PARADISE LOST en vivo en Argentina: “Oscura justicia poética”


Fecha: Jueves 8 de mayo, 2025 | Hora: 20:00 hs. | Ciudad: C.A.B.A. | Lugar: Teatrito | Banda Invitada: SPIRITUAL REBEL

El regreso de PARADISE LOST a Buenos Aires, en el marco de su gira The Devil Embraced, fue una velada oscura que no solo celebró su legado, sino que también mostró su lado más pesado y extremo sin dejar de lado algunos momentos más “electrónicos” de la discografía de los ingleses. El Teatrito, sorprendentemente, se llenó para recibir a la banda, que volvió a poner en evidencia su capacidad para captar la atención de su público más fiel, al mismo tiempo que convenció a los más nuevos con una mezcla de nostalgia y novedad.

Resulta imposible hablar del vínculo entre PARADISE LOST y Argentina sin destacar un detalle único: pocas bandas internacionales han tocado en tantos y tan diversos escenarios. Desde aquel lejano debut en el Monsters of Rock ’95 en Ferro hasta noches en ND Ateneo, Uniclub, The Roxy, El Teatrito y hasta La Trastienda, el grupo ha cultivado una relación casi íntima con sus fans locales. Sin importar la época ni el contexto, cada visita fue una cita de culto que fortaleció ese lazo, demostrando que la oscuridad también sabe ser fiel.

Por eso, fue imposible no leer lo de anoche como una justicia poética: la excelente convocatoria, fue la confirmación de un renacer. Hubo años donde PARADISE LOST parecía no convocar al público que su historia merecía, giras donde la asistencia era tan limitada como devota. Pero sus últimos discos, más pesados y a su modo extremos, funcionaron como catalizadores: le devolvieron fuerza y contundencia a su propuesta, y reconciliaron a parte del público con una banda que nunca dejó de evolucionar. Hoy por hoy, el fan argentino celebra todas las etapas del grupo —desde el gótico fundacional hasta los desvíos más melódicos—, y eso también habla de madurez colectiva.

Desde los primeros acordes de Enchantment, el show mostró una banda bien parada, que entiende su propio ADN, pero sin olvidar sus raíces más góticas. Las luces de El Teatrito se apagaron con la fuerza del bajo de Stephen Edmondson y la batería de Guido Zima Montanarini (único miembro no británico, reclutado para giras) quien sostuvo con firmeza cada cambio de dinámica; mientras que las guitarras de Aedy  y Macintosh se tejían entre la penumbra. Sin embargo, hubo algo en los primeros momentos que resultó ligeramente extraño: Holmes, quien en el pasado fue un ícono de la entrega vocal, se vio algo forzado al cantar los primeros temas. Su voz no logró la fluidez habitual, sobre todo en los primeros compases de Forsaken y Pity the Sadness. A medida que avanzaba el show, sin embargo, su presencia se fue consolidando y logró conectar con la audiencia a través de sus peculiaridades y su intensidad.

Un aspecto que no pasó desapercibido fue el sonido. Si bien la mezcla no fue completamente desastrosa, el resultado no hizo justicia con la propuesta de la banda. El audio careció de la potencia necesaria para que las guitarras brillaran en todo su esplendor. La voz de Holmes estuvo algo escondida en la mezcla en varios momentos, lo que restó algo de impacto a la interpretación. A pesar de eso, la efusividad del público compensó este detalle, creando un ambiente de interacción en el que los fans se sintieron parte activa del concierto. Lo cierto es que el entusiasmo colectivo, que sin exagerar cantó cada estrofa de cada canción y coreó la gran mayoría de los riffs. logró que la banda se sintiera respaldada durante toda la velada.

A nivel escenográfico, PARADISE LOST apostó a su estilo característico, con la pantalla trasera mostrando el viejo logo de la banda, envuelto en un halo oscuro, mientras los clásicos juegos de luces generaban una atmósfera inconfundible. Las tonalidades de azules, rojos y grises, envolvían a los miembros de la banda, manteniéndolos en sombras parciales que, como siempre, lograron intensificar la característica emocional de su propuesta. Este juego de luces nunca ha buscado la exposición total, sino una representación de su oscuridad, y en ese aspecto, la banda supo transmitir lo que prometía desde el comienzo.

En el corazón del set, tres piezas marcaron con fuerza la impronta más pesada y oscura de PARADISE LOST: Eternal, The Devil Embraced y No Hope in Sight. La primera, extraída del fundamental Gothic (1991), fue una descarga cruda de doom/death primitivo, con riffs cavernosos y una atmósfera opresiva que remiten a los primeros días de la banda. La guitarra de Gregor Mackintosh, con su mezcla de distorsión espesa y melodía fúnebre, marcó un momento de comunión con los seguidores más veteranos, que recibieron el tema como una reliquia litúrgica. La canción mostró el costado más crudo y primitivo del grupo, con esos riffs casi death metal que recordaron por qué PARADISE LOST fue influencia directa para bandas de doom extremo y gothic metal por igual. The Devil Embraced, además de ser uno de los puntos más intensos de Obsidian (2020), le dio nombre a esta gira y funcionó como un eje conceptual: un tema cargado de dramatismo, que oscila entre lo ritual y lo épico, con un estribillo casi hipnótico. Allí, Mackintosh desplegó uno de sus solos más expresivos, en un crescendo que consolidó el carácter ceremonial del show. En No Hope in Sight, uno de los momentos más celebrados de The Plague Within (2015), la tensión entre melodía y pesadez encontró su equilibrio perfecto. El riff, directo y desgarrado, fue la columna vertebral de una interpretación que mostró el oficio de la banda para canalizar desesperanza y belleza en una misma canción. En los tres temas, Mackintosh se erigió como la figura clave: su guitarra no solo sostiene el sonido de PARADISE LOST, sino que es el medio a través del cual la banda proyecta su identidad más profunda.

