Fecha: Martes 29 de abril | Hora: 20:00 hs. | Lugar: Sala caras y Carteas | Banda Invitada: FUGHU
El show de HAKEN, originalmente anunciado para el Teatro Flores, terminó concretándose en el Teatro Caras y Caretas, una sala más pequeña pero con acústica notable y una disposición más íntima. A pesar del cambio, el público respondió con entusiasmo y terminó ocupando la gran mayoría de las 385 butacas que contrastaron con las más de mil ochocientos que propone el recinto de Flores. No era para menos: se trataba de la segunda visita de los británicos a la Argentina, y las expectativas estaban a la altura de una banda que ha sabido forjar su prestigio a base de virtuosismo, complejidad y ambición sonora.
Desde los primeros segundos de Puzzle Box, quedó claro que HAKEN no vino a improvisar. Cada compás fue ejecutado con precisión extrema, cada acento rítmico perfectamente articulado. Sin embargo, entre tanta exactitud, emergió la figura de Ross Jennings como el puente entre la frialdad matemática del género y la necesidad de conectar emocionalmente. Su voz – que puede ir del susurro melódico al grito desgarrado en un parpadeo – no solo cumplió con lo esperado, sino que se convirtió en el eje cálido y humano del show. Donde la banda ofrecía estructuras enredadas, métricas imposibles y cambios abruptos, Jennings aparecía para humanizar la propuesta con gestos, miradas y modulaciones que invitaban a sentir, no solo a admirar.
En Atlas Stone, su presencia fue especialmente notoria. Se permitió una improvisación vocal libre, casi jazzera, que flotó sobre los arreglos como un bálsamo entre tanto rigor. Con sutileza, gesticulaba hacia el público, buscando una complicidad que rompiera con la distancia impuesta por el tecnicismo. No era un frontman autoritario, ni excesivamente histriónico; era un narrador que, a pesar del vértigo instrumental que lo rodeaba, insistía en que había una historia que contar.
Beneath the White Rainbow llevó el set a un terreno más disonante, casi esquizofrénico. Aquí, Jennings usó un megáfono, acentuando el carácter experimental de la pieza. Pero incluso en ese gesto, más teatral que musical, intentó introducir una textura orgánica, un quiebre en la linealidad de la perfección técnica. Su voz se volvió un recurso expresivo, al servicio del extrañamiento y el dramatismo.
El momento de Cockroach King fue el clímax emocional del recital. A su carácter festivo y polirrítmico, se le sumó una entrega vocal enérgica y teatral. Jennings abrazó la teatralidad del tema sin caer en la exageración: movía sus brazos como un titiritero, jugaba con los coros del público, sonreía, se reía de sí mismo. Fue en ese instante cuando logró quebrar definitivamente la coraza técnica del grupo y meterse en el corazón del público. A su alrededor, Richard Henshall y Charlie Griffiths ejecutaban con rigor técnico riffs entrecruzados; Raymond Hearne manejaba las baterías con precisión absoluta; Conner Green aportaba un bajo sólido y coral, mientras que Peter Jones ofrecía colchones de teclados casi cinematográficos. Sin embargo, fue Jennings quien convirtió el virtuosismo en experiencia compartida, dándole a cada segmento de la canción, un color y una atmósfera especial.
En temas como Prosthetic y Island in the Clouds, la tensión entre el alma y la máquina volvió a manifestarse. Mientras la banda se lanzaba a pasajes vertiginosos y brutales, Jennings insistía en matizar, en modular, en respirar. En Falling Back to Earth, esa voluntad de conectar llegó a uno de sus puntos más logrados: su interpretación vocal fue sentida, íntima y precisa. Se notaba su deseo de elevar las canciones desde lo cerebral hacia lo emocional. Su performance fue, en definitiva, una defensa del canto como elemento humano en medio del mar de algoritmos sonoros.
El cierre con Visions condensó esa tensión. La banda desató una tormenta de recursos técnicos: estructuras múltiples, poliritmos, solos cruzados, compases complejos y una densidad sónica abrumadora. Pero Jennings, lejos de dejarse absorber, se sostuvo con elegancia, aportando líneas melódicas que parecían querer rescatar al oyente del vértigo. Su figura, lejos de ser un simple intérprete, fue la de un guía que buscó, tema tras tema, mantener el contacto con el público, incluso cuando el resto del grupo se sumergía en la matemática musical.
Así, HAKEN ofreció un espectáculo que deslumbró por su capacidad técnica y dejó la sensación de que, si bien el tecnicismo ganó la pulseada general, el intento de Ross Jennings por humanizar la propuesta no fue en vano. Para quienes fueron a buscar pericia instrumental, experimentación y estructuras complejas, el show fue una fiesta; y para quienes deseaban un poco más de alma y emoción, al menos hubo un intérprete dispuesto a ofrecerla. El futuro dirá cuál de estas vertientes predomina en el futuro de los ingleses.
| Metal-Daze Webzine | Marca Registrada | Todos los Derechos Reservados © |
GALERÍA (No dejes de ver la galería completa en facebook):