Año: 2025 | País: Alemania | Género: Technical Death Metal | Sello: Nuclear Blast | Lemmymómetro: ♠♠♠♠♠♠♠♠♠ (9/10)
Estamos en presencia de un álbum fabuloso, por varios motivos: la calidad técnica de cada uno de sus miembros es superlativa, un pico creativo monumental, un derroche de adrenalina que no opaca el virtuosismo, y viceversa; una demostración absolutamente obscena de calidad, emoción, furia y sensibilidad. Totalmente explícito y complejo.
Se van a terminar los calificativos y nos vamos a quedar cortos. Porque ya desde la excelencia de la producción la cosa arranca con la vara muy alta. A pesar de la velocidad, la distorsión, los arreglos y el growling de las voces (en algunos momentos hasta muy guturales) se puede escuchar cada uno de los instrumentos perfectamente, todo el tiempo. Desde el excelente trabajo de las guitarras de Steffen Kummerer y Kevin Olasz, que se complementan en todo momento alternándose las bases, los solos y todo el amplio abanico de recursos con que arman el contexto musical, tanto en los momentos de mayor potencia y distorsión como incluso en algunos pasajes más climáticos y hasta acústicos. Los arreglos de las canciones le suman color, variedad y sorpresa; los solos… ¡por favor! de un buen gusto, amplitud armónica y destreza que asombran.
Kummerer, en su rol de vocalista, es el costado visceral que balancea el super pesado pero también melódico, técnico y progresivo trabajo del resto. Ningún momento de voz limpia, solo growling, desde el más agresivo hasta el más cavernoso y oscuro. Puro vértigo y catarsis.
Pero, como si todo esto fuera poco (claramente, no lo es), todavía nos falta hablar de la base compuesta por el baterista James Stewart y el bajista Robin Zielhorst. El dueño de los parches construye desde su batería los cimientos en los que se asienta todo, y vaya tarea que le toca, dada la propuesta de la banda. Pero tranquilos, que el (muy) bueno de James tiene de sobra para ponerse a tono con sus compañeros. Por el lado de Robin, no por nada ha cumplido el rol de bajista en agrupaciones como CYNIC, donde ha tenido que reemplazar nada más ni nada menos que a Sean Malone. El sonido de su bajo fretless (sin trastes) es omnipresente, sólido, melódico y aparece complementándose perfectamente con el trabajo rítmico de Stewart, se pone también a la par de Kummerer y Olasz y, además, aporta sus propias líneas melódicas tanto en la base como al frente. El sonido más ‘vocal’ de los bajos de mango liso y el groove tan particular que con ellos se logra, sirve para redondear las composiciones y hacerlas muy personales no solo desde la composición, sino también desde la ejecución y el sonido.
Así las cosas y con todos estos elementos, los ocho temas van sucediéndose en una andanada que fascina pero, aunque no apabulla (no en un mal sentido del término), es lo suficientemente compleja como para encontrar siempre cosas nuevas en las sucesivas escuchas. Apenas pasado el primer minuto de Silver Linings, canción que abre el trabajo, nos deja claro que habrá que tener la atención al 100% y reducir las distracciones al mínimo indispensable para entender. Absorbente y hasta abrumador, sí, pero la recompensa bien vale el esfuerzo: cuatro minutos de furia a los que se le suman treinta segundos finales calmos llenos de melodías preciosas yéndose en fade out. In Solitude va más allá, con la agresividad que incluye momentos de vocalizaciones furiosas con un acompañamiento instrumental más limpio y técnicamente progresivo, logrando esa tensión de adrenalina/melodía trabajando juntas que es una completa locura. El instrumental Beyond The Seventh Sun compensa la falta de voces exacerbando todo lo otro. Un abuso.
En síntesis, podemos seguir nombrando y hablando hasta quedarnos sin palabras y no alcanzará. A Sonication es el segundo trabajo de una trilogía comenzada con A Valediction (2021) y vaya uno a saber cómo terminará. Un álbum que a ese espacio entre tus oídos, la llamada materia gris, la convertirá en materia opinable, tierra de nadie, zona liberada.
Suerte con eso.