Quien les escribe, por esas cuestiones de la vida, solo había podido ver a los británicos en su primera fecha en nuestro país, en el estadio de Ferrocarril Oeste, allá por el año 95, en el marco del Monsters of Rock compartiendo escenario junto a FAITH NO MORE y OZZY OSBOURNE. Casi 20 años han pasado y demasiados cambios se han sucedido.
PARADISE LOST salió a escena con el pasado pisando fuerte, ya que Mortals Watch the Day (Shades of God) fue la encargada de abrir la velada. Fuerte fue el contraste, puesto que en mi recuerdo estaba grabado un Gregor flaco, de pelo lacio y llovido, negro como la noche y un joven e imberbe Nick Holmes de pelo por los hombros, rubio y ondeado. Sin embargo, la esencia se encontraba inalterada y la oscuridad no podía ser más densa. Más allá de los problemas propios del sonido al principio de cualquier show, el quinteto arrancó con todo y así se mantuvo a lo largo del show, brindándons prácticamente un representante de cada etapa de su extensa carrera. Acto seguido, el clima cambió 180° para darnos una primera muestra de su etapa más electrónica de la mano de So Much is Lost (Host) para luego cambiar otra vez drásticamente el clima para deleitarnos con Remembrance (Icon), tema con el cual el sonido finalmente se afianzó y junto a Gothic y Enchantment (lamentablemente el único elegido de Draconian Times) nos dieron una bocanada de la época más oscura, triste y creativa (desde mi punto de vista) de la agrupación. Cabe destacar que todo un Roxy repleto de gente se encargó de seguir a la banda con cada tema, coreando cada estribillo y gritando cada estrofa. Así, un tercio de la noche había transcurrido con un paneo interesante por la historia de PARADISE LOST. Ahora vendría el turno de dos de las más actuales Faith Divides Us, Death Unites Us y Tragic Idol, ambos de sus respectivos discos homónimos, mostrándonos la vuelta a un sonido alguna vez perdido y reencontrado, coincidiendo con uno de los momentos más álgidos de la velada. Para el final de la primera parte antes de los bises nos quedaba la oscura y pesada Never for the Damned contrastando abismalmente con las “bailables” Isolate y Say Just Words que elevaron la energía del predio de una manera en otra época inentendible. Y así, como si nada, los músicos desaparecieron del escenario. Tan bien había sonado hasta ahora que uno no se daba cuenta de que ya habían transcurrido 10 canciones; parecía que se habían ausentado por algún problema técnico o algo similar. Pero no fue así. Unos minutos después, Mackintosh, Holmes y sus secuaces volvieron a las tablas para culminar una noche memorable de una manera inolvidable. Al principio de la crónica hice referencia a una trayectoria intachable aunque cuestionable, pues bien aquí es donde quedó expuesto el porqué. Para todo aquel que no sea capaz de mirar hacia atrás y recorrer la carrera de la banda en sentido opuesto y ubicándose en el momento musical de cada una de sus placas, los cambios de PARADISE LOST resultan prácticamente inexplicables. Sin embargo, supieron acomodarse a las exigencias de un mercado y un público sin abandonar nunca su esencia y oscuridad. De esta manera, para el final, nos esperaba una paleta de lo más contrastada. Haciendo presente su primer trabajo de estudio, Holmes arrancó la voz más profunda de su ser para interpretar de manera excelente Rotting Misery dando la única pincelada Death de la noche. Un segundo después, todos coreábamos One Second y nos volvíamos a sentir atraídos por la oscuridad al escuchar los acordes de True Belief. Finalmente, Over the Madness daría cuenta del comienzo de la última etapa de la banda para cerrar, paradójicamente, una noche llena de energía y ritmos fiesteros de la mano de Erased.
Así pasaron los ingleses. Tocando y dejando todo, con un sonido impecable y una interpretación intachable. 20 años después, considerando las diferencias y su trayectoria, PARADISE LOST vuelve a enamorarme y vuelve a mostrarme por qué hoy tienen el renombre que tienen. Un festejo por demás merecido el de sus 25 años para una agrupación ante la cual, muchas, deberían sacarse el sombrero.
Texto y Fotos: Estanislao Aimar
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