OCONNOR y DARLOTODO en vivo en Buenos Aires: El regreso (renovado) de la bestia


Fecha: Sábado 17 de Mayo de 2025 | Hora: 20:00 hs. | Lugar: Vorterix | Ciudad: C.A.B.A. | Bandas invitadas: —

Buenos Aires amaneció empapada, arrasada por un diluvio que llevaba dos días ininterrumpidos. El sábado 17 no era una fecha ideal para salir de casa: elecciones al día siguiente, transporte complicado, calles anegadas. Pero en Colegiales, el Teatro Vorterix se llenó igual. No por inercia ni costumbre, sino por la certeza de que lo que iba a suceder esa noche no era un show más. Era la reafirmación de un legado que sigue latiendo, transformándose y desafiando el paso del tiempo.

La noche comenzó con DARLOTODO, quienes desplegaron un set potente y convincente que dejó claro que no eran solo acompañantes, sino músicos con identidad propia.  Su set fue una verdadera demostración de solidez, actitud y profesionalismo que sorprendió desde el primer acorde. Formada por Lucas Aguirre en voz, Rod Zamora en guitarra, Juan Francisco Massot en bajo y Penumbrart en batería, la banda desplegó un sonido contundente y perfectamente ejecutado, con una prolijidad notable tanto en lo instrumental como en el equilibrio general del audio. Con claras influencias del nü metal, evocando a bandas como KORN y LINKIN PARK el grupo no se queda en la referencia: construye una identidad propia, potente y actual.

Desde el arranque con Liberarme, quedó clara la intensidad emocional del grupo y su capacidad para conectar. Le siguió Deshace, que bajó el tempo sin perder fuerza, y luego Dolor, uno de los momentos más viscerales de la noche. Con Inerte, crearon una atmósfera tensa y envolvente que creció hasta explotar, y el cierre con La venganza fue un golpe final de energía y dramatismo. El trabajo de Lucas Aguirre al frente fue fundamental: con una voz clara, potente y afinada, dominó el espacio con naturalidad y carisma. Su constante movimiento y entrega escénica mantuvieron la tensión en alto durante todo el show. La imagen final, con él arrodillado mientras el telón se cerraba, fue una postal clave de esas que quedan flotando como resumen de un set potente que dió la pauta de que una interesante porción de público también había ido a verlos a ellos.

A esa fuerza en vivo se le suma una propuesta estética sólida, que no es un detalle menor. El concepto visual de la banda —desde el arte gráfico hasta los videos— está cuidadosamente trabajado por el propio Penumbrart, baterista y responsable de la producción visual del grupo. Esa coherencia entre sonido e imagen potencia el mensaje y la presencia del proyecto, y es parte de la razón por la cual, a pesar de haber comenzado a tocar en 2023 y lanzar su primer disco homónimo en 2024, DARLOTODO da la impresión de ser una banda con años de trayectoria. Más allá de los estilos, lo que hacen lo hacen muy, pero muy bien, y el impacto que dejaron en previa es prueba de ello.

Cuando Claudio O’Connor tomó el escenario poco después de las 21:00 hs. DARLOTODO mutó, ajustando su sonido hacia un registro más sobrio, oscuro y denso, alineado con la impronta de O’CONNOR. No solo la música se transformó: también el look acompañó el cambio. Rod Zamora apareció vestido de riguroso negro, Juan Francisco Massot con pantalos de cuero y sombrero tejano, en sintonía con el espíritu del anfitrión y dejando de lado por un rato el look nu metal. Lucas Aguirre no participó de esta primera parte del show, dejando que la banda se integre completamente al clima sonoro y escénico propuesto por Claudio, pero regresó más adelante como invitado especial, completando así el arco narrativo de la noche. Esta capacidad de adaptarse, de entender el contexto sin perder identidad, tal vez haya sido uno de los gestos más potentes de la noche que generó por sobre todas las cosas una interesante mezcla de sonidos y épocas.

