KERRY KING en vivo en Argentina: “Actitud indiscutible”


Fecha: Viernes 9 de mayo, 2025 | Hora: 20:00 hs. | Lugar: Teatro Flores | Banda Invitada: MANIFIESTO

Kerry King nunca transó. Desde los primeros años de SLAYER, entendió que la banda debía ocupar el extremo más brutal del metal. Nunca hubo concesiones, ni coqueteos con modas, ni pasos en falso. Su forma de ver el heavy metal tiene mucho en común con la de sus amigos de PANTERA: siempre buscaron ser los más heavys entre los heavys. Y aunque el tiempo pasó y el nombre SLAYER parecía haber quedado atrás (insólitamente y en un acto anticomercial para sí mismo anunció la vuelta de su grupo de toda la vida la misma semana que lanzaba su disco solista), la misión de Kerry parece seguir intacta. O eso dice su nuevo disco From Hell I Rise y el supergrupo que lo acompaña. Sin embargo en vivo, al menos esta vez en El Teatro Flores, la historia fue un poco más ambigua.

Desde el arranque con Diablo, se notó algo extraño: el sonido era sorprendentemente bajo. No es un detalle menor. Quienes esperaban una aplanadora al estilo SLAYER se encontraron con un volumen contenido, una potencia limitada y una nitidez algo apagada. No fue un problema técnico ni una falla de ejecución: todo funcionaba, pero el audio nunca alcanzó esa ferocidad ensordecedora que caracterizaba los shows de su ex banda. Fue como si King quisiera decir “esto no es Slayer”, pero sin decirlo, solo bajando la perilla.

La banda que eligió para acompañarlo en esta nueva etapa no es un grupo de sesionistas: es un verdadero supergrupo del metal extremo, con un linaje imposible de ignorar. En la batería está Paul Bostaph, el mismo que se sentó detrás de los parches en varias etapas fundamentales de SLAYER, desde Divine Intervention hasta el adiós con Repentless. Su golpe sigue siendo perfecto, su doble bombo una estampida contenida y su conexión con Kerry es tan natural como histórica. En el bajo aparece Kyle Sanders, figura sólida del metal alternativo y sludge por su paso en HELLYEAH y BLOODSIMPLE, que aporta un sonido denso, con cuerpo, y una actitud que no desentona con el resto del elenco. Al frente, en la voz, Mark Osegueda —leyenda del thrash californiano por su rol en DEATH ANGEL— asume el desafío con respeto, solvencia y una presencia escénica que oscila entre el carisma y la sobriedad. Pero fue Phil Demmel, ex MACHINE HEAD y VIO-LENCE, quien se llevó los mayores elogios. Algo así como una figura espejada de Jeff Hanneman o incluso de Gary Holt —con quien comparte cierto parecido físico—, Demmel ocupó ese lugar clave de segunda guitarra con precisión y sensibilidad. Mientras Kerry ejecuta con una velocidad abrasiva y una crudeza intransigente, Phil aporta la dimensión melódica, el contrapunto armónico, la dinámica en las secciones instrumentales. Su presencia fue vital para equilibrar el peso brutal de la propuesta y recordarle al público que, incluso dentro del caos, hay espacio para el detalle, el matiz y la forma.

El corazón del set estuvo estructurado con inteligencia: no como una simple sucesión de temas nuevos, sino como una declaración de principios en varios actos. Where I Reign y Rage se encargaron de marcar el territorio con brutalidad y urgencia: ambas funcionan como misiles de apertura, con riffs incisivos y estructuras directas que recuerdan a los momentos más agresivos de SLAYER, pero con una impronta propia. Son temas que no dudan y que encuentran en Osegueda una garganta ideal para expresar esa furia cruda. Luego Trophies of the Tyrant, bajó  las revoluciones pero aumenta el dramatismo: más cadenciosa, más ceremonial, casi como un recordatorio de que la pesadez también puede tener un tono lúgubre y opresivo. Fue una especie de marcha fúnebre para tiranos, con un riff principal que baja como un martillo y que encontró en Demmel su momento más inspirado: su forma de frasear sobre los riffs de Kerry sumó una dimensión melódica que recordó por momentos al trabajo que Gary Holt hacía en los últimos años de SLAYER.

La segunda mitad del bloque mostró otras texturas sin perder contundencia. Residue y Two Fists retomaron el vértigo con enfoques diferentes: la primera se enmarca dentro del thrash técnico, con velocidad imposible y precisión de metrónomo; la segunda, en cambio, apeló a una energía casi punk/hardcore, más sucia y directa, que recordó a la época en que SLAYER tributó a sus influencias hardcore punk en el disco Undisputed Attitude.En ese contexto, Toxic apareció como una bisagra conceptual: el riff venenoso y la letra de ataque político pusieron a la canción como una de las más actuales del repertorio, donde el groove opresivo funciona como vehículo para el desprecio que Kerry siente por el presente. Y como cierre de ese tramo, Tension operó como un descenso calculado, una distorsión más controlada pero igual de amenazante. No es la más rápida ni la más pesada, pero sí una de las más tensas, como si condensara todo lo anterior en una atmósfera espesa que queda flotando incluso cuando el último acorde se apagó.

