La realidad indica que Alemania ha sido a lo largo de su rica historia en materia musical, un país proveedor innato de heavy metal. Cuando hablamos de heavy metal clásico, power metal (léase, HELLOWEEN y CIA.) y thrash metal (léase KREATOR y CIA.) probablemente sean las vertientes más relevantes gestadas, pero también se han ido dando lujos dentro de la escena hard rockera con casos relevantes populares internacionalmente reconocidos como SCORPIONS, por nombrar alguno, o bien como es el extraño caso de estos muchachos llamados KADAVAR, quienes visitaron nuestro país por segunda vez días atrás en The Roxy La Viola Bar trayendo a cuestas cada vez más pergaminos y frutos recolectados en muy pocos años de actividad, cosa que no es poco.
Y a decir verdad mis amigos, estamos ante una banda que justamente no es lisa y llanamente practicante de heavy metal, pero tienen tantos contenidos en su status del género que mucho dan por contar. Por sobre todo el viernes pasado “fumamos” una banda que tiene mucho, pero mucho de BLACK SABBATH pero que también respiran entre sus notas a genios rockandrolleros de los años ’70 y lo retratan con sonidos del 2018, pero que pecan de vejez. ¿Cómo hacen? Con una capacidad enorme. Más allá de la afinación utilizada, los equipos, micrófonos y demás detalles, estamos ante la presencia de un trío como muchos de ustedes saben, y como tal, los tríos para sonar con todo necesitan de varios complementos. Bueno, ellos los tienen consigo y cubren sobre el escenario todos los espacios que te puedas imaginar, no solo físicamente por su altura, sino también por lo que desprenden de sus manos.
Tampoco hablamos de virtuosismo, pero si de una visión musical clara de lo que pretenden y en el escenario son un fiel reflejo de eso. Distan bastante de la potencia que entregan en las placas de estudio (por eso también fui) y cuentan claramente entre sus filas con un cuarto integrante: su sonidista. El tipo (n.n.) hizo todo lo necesario para poner el show donde se merecía que esté. Arrancó medio flojo de papeles y de toque lo sacó al ruedo al evento y lo puso donde quiso. No se escuchaba al principio bien al voz, todo sonaba medio alto, medio saturado… pero el pibe hizo lo que se le dio la gana desde las perillas y vivimos un show más que impecable desde ese aspecto.
Fieles a su cultura, nos encontramos también con gente de poca comunicación para con sus seguidores, y se limitaron a tocar y tirar alguna que otra palabra en español. Se los vio contentos y conformes. Musicalmente todos respondieron de forma muy pareja, representando en cada nota la parte psicodélica, sucia y rasposa que tiene la banda, es decir… su estirpe, su sello. También debemos ser lo suficientemente concretos en decir que Tiger, su baterista, se lleva los laureles de la historia, no sé si todos, pero si gran parte. Pegado escenográficamente al borde del escenario, toma un protagonismo pocas veces visto arriba de las tablas. Y no es justamente del tipo de bateristas excelsos, no, para nada, pero el tipo no sólo se las ingenia para mostrar su talento con total soltura sino que con golpes secos, prácticos y contundentes pone a la banda en otra dimensión.
Todo lo que hacen, lo hacen por dos, con lo cual mi cuenta dice que estamos ante una banda en teoría de tres integrantes pero que en la práctica son seis. Durante todo momento percibí que cada uno de sus instrumentos fueron extensiones de sus brazos y cada riff con sus efectos, cada golpe de bajo con piñas de por medio sobre el robusto cuerpo de madera y cada golpeteo doble que daba el mencionado baterista puso a el show allá arriba. Un lujo.
La historia arrancó a la hora pactada, alrededor de las 21.40 hs. y de ahí en adelante durante hora veinte y no más de trece canciones repasaron un poco cada álbum haciendo un lindo mix. Christoph Lindemann, sería quién iría cantando hacia donde iban virando y antes la atenta mirada de Simon Bouteloup en las cuatro cuerdas daban siempre el paso sin equivocarse. Tiger siempre ofició como el más suelto de la historia y cada riff Sabbathoso que rondaba en el ambiente hacía que migremos nuestra cabeza al compás de cada una de las melodías que iban sonando.
Mucha gente fue, y entre todos coreamos parte de las distintas canciones. Desde el arranque con “Skeleton Blues”, “Doomsday Machine”, “Pale Blue Eyes”, “Into the Wormhole”, la genial “Die Baby Die” y “Living In Your Head” darían con un más que acertado arranque. Notable lo de ellos, no-ta-ble. Debo reconocer por otro lado que no fui con las expectativas tan altas pero sabía que podía ser algo realmente lindo lo que se iría a vivir y sinceramente así lo fue. Así que si la próxima vez si tienen chances, vayan, no los van a defraudar estos pibes, bajo ningún punto de vista.
Probablemente canciones como “The Old Man” fueron de las que más coreamos, y de a poco se fueron sumando otras tantas como “Black Sun”, “Forgotten Past” ó “Purple Sage” que tienen sus partecitas lógicamente aceitadas para eso, más allá de que es una banda para observar. Cada paso que dieron arriba del escenario representó efectivamente esto que les relato. Una banda que nunca bajó un cambió y que siempre mantuvo una línea, siempre parejos. Ojo, tampoco sorprenden yéndose mucho de tema, no para nada, lo único que probablemente les da otro auge son nada más ni nada menos que los efectos psicodélicos de la guitarra, que dicho sea de paso siempre se sonó todo. Para el cierre nos dejaron con tres temitas de lujo como “Thousand Miles Away From Home”, “All Our Thoughts” y “Come Back Life”.
Nos retiramos con lindas sensaciones, pero también con muchas preguntas creo. No debe haber habido nadie al que no le haya cerrado el show, pero a días del mismo, todavía me sigo preguntando como cuerno una banda en el 2018 tiene la capacidad de poder retratar sonidos de los ’70. Efectivamente un lujo que nos podemos dar aquellos que hubiésemos deseado poder ver bandas del estilo. Ir a ver a KADAVAR es acercase a saborear en gran medida bandas que gestaron el metal en su máxima esencia y si bien en lo que practican no pude percibir endemismo, al día de la fecha el rock valvular, sucio, rasposo, desprolijo y psicodélico como este poco anda dando vuelta. Y si, son alemanes, la cuna donde el rock y el metal aparentemente se llevan de mano, algo más o menos parecido a lo que hizo PAPPO BLUES en Argentina, a quién justamente recordamos dos días después del show. Todo por algo pasa y esto pasó con estos rockeros destinados a paladares entendidos.
Texto: Hernán Mazón
Fotografía: Karina Parodi
Agradecemos a Aixa Peralta vía Noiseground por la acreditación al evento.
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