El recital comenzó con un arranque directo e implacable: La maldad (toda una declaración de principios con la frase “Siempre fuí Un demonio / Y crecí Como un loco”) y Caníbal incendiaron el lugar con riffs cortantes y letras demoledoras. Pero fue con Se extraña Araña que la noche se calentó definitivamente (“Si sos rebelde / No hay perdón  Ni para mi, ni para vos” y después “Pusiste tu alma /En un mural /Y tu poesia me diste a cantar /En tus colores me hiciste ver / Que no nacimos para perder”) cantó Claudio con esa voz que penetra el alma y que para muchos, en estas estrofas, realiza un homenaje a Ricardo Iorio. Luego, con 1976, el recital mostró su cara más combativa. La canción fue el relato más político y directo de la noche. El riff de apertura fue como una alarma: áspero, punzante. Claudio no gritó: escupió cada palabra con una mezcla de dolor y denuncia. El corte fue acompañado por visuales cargadas, que remarcaban la urgencia del mensaje. Mientras que la frasePlomo y batallón /En manos de forajidos / La identidad y el amor arrebatados”) trajo a la superficie la memoria histórica y la resistencia. La potencia sonora se conjugó con un mensaje profundo, generando un equilibrio entre rabia y reflexión.

Un puente hacia el presente

Sobre el escenario, O’Connor encarnó una figura que, por momentos, parecía sacada de una portada de cómic metalero: con un look que combinaba el aura mística de Ozzy Osbourne y la estética desquiciada de Rob Zombie, su presencia fue tan teatral como auténtica. Pero más allá del estilo, lo que impactó fue la energía con la que transitó cada tema. No hubo piloto automático ni nostalgia vacía: Claudio disfrutó, vivió y celebró cada estrofa como si la estuviera cantando por primera vez.

La elección de tocar con DARLOTODO no fue solo una jugada musical, fue un gesto con peso simbólico. Así como Ozzy, en su momento, le abrió la puerta a toda una generación de bandas en su Ozzfest, llegando incluso a grabar con COAL CHAMBER, Claudio logró algo similar en el plano local: que su público, curtido en la vieja escuela, entienda que una banda joven puede darle a su repertorio una frescura y potencia inusitada. Esa apertura, ese puente entre generaciones, fue uno de los gestos más nobles y poderosos de la noche. Y también, uno de los más rockeros.

Más allá del histrionismo, lo que quedó claro es que Claudio disfruta cantar sus canciones. No lo hace por rutina ni por contrato: las siente, las padece, las celebra. Y eso se nota, sobre todo en las composiciones más densas, melódicas y oscuras, aquellas que parecen conectar con su lado más íntimo. A diferencia de lo que sucede con MALÓN o la H NO MURIÓ, aquí no hay necesidad de sostener una furia constante. Hay matices, hay climas, hay una búsqueda Un ejemplo perfecto fue Egos en liquidación, una canción con tempo más thrasher y rabioso. La tocó con garra, pero también con una honestidad brutal: al no alcanzar el final como quería, pidió disculpas al público, reconociendo su error con humildad. La respuesta fue inmediata: aplausos, respeto y empatía. Porque nadie va a un show de Claudio a exigir perfección técnica. Se va a sentir verdad.

La sensación que esa verdad también se expresó en su forma de interpretar. La voz sigue intacta, sí, pero lo más impactante fue cómo la usó: a veces contenida, a veces desbordada, siempre al servicio de lo que la canción necesitaba. El repertorio, diverso en sonidos y colores, le permitió mostrar todas sus caras.

Después de todo, ¿cuántos músicos de metal nacional pueden llenar un lugar como Vorterix con tres propuestas distintas pero conectadas por una misma raíz? Claudio O’Connor lo hace, y lo hace con dignidad, con riesgo, con una entrega que lo vuelve —sin vueltas— la voz más importante del metal argentino.

