en términos de canción.
Su objetivo nunca fue, ni es, simplemente, demostrar qué tan rápido o preciso puede ser —aunque lo es de forma superlativa— sino generar sensaciones, imágenes y atmósferas en quien lo escucha. Cada nota está puesta para construir una narrativa musical, una historia emocional. Ese entendimiento compositivo es lo que lo distingue del shred vacío: Friedman logra, incluso en los pasajes más intrincados, crear música que conmueve. Su técnica está siempre al servicio del arte de conmover. Esa, probablemente sea su virtud más alta.
Además de su excelencia técnica, lo que también quedó en evidencia una vez más en el ND Teatro es su generosidad artística. Friedman no busca ocupar todo el centro de la escena: se rodea de músicos jóvenes, talentosos, a quienes les da espacio real dentro del espectáculo. La bajista Wakazaemon tuvo sus momentos de protagonismo al cantar Monophony, Naoki Marioka aportó humor y sólidos arreglos de guitarra rítmica, y Chargeeeeee directamente desató el show físico más salvaje de la noche. Aunque todas las miradas naturalmente recaen en Friedman, el show funciona como una verdadera banda, no como un simple “guitarrista solista + músicos de apoyo”. Su visión es la de un espectáculo colectivo, construido en torno a su música pero compartido generosamente.
La impronta japonesa: influencia cultural y musical
Desde que se radicó en Japón, la cultura nipona se ha convertido en una influencia profunda y constante en la música y el estilo de vida de Marty Friedman. Esa conexión va más allá de lo superficial: su obra está atravesada por elementos de la tradición musical japonesa, desde melodías inspiradas en el folk hasta estructuras que privilegian la sutileza y la sensibilidad. Al mismo tiempo, esta influencia puede tornarse en una energía desbordante y a veces abrumadora, reflejando la dualidad de una cultura que combina tradición y modernidad, delicadeza y fuerza extrema. Así, la música de Marty alterna entre momentos excesivos y saturados y otros íntimos y sutiles, logrando una tensión artística que mantiene atento al oyente durante todo el espectáculo.
A más de dos décadas de haber dejado atrás la era de Rust in Peace (1990), Friedman se convirtió en un artista global, asentado en Japón, con un catálogo solista amplio, ecléctico y sofisticado. Su último trabajo, Drama (2024), lo encuentra más experimental que nunca, cruzando el metal instrumental con el pop japonés y el progresivo, siempre bajo su marca registrada: melodías hipnóticas, escalas orientales y solos cargados de sentimiento.
El show arrancó potente con Deep End y Angel, estableciendo de entrada el tono melódico y técnico del repertorio. La versatilidad se hizo evidente rápidamente cuando llegó Monophony, donde la bajista Wakazaemon tomó la voz líder en su propia composición, mostrando una banda cohesionada y con fuerte identidad grupal.
La lista de temas funcionó como un viaje musical por los distintos mundos que habita Friedman: Hyper Doom, Tearful Confession, Illumination, Devil Take Tomorrow y Elixir mostraron su faceta instrumental más emotiva, compleja y diversa. Durante el concierto, Marty presentó algunas piezas destacadas de su último álbum como una expresión más romántica y emocional, que contrasta con su faceta más agresiva y extrema. Así, las mencionadas Tearful Confession e Illumination fueron introducidas como canciones que muestran ese lado más íntimo y sensible. En particular, Illumination marcó el momento más delicado y emotivo del show, logrando una atmósfera casi etérea en el ND Teatro. En contraposición, Devil Take Tomorrow mantuvo esa línea melódica, pero añadió mayor intensidad, preparándonos para Elixir, uno de los momentos más pesados y extremos de la noche. Esa mezcla de fuerza y melodía es precisamente el terreno donde se mueve la música de Marty Friedman: la búsqueda constante del contraste entre agresividad técnica y emociones profundas. Los covers de Amagigoe (Sayuri Ishikawa) y Kaze ga Fuiteiru (Ikimonogakari) desplegaron el costado japonés de su repertorio, interpretados con un respeto absoluto por las melodías originales, pero siempre filtrados a través de su particular fraseo y expresividad.
