Estos norteamericanos, oriundos de Missouri (Texas), se formaron en 1991 y estuvieron activos hasta 1998, en ese lapso de tiempo editaron solamente un par de Demos y alguna que otra compilación, para luego tener un parate hasta 2009; año en el que IMPRECATION vuelve al ruedo.
A partir de allí editan un EP (“Sigil Of Lucifer”, en 2010), otro Demo al año siguiente y este año finalmente llegaron al disco debut. Sí, pasaron 22 eternos años desde que la banda comenzó a tocar para ver plasmado el primer trabajo del grupo.
IMPRECATION está compuesto por Rubén Elizondo (batería, teclados, Adumus, Dark Reign, Morbus 666, ex-Black Boned Angel, ex-Temple of Wrath), Dave Herrera (voz, Bahimiron, Christ Dismembered, Morbus 666, ex-Black Boned Angel), Archfiend (guitarra, Adumus, Dark Reign, Oath of Cruelty, ex-Morbus 666) y David Ramírez (bajo), como verán, todos con amplia trayectoria, participando no solo de la banda que nos ocupa hoy, sino de otros proyectos y agrupaciones.
“Satanae Tenebris Infinita” es un álbum terriblemente oscuro, decididamente comandado por el Death Metal (old school) que tanto nos gusta, ese que reconoce en el Doom a un buen aliado cuando la mayor parte de su composición se sucede a medio ritmo, contenida por una base densa y demoledora.
Instantáneamente, INCANTATION se viene a mi cabeza, es que oscuridad y Death Metal son sinónimo de estos, y a IMPRECATION parece habérsele metido por los poros (a lo largo de toda su carrera) lo hecho por sus “hermanos”.
Son 40 minutos de pura blasfemia, de pura maldad, donde destacar algún tema por encima de otro sería pecar de hincha pelotas o se hilaría demasiado fino cuando el resultado final del álbum es demoledor sin dudas.
“Satanae Tenebris Infinita” pareciera ser un disco creado directamente para el fanático del Death Metal que se aferra a los cánones más clásicos del género y no quiere salir de allí (viéndolo como algo positivo, claro) para, justamente, aferrarse a este tipo de lanzamiento sin desperdicio.
Hubo que esperar, pero valió la pena, absolutamente.
Texto: Gustavo Piccini
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