Recorriendo la propia historia

El corazón del setlist encontró su pulso más profundo con una secuencia de temas donde Claudio O’Connor exploró las zonas más densas y emocionales de su repertorio. La primera en aparecer fue Río extraño, con una atmósfera contenida y oscura, donde la banda creó un paisaje casi hipnótico. Fue una especie de viaje hacia el interior, sostenido por un groove envolvente y una interpretación vocal que combinó vulnerabilidad y autoridad. La conexión con el público no fue explosiva, sino más bien íntima, como si todos en el teatro sintieran que algo importante estaba ocurriendo bajo la superficie.

El clima se mantuvo con Yo caníbal, un momento especial por tratarse de un cover de LOS REDONDOS, que se convirtió en una celebración cargada de peso simbólico. La versión no buscó imitar sino apropiarse de la canción desde el lenguaje del metal, con una interpretación cruda y sombría. Sin el cantante invitado, que había participado en la grabación de estudio, fue Claudio quien tomó el mando completo de la canción y el resultado fue una postal única: un mar de metaleros cantando al unísono un clásico del rock nacional, en una versión espesa, eléctrica y poderosa.

A continuación, Quién pudiera llevó la energía hacia una introspección más serena pero cargada de emoción. La interpretación fue contenida, sostenida por una instrumentación precisa que dejó espacio para que cada silencio hablara. Claudio se mostró cómodo en este registro más melódico, dejando en claro que lo suyo va más allá del grito o la distorsión: hay una expresividad madura, casi confesional, que le otorga al tema un peso emocional difícil de ignorar.

Con Salí a buscar, el clima no cambió radicalmente, pero sí sumó un leve impulso rítmico que mantuvo la atención del público en vilo. Fue un momento de tránsito entre lo reflexivo y lo potente, con un trabajo de guitarras preciso y una base rítmica que construyó tensión sin necesidad de apelar al vértigo. Todo sonó contenido, pero con una potencia latente que sostuvo la atmósfera del show.

Diminitudes marcó uno de los puntos más sombríos del concierto. La banda encontró aquí su versión más oscura y minimalista, generando un espacio denso donde la voz de Claudio se movió con gravedad. Fue un momento de esos en los que el tiempo parece suspenderse, con una intensidad que no explotó hacia afuera, pero que caló hondo.

Finalmente, Pagando por tu actitud trajo un cambio de ritmo notable. Más veloz, agresiva y directa, la canción funcionó como una descarga de furia que reactivó al público. Claudio se movió con decisión sobre el escenario, dejando atrás la introspección para recuperar su actitud más frontal. La banda respondió con precisión, marcando un contraste fuerte con lo anterior y demostrando su versatilidad.

Si el inicio del concierto había sido marcado por la contundencia y la oscuridad eléctrica, el tramo que conformaron Cuántas palabras, Espejismo del edén y Camino a ciegas aportó una pausa cargada de dramatismo, densidad y profundidad emocional. Fue una sección donde Claudio O’Connor no solo cantó, sino que encarnó el mensaje de cada canción, moviéndose con libertad por esa franja media del repertorio donde el metal se vuelve reflexión, desgarro y peso existencial.

Cuántas palabras surgió como un lento descenso hacia el núcleo más íntimo del set. Con su estructura contenida, de tempo medio, y una melodía que serpentea entre lo confesional y lo contemplativo, la banda logró generar un ambiente envolvente. Claudio aprovechó cada pausa, cada acento instrumental, para darle aire y tensión a su interpretación. Fue uno de esos momentos en que su voz no buscó imponerse, sino acompañar el clima, moldearse a las emociones flotantes de la canción.

En Espejismo del edén, la narrativa tomó un giro más oscuro. Las guitarras se cargaron de una distorsión más opaca, casi al borde del sludge, y los arreglos rítmicos se volvieron más arrastrados, como si la canción se moviera con dificultad por un terreno plagado de espejos rotos. Fue uno de los puntos más pesados en sentido espiritual, no tanto por velocidad o agresividad, sino por el modo en que se expresó esa sensación de caída, de pérdida y desilusión. El público respondió con atención reverente, como si supiera que estaba transitando una zona menos inmediata pero profundamente resonante del repertorio.