La banda —con Paul Bostaph, Phil Demmel, Kyle Sanders y Mark Osegueda— sonó ajustada y feroz dentro de los límites impuestos por esa mezcla moderada. Los riffs de King eran afilados, pero no cortaban. La voz de Osegueda estaba al frente, pero no explotaba. Incluso el mismo Mark—más medido que en otras ocasiones— apenas habló entre tema y tema. Cuando lo hizo, fue para lanzar un insulto certero contra los políticos durante Toxic, o para declarar su amor incondicional al heavy metal. Supo que el protagonista era Kerry, y se mantuvo en ese rol de frontman respetuoso, poderoso pero sin eclipsar. Por su parte, King se mostró como siempre: parco, abstraído, con una presencia que impone sin necesidad de palabras.

A pesar del peso de los nombres sobre el escenario y del interés por ver en acción al legendario guitarrista, el público respondió con cierta tibieza al material solista. Por momentos se percibía un desconocimiento generalizado de las canciones, como si el disco aún no hubiese calado lo suficiente. Cada vez que algún riff rememoraba los pasajes más cadenciosos de SLAYER, surgían los primeros coros espontáneos y gestos de complicidad, como si ese eco del pasado sirviera de salvavidas emocional ante la incertidumbre de lo nuevo. Esa respuesta intermitente generó un clima extraño, con varios tramos del show sumidos en una frialdad inesperada, más observadora que participativa. La propuesta de Kerry fue clara y frontal, pero no todos parecieron dispuestos a seguirlo en esta cruzada personal más allá del mito.

Los covers de Purgatory y Killers de IRON MAIDEN fueron momentos sorpresivos que dieron cuenta de la incalculable influencia de la etapa de Paul Di Anno en el inicio del thrash. Estas canciones fueron abordadas desde una perspectiva thrash, con velocidad y agresividad, casi como un guiño entre colegas. Purgatory, con sus riffs afilados y ritmo acelerado, mantuvo la atmósfera oscura y tétrica del original, mientras la voz de Osegada llegó con facilidad a los agudos, respetando la crudeza pero aportando potencia. Por su parte, Killers, tema que da nombre al álbum de 1981, combinó velocidad con groove pesado y una tensión oscura, en una versión acelerada que resaltó los riffs punzantes y las melodías intensas. Osegada volvió a brillar en las partes vocales más exigentes, entregando un homenaje enérgico y respetuoso que fue muy festejado por el público.

La irrupción de los clásicos fue clave para encender, aunque sea parcialmente, la mecha de un show que por momentos navegaba en la frialdad. Repentless, con su riff cortante y su frase emblema sirvió como el primer guiño directo al pasado inmediato de Kerry King. Disciple, por su parte, fue la que logró romper el hielo: ese grito de guerra con “God hates us all!” fue el punto más alto del agite colectivo, un mantra que canalizó todo lo que los fans habían ido a buscar. Luego llegó At Dawn They Sleep, un rescate del repertorio más oscuro y siniestro, que le devolvió al set una densidad ritual, menos directa pero cargada de historia. Raining Blood y Black Magic funcionaron como un combo explosivo, una dosis doble de historia, violencia y devoción. Apenas sonaron los truenos que anuncian Raining Blood, el campo estalló en un pogo que parecía sacado de otro recital, más cercano a un ritual salvaje que a un show de repaso solista. Fue violento, masivo, extremo: exactamente lo que muchos imaginaron cuando vieron el nombre de Kerry King en el cartel y corrieron a comprar su entrada. La secuencia se completó con Black Magic, que prolongó ese estado de euforia en clave más sucia y primitiva, casi como un regreso al origen. Juntas, ambas canciones no solo encendieron al público sino que evidenciaron el contraste entre lo nuevo y lo clásico: en esos minutos, lo que estaba en juego no era la presentación de un disco, sino la celebración de un legado que sigue latiendo más allá de toda decisión.

En definitiva, fue un show potente en ejecución, pero extrañamente contenido en intensidad. Muchos esperaban un Teatro Flores lleno y un sonido demoledor, una verdadera embestida sonora digna de la leyenda que representa KERRY KING y su legado en SLAYER. No sucedió. La atmósfera, marcada por un sonido sorprendentemente bajo y una presencia más mesurada de Kerry, dejó una sensación de tensión contenida, lejos de la potencia demoledora que el público imaginaba. El show estuvo lejos de ser malo, pero tampoco fue espectacular; la vara para este conjunto de músicos es muy alta y la comparación inevitable con el pasado dejó un saldo agridulce. Para algunos, fue una declaración de principios intransigente, la reafirmación de una brutalidad que no se negocia; para otros, una experiencia que quedó a medio camino entre el pasado glorioso y un presente en construcción, un equilibrio delicado entre homenaje y reinvención. El público respondió a medias, entregándose con fuego en los momentos más cercanos al universo SLAYER, pero sintiendo la distancia en las canciones solistas. Y el cierre fue tan seco como todo el show: sin bises, sin palabras de más. Solo Kerry, su guitarra y su cruz invertida flameando como estandarte, dejando claro que su legado sigue firme, aunque esta vez la brutalidad sonó más como una amenaza contenida que como una puñalada directa al pecho.

Lo único seguro es que KERRY KING mantiene intacta su visión: la violencia sonora y la intransigencia siguen siendo su estandarte, aunque esta vez la potencia haya sido medida y la oscuridad, algo más calculada.

 

Texto: Carlos Noro
Fotos y clips: Estanislao Aimar
Agradecemos a Marcela Scorca de Icarus Music por la acreditación al evento.

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