Promediando el show, llegó el momento más esperado. Tras la ya clásica falsa intro humorística, ejecutada por Naoki Marioka, la banda atacó finalmente Tornado of Souls, el himno indiscutido de Rust in Peace. Ver a Friedman ejecutar de cerca el solo de esa canción es, lisa y llanamente, inigualable. Siguen pasando los guitarristas por MEGADETH y, a pesar de que todos han sido técnicamente solventes, ninguno es capaz de interpretarlo con la maestría y el feeling que exige. Cuando Marty lo toca, pareciera como si una vara mágica —la del thrash metal— lo tocara en ese instante, para recrear algo irrepetible. Es SU solo, es SU lenguaje. No importa cuántos años pasen: cada nota suena como fue concebida originalmente, con una combinación perfecta de virtuosismo, melodía y emoción que nadie más ha logrado replicar del todo.
Hacia la recta final, el set escaló en intensidad con Dragon Mistress y una potente segunda mitad de Tsume Tsume Tsume de Maximum The Hormone, sumando dosis de agresividad y energía extrema antes del emotivo bloque de cierre con Kaeritakunattayo en sus dos versiones: primero con banda completa, donde el propio Marty aprovechó para presentar a cada músico como si fueran de distintas ciudades argentinas —desde Córdoba a Mendoza y Bariloche—, mostrando un conocimiento sorprendente del país, seguramente fruto de sus recorridos turísticos y musicales por Argentina.
Finalmente, la versión en piano de Kaeritakunattayo dejó el aire suspendido en un clima de intimidad y calidez, cerrando un set de casi dos horas, cargado de matices.
La explosión escénica de Chargeeeeee
Más allá de lo musical, el gran actor escénico de la noche fue el baterista Chargeeeeee, cuyo desempeño podría haberse filmado en algún club del Sunset Strip de los 80. Baquetas al aire, gritos constantes, energía desbordante, trepadas sobre el kit y un show físico que por momentos coqueteó con lo acrobático.
En el tramo final, directamente se lanzó del escenario para recorrer el teatro corriendo entre el público, desatando la locura total. Su presencia lo coloca directamente dentro de esa estirpe de bateristas showman que en Japón inauguró Yoshiki de X- JAPAN: percusionistas que no solo tocan, sino que convierten la batería en un espectáculo en sí mismo.
Un Marty de buen humor: una conexión genuina con un público fiel
A lo largo de todo el recital, Friedman se mostró de excelente humor, visiblemente feliz, interactuando permanentemente con el público. “Trajimos la energía de Japón, ahora queremos llevarnos la energía de ustedes”, repitió en varios tramos, y la respuesta del ND fue siempre inmediata y calurosa. El intercambio, más allá del idioma, fue permanente: Marty no solo domina el español suficiente para bromear e interactuar, sino que demuestra un conocimiento de la cultura argentina que va mucho más allá de lo turístico. Cada intervención suya, cada guiño con el público, sumaron cercanía a un show que, por momentos, combinó virtuosismo extremo con calidez casi hogareña.
El público que agotó las entradas se movió durante toda la noche entre momentos de efusividad y energía desbordante, y otros de admiración respetuosa y silencio reverencial. Entre los presentes, se contaron numerosos músicos, guitarristas y fanáticos fieles a la mejor época de MEGADETH, quienes disfrutaron cada riff y cada solo con un respeto absoluto. Esa combinación de pasión y concentración fue un motor más que potenció la atmósfera de una noche histórica.
Desde lo técnico, el ND Teatro ofreció un sonido cristalino que permitió apreciar cada detalle: desde los sutiles slides hasta los arpegios más intrincados. Friedman continúa siendo un guitarrista de precisión quirúrgica pero, sobre todo, de enorme expresividad. No abusa del shred gratuito, sino que cada nota parece cuidadosamente elegida para construir atmósferas, emociones y climas.
Lo que Friedman ofreció en Buenos Aires es un resumen perfecto de su identidad actual: un músico capaz de cruzar el metal, el pop japonés, el enka, el progresivo y el shred extremo sin perder coherencia. Un artista que se reinventó lejos de la sombra de MEGADETH, construyendo un camino propio, complejo y profundamente original.
El ND Teatro fue testigo de casi dos horas de virtuosismo, entrega y comunión. Y de un Marty Friedman que, más allá de los riffs históricos que todos veneran, sigue creciendo y sorprendiendo a cada paso.
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