Camino a ciegas llegó como un puente perfecto entre la introspección y el retorno al movimiento. Su riff inicial, con una tensión que coquetea con el doom, sirvió para reactivar la energía, pero sin abandonar la introspección. Fue un tema bisagra, donde lo lírico y lo físico se conjugaron con maestría. Claudio se movió por el escenario con determinación, marcando cada frase con gestos sobrios, y la banda sonó compacta, con un sentido de dirección claro, sosteniendo esa mezcla de espesor y empuje que caracteriza a los mejores momentos de su discografía.

En conjunto, este bloque mostró otra cara del show: no la del golpe inmediato, sino la del recorrido interno. Una especie de descenso controlado al corazón del mensaje de O’CONNOR, donde la música se convierte en espejo y la voz en guía. Un momento clave para entender por qué, más allá de los riffs y la potencia, este proyecto sigue siendo relevante y conmovedor.

Antes de que comenzara el tramo final, Claudio —de visible buen humor— se tomó unos segundos para agradecer al público y a DARLOTODO, y contar que la idea de volver con este proyecto “había empezado como un chiste que se hizo realidad”. Fue un gesto honesto y directo que reforzó la idea de que todo lo que estaba pasando sobre ese escenario tenía un peso real y no respondía a estrategias comerciales ni nostalgias impostadas. “Gracias por venir con esta lluvia. Estamos para brindarles lo mejor”, dijo, y lo cierto es que no había manera de refutarlo.

Imágenes melancólicas y paganas

Con esa energía en el aire, llegó Imágenes paganas, en una versión oscura, poderosa y compacta del clásico de VIRUS. A diferencia del single lanzado días antes —donde el espíritu gótico y post punk estaba más marcado—, esta interpretación en vivo se inclinó por una intensidad mucho más rockera. El contrapunto vocal entre Claudio y Lucas Aguirre, cantante de DARLOTODO, fue uno de los momentos más sorpresivos de la noche: fluido, frontal y sin sobreactuaciones, lograron un equilibrio entre agresividad y melancolía que levantó la temperatura del show y cambió por completo la percepción de la canción. Fue la única aparición de Lucas como vocalista invitado en el repertorio de O’CONNOR, y la duda que quedó flotando es si este cruce puede convertirse en algo más. Hay química, hay contraste de matices y hay respeto mutuo: algo que recordó, de alguna manera, lo que Jerry Cantrell logró junto a Greg Puciato en su carrera solista, situándose en esa frontera donde el peso emocional y la potencia vocal se combinan ¿Podrán experimentar a futuro con un trabajo vocal compartido. El modelo está ahí: Cantrell y Puciato han mostrado que ese diálogo generacional entre timbres distintos puede dar como resultado algo único, sin que ninguno pierda su identidad.

Ya sin respiros, Claudio se metió de lleno en el cierre. No te aflijas, Hasta ser libre y Sabe bien mostraron a la banda completamente afilada, aprovechando la densidad melódica del repertorio más reciente y potenciando la conexión con el público, que respondió como si cada palabra fuera propia. Una pena en Godoy Cruz,  su carga narrativa y ese aire de tango urbano deformado por el metal, aportó uno de los momentos más extraños e hipnóticos del set. Y finalmente, Atravesando todo límite, una elección tan simbólica como contundente, cerró la noche con un aura especial. No solo es un tema de HERMÉTICA, sino que fue escrito por Ana Mourin, ex esposa de Ricardo Iorio, y dedicado a su hermano desaparecido en circunstancias oscuras. Hoy, con la desaparición física de Ricardo aún resonando en la escena, la letra adquiere un nuevo espesor. “Es mi egoísmo el que se rebela a perderte / y mi alma a no saber cuál fue tu suerte”, se escuchó a viva voz, y el Teatro Vorterix entero pareció quedarse suspendido en esa despedida ritual, íntima y colectiva a la vez. Una manera perfecta —dolorosa, luminosa y necesaria— de cerrar una noche que ya quedará marcada como una de las más intensas y memorables del metal nacional reciente.

Texto: Carlos Noro
Foto: Seba Delacruz
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