Uno de los detalles que generó controversia durante el show fue la incorporación de pistas de teclados en varias canciones. No es que estuvieran fuera de lugar, ya que ciertamente aportan un aire épico a la atmósfera de PARADISE LOST, pero hubo momentos en los que el volumen de estas pistas pregrabadas estaba demasiado alto en la mezcla, eclipsando las guitarras y, por ende, a la voz de Holmes. Si bien este detalle no empañó la calidad del espectáculo, sí dejó entrever que la incorporación de un tecladista en vivo podría enriquecer aún más la experiencia, aportando un sonido más orgánico y menos dependiente de lo pregrabado.

Holmes, por su parte, se dirigió poco al público, pero cuando lo hizo, lo hizo con su característica ironía oscura, haciendo comentarios mordaces con un tono de humor negro, especialmente al referirse a algunas de las canciones más antiguas, de los noventas, una época que la banda sigue manejando con una carga emocional notable. Su presencia en el escenario se hizo sentir, sobre todo en los momentos más crudos y pesados de la noche, pero también se dio espacio para esa “mala onda” que siempre ha sido parte del ADN de PARADISE LOST.

Dentro de esa tensión emocional permanente que sostuvo la narrativa del show, hubo momentos donde el ritmo más marcado y las melodías gancheras generaron un ambiente de celebración. Canciones como One Second y Say Just Words lograron encender el costado más “bailable” de la propuesta. En One Second, ese groove a medio tiempo y los arreglos electrónicos crearon una especie de trance colectivo, mientras que Say Just Words desató un pogo contenido, gracias a su riff insistente y ese estribillo irresistible que es ya un clásico alternativo.

En este punto, el cierre del show incluyó una elección curiosa: Smalltown Boy, el cover del clásico synth-pop de BRONSKI BEAT, que fue recibido con calidez por el público y generó una atmósfera distinta, más relajada y emocional. Pero también dejó una sensación ambigua: más allá de su onda y lo celebrada que fue, la inclusión del tema ocupó un espacio que bien podría haber sido destinado a una canción propia, sobre todo considerando que el set fue relativamente corto. Esa persistente decisión de la banda de mantener sus shows acotados, si bien coherente con su estética, a veces deja con ganas de un tramo más.

En general, el show fue una experiencia intensa, con una atmósfera oscura y opresiva, donde los momentos más “bailables” fueron celebrados por el público, quienes sin dudarlo festejaron y perdonaron simbólicamente cada uno de los matices que PARADISE LOST les ofreció. Ese sentido de reconciliación fue palpable en la sala, donde todos parecían disfrutar de la historia de la banda, más allá de sus altibajos y transformaciones sonoras.

En este punto la banda entendió esos contrastes que son parte de su historia y el resto del setlist recorrió varios de los himnos más representativos de su historia con una carga emocional tan densa como efectiva. Faith Divides Us – Death Unites Us, con su tempo arrastrado y su melodía sombría, funcionó como un mantra oscuro que hipnotizó a la audiencia desde los primeros compases. As I Die, clásico inapelable de la era dorada del doom/death melódico, despertó una ovación automática apenas sonaron sus primeras notas, con ese riff cargado de melancolía y una interpretación vocal cruda por parte de Nick Holmes, que alcanzó uno de sus mejores momentos en esa ejecución más allá de dejar que el público gritara la icónica primera frase del tema. The Last Time mantuvo la intensidad con una estructura más dinámica, casi cercana al metal gótico de estadios, mostrando la capacidad de la banda para combinar oscuridad con inmediatez melódica con un Greg Mackintosh presentando su inconfundible postura gótica y esa forma única de doblar el cuello sobre la guitarra como si exorcizara cada nota, entregó solos llenos de melancolía y poder. Embers Fire por su parte trajo de vuelta el fuego más crudo de los primeros discos: riff pesado, agresividad contenida, y una vibra apocalíptica que demostró por qué esta canción sigue siendo una de las más esperadas por los fans más veteranos. Como cierre, Ghosts no solo bajó el telón con una cadencia envolvente y gótica, sino que funcionó como una declaración de principios de la banda: “For the fire burns, deep within mistrust / For the ghosts, the ones to break me / For Jesus Christ” (Porque el fuego arde, profundamente en la desconfianza / Por los fantasmas, los que deben romperme / Por Jesucristo”), repite Holmes con tono casi resignado, dejando en el aire una reflexión amarga pero potente que selló la noche con la oscuridad elegante que define a PARADISE LOST. Esa oscuridad no es solo melancolía, sino una belleza sombría que se sostiene en la sofisticación musical y la honestidad brutal de sus letras, haciendo que cada show sea un ritual intenso y oscuro que explora el interior de uno mismo.

En conclusión, PARADISE LOST logró ofrecer un espectáculo fiel a su historia, aunque con algunos detalles técnicos que podrían haberse ajustado para maximizar la experiencia en vivo. La banda, con su propuesta madura y sombría, sigue siendo un pilar fundamental dentro del metal gótico y su capacidad para reinventarse, sin dejar de lado su esencia, sigue intacta. Su música sigue siendo un refugio para quienes encuentran belleza en la tristeza, y redención en la pesadez. El público argentino, siempre fiel, demostró una vez más que la historia de PARADISE LOST sigue viva, con su particular dosis de oscuridad y una pasión que no conoce fronteras.

Texto: Carlos Noro
Fotos: Cortesía Fernando Serani
Agradecemos a HP Prensa por la acreditación al evento.

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