Fecha: Jueves 3 de julio, 2025 | Hora: 20 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: El Teatrito | Bandas invitadas: VELOCIDAD 22 – MALIGNO – OJOS NEGROS – VIATOREM ASTRA
El proyectil cruzó el Atlántico. Después de más de cuatro décadas de historia, OBÚS finalmente impactó en suelo argentino y el estallido fue inmediato. El grupo que forjó el heavy metal en español junto a BARÓN ROJO y más acá V8 se presentó en El Teatrito, en el corazón de Buenos Aires, ante una audiencia encendida que transformó la espera en euforia, pogo y un canto unánime. Fue un rito eléctrico, con espíritu de hermandad y calle, y una descarga de potencia que no dejó indiferente a nadie.
La banda abrió con una intro futurista, entre luces frías y sonidos sintetizados, que dio paso a la explosiva Necesito más. Desde el arranque, Fortu Sánchez salió como un frontman en llamas: saltando, pateando el escenario y encarnando esa mezcla de provocación y oficio teatral que lo convirtió en leyenda. No tardó en mostrar que, a sus 71 años, no hay señales de freno. “¡Buenos Aires, queremos más!”, gritó, y el lugar estalló.
La raya llegó con un clima denso y nocturno. Fortu hizo un acting donde simuló que se “tomaba” una línea, mientras los riffs pesados de Paco Laguna levantaban mugre y actitud. El público gritó cada verso con la rabia de quien vivió esas calles. La intensidad se mantuvo con El que más, rutera y rockera, acompañada de imágenes proyectadas que reforzaban el viaje salvaje que propone el tema. Al final de esta tríada inicial, Fortu arrojó el pie del micrófono al suelo, como quien marca territorio.
Corre mamón se encadenó sin pausa, directo a la yugular. Fue el primer gran pogo de la noche, con un ritmo veloz y gritado como consigna. El frontman lo empujó con furia y complicidad, y el público respondió con saltos y coros. Luego llegó Te visitará la muerte, una de las más festejadas. Sonó con una potencia casi australiana, cercana a AC/DC, pero con sello propio. Fortu escenificó el tema como un predicador maldito: tiró agua bendita con el micrófono, y se arrodilló en el centro del escenario.
OBÚS es una banda de veteranos enérgicos que representan, como pocos, el espíritu callejero y frontal del rock duro en castellano. Al frente, Fortu Sánchez no es solo un cantante: es un actor visceral, un agitador, un performer que entiende el escenario como un campo de batalla. Su compañero de ruta desde los inicios, Paco Laguna, sigue siendo el arquitecto del sonido, con riffs afilados, solos precisos y entrega total. En la base, Carlos Mirat se plantó como una aplanadora: su batería fue demoledora, con fuerza y groove, y tuvo su momento de gloria en un solo explosivo, acompañado por Fortu a la percusión. Luisma Hernández, bajista de alma punk, aportó peso, actitud y hasta un homenaje sorpresivo que vendría más tarde.
La respuesta del público fue tan intensa como sostenida. En su mayoría cuarentones y cincuentones, con décadas de metal encima, conocían cada letra de memoria. También había jóvenes empapados en el heavy más ortodoxo, que vivieron el concierto como una clase magistral. No solo hubo pogos y coros multitudinarios; hubo entrega, complicidad y emoción real. El público gritó los nombres de los músicos, pidió temas con el puño en alto, agitó banderas, coreó solos de guitarra, y transformó fragmentos en himnos instantáneos. OBÚS no solo dio un show: vivió una celebración compartida con quienes esperaron este momento por años.
Si algo define a OBÚS, además del sonido, son las letras. Sucias, callejeras, viscerales, casi sin metáforas. Hablan de drogas, muerte, traición, fiesta, rabia y deseo, sin eufemismos ni ornamentos. No hay simbolismos ni giros poéticos: hay barro, asfalto y verdad. Cada frase parece escrita con un cuchillo sobre una pared. Esa frontalidad —que en otros puede sonar forzada— en OBÚS es pura honestidad: un grito que no busca disfraz, sino impacto.
Que te jodan fue pura verdad a quemarropa. Fortu lanzó: “Esta canción es una realidad”, antes de clavarse en su letra cruda y directa. Pesadilla nuclear elevó la tensión. Se formó un circle pit espontáneo y el frontman —en trance— se subió al bombo de la batería. Antes del arranque, Paco Laguna lanzó: “Esto no es ficción, es algo que puede suceder”. Fue uno de los momentos más viscerales de la noche, sostenido en frases como “Es solo un sueño o es realidad /Tan fácil nos podrá destrozar /Apretando un botón /Sólo un rojo botón”, toda una declaración frente a la actualidad mundial que soportamos
Juego sucio trajo una energía densa y provocadora, casi funkmetalera por momentos. A esta altura el público ya no era audiencia: era parte del show. Va a estallar el Obús llegó como una granada emocional. En el fondo, un video con imágenes históricas de la banda envolvía la canción en una sensación de épica. Con el tema terminado, Fortu pidió que bajaran las luces. Dinero, dinero comenzó en penumbras y con los celulares iluminando el teatro como si fueran estrellas. El cantante bajó a mezclarse con el público, caminando entre la gente mientras cantaba. De vuelta en escena, levantó algo del piso y lo mostró con orgullo: un fan le había regalado en Ezeiza un parche de Pappo’s Blues. “¡Esto me lo dieron al bajar del avión! ¡Pappo vive, carajo!”, gritó con el puño en alto, y la ovación fue total.
Después vino la presentación de la banda. Luisma Hernández recibió una ovación cerrada y aprovechó para homenajear a Lemmy con un breve, pero contundente fragmento de Ace of Spades que hizo temblar el piso. Carlos Mirat reventó los parches con un solo certero, mientras Paco Laguna fue ovacionado como leyenda viva. El cierre fue con Vamos muy bien, un himno absoluto que Buenos Aires cantó como propio, con una convicción que borró cualquier frontera.
Y cuando ya todo parecía terminado, OBÚS regresó con un bis incendiario: Autopista adrenalina pura sobre ruedas, que terminó de confirmar el buen show que dio la banda.
“Argentina es un país de rock and roll de verdad. ¡Y nosotros queríamos estar acá hace años!”, dijo Fortu, emocionado, antes de irse. OBÚS vino, vio y arrasó. No fue solo un concierto: fue una ceremonia pagana, sucia, honesta y brutal. Como el buen heavy metal. Como el barrio. Como el proyectil que, cuatro décadas después de haber sido disparado desde Vallekas, finalmente estalló en Buenos Aires. Y dejó huella.
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